En todas las épocas, en todos los tiempos, las letras y los libros únicamente pueden estar en las manos de quienes reciben el entrenamiento para descifrarlos y escribirlos. En muchos pueblos antiguos, como Mesopotamia y Egipto, este entrenamiento era un raro privilegio, reservado para una elite privilegiada y selecta.
Por eso, el día de hoy, mi país está de fiesta: hace 141 años, en 1869, Jesús Jiménez decretó la fundación de la primera Escuela Normal (institución para la formación docente) y se declaró que la enseñanza primaria sería gratuita y obligatoria. La base para estas decisiones fue un proyecto de ley propuesto conjuntamente por José María Castro Madriz, el primer presidente (no jefe de Estado) que tuvo Costa Rica, y Julián Volio.
Esta efeméride silenciosa –opacada entre el Día del Niño (9 de setiembre) y la celebración de una independencia pacífica que nos llegó en mula– es motivo de celebración: gracias a esas tempranas decisiones de un Estado pequeño y pobre, hoy tenemos uno de los niveles de alfabetización más altos del continente y la industria editorial puede existir, con sus brincos y saltos, pero existir, al fin y al cabo.
La educación pública es uno de los bienes más grandes de cualquier pueblo. Sus habitantes, generación tras generación, deberían hacer siempre sus máximos esfuerzos para conservarla, mejorarla y dejarla en mejor estado que como la recibieron.
El libro, en su forma presente o en cualquiera que adopte en el futuro, es uno de los instrumentos clave de la educación y la necesita para seguir existiendo. Si somos escritores, correctores, editores, profesionales de la palabra, cualquiera que sea nuestra especialidad, estar de lado de la educación pública es un llamado ineludible.
Una felicitación a mi país por este logro sostenido en el tiempo.
P.d.: Gracias a mi amigo Rodolfo González por el dato de esta efeméride. Añade Rodolfo, en su comentario, que don José María Castro tomaba chocolate en una jícara con el escudo del país. ¡A su salud, don José María, irá mi próximo chocolate!
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