Escribí el siguiente ensayo (categoricémoslo así, a falta de una clasificación mejor) para la asignatura Introducción a la Filología, impartida por Dra. María Amoretti en la Universidad de Costa Rica, durante el primer semestre del año 1995. La premisa de la tarea era analizar el documento de perfil de salida del profesional en filología vigente en ese momento. El ensayo resultante utiliza un tono de ironía y una gota de ficcionalidad para perfilar al filólogo real y al ideal detrás y más allá de ese perfil.Se busca filólogoque investigue el campo de la lengua y la literatura; participe como crítico; comentarista y articulista en los diversos aspectos de la lengua y la creación literaria; asesore en aspectos de la lengua en las diferentes dimensiones que se le solicitan: consultorías gramaticales, interpretación de textos, producción textual, publicidad y otras prácticas textuales que se nos puedan ocurrir sobre la marcha.
Necesitamos que realice las funciones de un investigador y unc rítico, pero su principal tarea será la de «promotor (Si es usted un artista y necesita quién lo asesore, comuníquese con nosotros, y le asignaremos un promotor de imagen a tiempo completo con la garantía de que usted se convertirá en toda una estrella. Le vendemos –y lo vendemoscomo– lo que usted guste: madonnas, jacksons, pantymedias… Solo tiene que solicitarlo al 2222-545654. ¡Llámenos!) de la lengua»
1.
El tiempo para la investigación es restringido (¡y omnipresente! Usted debe prestar atención a todas las palabras que escuche, porque ese es su objeto de estudio, y necesitamos que nos diga «lo que quieren decir» los otros y nosotros, aunque no queramos escucharle), porque es poco productivo a nivel comercial; sobre todo necesitamos de usted asesoría para decir correctamente (aunque usted esté –o crea estar– plenamente consciente de que no existe una forma correcta de «decir las cosas»
2 lo que nosotros queremos decir: ¡usted hablará por nosotros! Exactamente igual que un actor, su palabra será mi palabra, y mi palabra tendrá que sustituir a la suya. En todo caso, usted deberá ser extremadamente sutil para decirnos que «hablamos mal» o que usted «no entendió lo que queríamos expresar»
.Pero no se desilusione, también tenemos otras tareas para usted.
Si decidimos enviarlo a una agencia de publicidad o a un periódico, resígnese a lo que le espera, porque la
palabra sagrada de periodistas y publicistas con frecuencia se resiste a ser cambiada (por poco estética o estúpida que a veces pueda parecer). Su tarea será asesorar a nuestros
creativos para que no escriban «vusquenos lla!» o «get it you» (sobre todo nos preocupa que usted también conozca algo de inglés, porque el habla popular del español tico está llena de giros anglosajones que le dan un caché que nos resistimos a perder).
Lo que más nos interesa en esta área de trabajo es que el documento, tras pasar por sus manos, sea correcto; esto es que usted revise que no se vayan errores de dedo en la publicación final. En realidad, muchas veces su función será la de ser un
corrector de pruebas más que un
corrector de estilo, porque nosotros
sabemos cómo hablar tanto como usted. (¿Para qué se metió a estudiar algo que todos tenemos y que todos
sabemos? Sí, entendemos su vieja historia: que ha muchas mentiras detrás de las imágenes que percibimos; que en realidad no nos estamos comunicando; que no existe un modo de que la verdad se nos revele a través de las palabras o de que lo real pueda ser tocado por nosotros sin mediación de ese invento nuestro para salir de la soledad, el lenguaje; y que lo necesitamos a usted y a todas sus supuestas armas metodológicas para llegar al meollo del asunto. Seamos honestos: ¿cuántos filólogos realmente llegan a esas profundidades del discurso antes de que nosotros los hayamos asimilado totalmente? Para eso se necesitaría que el proceso universitario fuera más eficiente o que comenzara en la escuela primaria, ya que no sabemos si las maestras de «lenguaje» realmente han absorbido y realmente están dispuestas a enseñar todas esas luces negras de la palabra. De todos modos, sabemos que el programa de bachillerato es lo suficientemente restringido como para poder entrar en un oxímoron revelador de las máscaras del discurso. Así que mejor deje sus charlas y sus análisis sobre el discurso para sus cafés intelectuales, porque necesitamos eficiencia y no palabreidad; y por más que usted diga que puede ser mejor en la creación de texto base de una campaña publicitaria, nosotros no despediremos a nuestros publicistas graduados de la UCR o de cualquier
privada por ahí solo porque usted pretende que puede redactar mejor).
Pero no se agüeve con eso de ser
corrector de pruebas. Necesitamos de todos modos que nos ayude con la gramática porque, pese a haber recibido toda una vida de educación primaria y secundaria de verbos, adjetivos, adverbios, motods y todo ese montón de extrañeses que según ustedes decimos, aún nos cuesta distinguir entre nimiedades (pero no son nimiedades, la forma correcta de decir algo no perdona nunca un error de parte de un filólogo). Por ejemplo: ¿lo correcto es decir «tenemos una cuenta
a cobrar» o «tenemos una cuenta
por cobrar»? (De paso, si conoce a alguien que nos libere de la duda, por favor avísenos, para salir del oscurantismo intelectual en el que nos encontramos con respecto a esta gran interrogante).
Bien sabemos que en esas cosas de gramática usted es un verdadero genio, y casi casi admiramos su valor al haber llevado cerca de cuatro cursos de gramática (¿Morfología, Sintaxis, Gramática Española Contemporánea y Fonética y Fonología del Español?), sin incluir las dos Gramáticas Históricas y los cursos de Latín y Griego que lo hacen a usted tan pesado a veces, cuando puede tararear con toda propiedad y entendimiento la cantata
Carmina Burana, como le dice usted, o cuando nos da citas en latín, ininteligibles para nosotros. Fuera de este uso de placer personal, no le hemos hallado mayor funcionalidad. Lo peor es que usted nos siga asegurando que eso tiene que ver con el español hablado hoy y que nos sería muy útil eso de las etimologías para llegar al probable sentido primigenio y fundacional de una palabra. ¿Para qué nos sirve saber con precisión qué significan y de dónde provienen las palabras que decimos, si a menudo ni usted mismo nos ayuda a aprovecharlas? En todo caso, de algo ha de servirle saber todas esas cosas, si es que usted tiene la capacidad suficiente para relacionar todos esos conocimientos extraños y eruditos que tanto nos asombran, y sabe darse su lugar frente a nosotros asumiendo la autoridad que le confiere el ser lo más cercano entre nosotros a un «amo del lenguaje», y no se queda en lo que tradicionalmente ha quedado una buena parte de sus colegas (nos referimos a quienes han asumido a la perfección el papel pasivo que les hemos asignado). Sí, no se deje engañar por nuestra actitud: a pesar de todo, para nosotros usted
es la autoridad andante.
Somos conscientes
3 de que si queremos que usted trabaje para nosotros, deberá revisar «periódicamente las fuentes de información pertinentes a su campo de trabajo»
4 Claro, que no hay una revista de filología que salga cada mes (impresa a
full color en papel
couché) y a la que usted se pueda suscribir, como lo hacen los médicos a su revista o los diseñadores gráficos con dinero para suscribirse a publicaciones foráneas; tampoco hay una gran abundancia de libros en el mercado costarricense (los pocos que suelen llegar suelen ser más caros que un
best-seller, razón por la cual nunca los adquirirmos para nuestra biblioteca de empresa), y otros tantos solo se pueden conseguir por pura casualidad en las ventas de libros usados (cuando fallece algún otro filólogo cuyos hijos deciden vender o desechar toda la biblioteca y repartirse el dinero sobrante).
En cuanto a «proyectarse de forma adecuada, según las necesidades del contexto»
5 La
pura6 Verdad es que hemos hecho una sociedad lo suficientemente eficaz como para no permitirle a nadie ir más allá de donde nos interesa. El enunciado de «el perfil del filólogo» es lo suficientemente vago y ambiguo como para afirmar que de todos modos siempre se hace y nunca se cumple. Es decir, ¿qué definimos como «forma adecuada»? Puede ser desde cumplir con eficiencia los caprichos del cliente hasta procurar evitar los
abogados7 redacten leyes tan plurisignificantes y ambiguas debido a su capacidad de enunciar con el lenguaje la solución
8 al problema que les dio origen.
En nuestra empresa ponemos en duda que el filólogo deseoso de trabajar con nosotros «promueva el uso de la lengua española en términos reflexivos y creativos». Primero porque los cursos que lleva están orientados a ver el término «creativo» desde un punto de vista pasivo, aunque se procura formar un lector activo antes de un escritor (como solía autorreferirse Borges). Sí, es verdad que cursan todo un año de talleres de prácticas textuales, que van más allá de la lectura de obras literarias, pero esto todavía es un experimento
9 Un estudiante que no ha sido crítico ni creativo en sus anteriores años de carrera difícilmente podrá llegar a serlo con unos cuantos cursos. Pero al fin hay una esperanza para que la acción de la vida comience a filtrarse en la erudición, de que fluya como los ríos de Heráclito, que se filtren en tantos o´ceanos como puedan alcanzar, porque la acción de un filólogo debe ser absolutamente dinámica y n pasiva o conformista.
Sin embargo, para nosotros, como dueños de la empresa del lenguaje, es preferible que el común siga pensando sus vidas con esa sencillez que la creación artística y el cuestionamiento por la palabra les confiere. Que la inocencia siga sujetando a la palabra dictada detrás de «la intención del hablante», de modo que, como filólogo, usted no siempre encontrará oídos abiertos a esas «cosas de locos», porque «la vida es más sencilla si no ponemos atención a esas carajadas tan complejas».
Claro, que si usted tiene la suerte de ser eviado a una de nuestras secciones de investigación (como las paredes universitarias) o a ciertas áreas donde le será permitido
volarse un poco, tal vez pueda poner en práctica todas esas preguntas que terminan siendo tan circulares (¿quién puede concebir algo que para diseccionarse se utilice a sí mismo como instrumento? Imaginar lenguaje hablando sobre lenguaje, o discursos hablando sobre discursos, es tan descabellado como suponer que un cuchillo se pueda cortar a sí mismo. ¡Y todavía se asombran de que esas cosas no se tomen tan en serio!). Por más que tratemos de hablar sobre la formación del filólogo como la construcción de «un marco teórico que lo capacita para estudiar científicamente el lenguaje»
10, y que se lleven todos los cursos de cuantificación y medición de la lengua (que ya enumeramos en la cita 2) –en los cuales enfatiza la enumeración de los «conocimientos del filólogo»
11 del
perfil que nos ha proporcionado la universidad, y en el cual nos estamos basando para hacer la búsqueda del personal que necesitamos– además de los cursos de teoría de la literatura
12, podríamos hablar de que lograr ese tipo de
científico del lenguaje es realmente difícil, y más bien tenemos a un divagador; a un buscador adentrado en caminos siniestros que lo pueden llevar a cualquier conclusión esquizofrénica que luego trataría de darnos a conocer por la misma vía que trata de develar: su palabra. Aún así, ni nosotros podemos negar que es fascinante.
En cuanto a la literatura, a veces nos preguntamos para qué sirve que tanta gente pierda su vida en estar haciendo formas de estética recombinando tan antiguos elementos, si al final de cuentas lo único que se puede hacer con esa vaina es leerla. ¿Acaso no estamos demasiado ocupados para estar invirtiendo tanto tiempo de nuestra vida (y nuestro trabajo, y nuestro dinero, y nuestra diversión) en e ocio de deslizar la vista sobre palabras que quedan en el olvido conforme son sustituidas por otras palabras? Tal vez por eso nos conviene que otros tomen en serio esa actividad tan improductiva, que lleguen a convertirla en un objeto digno de discusión académica y hasta puedan hacer de ella una profesión. Así que nuestra empresa necesita filólogos que lean por nosotros y para nosotros, y que lean lo que ustedes, como tales, quieran leer, aunque al final solo nos puedan decir lo que nosotros queremos que lean. Que usted se divierta y nos cuente si diversión; que usted se haga un conocedor del alma humana y de las culturas del mundo y luego nos asimile y traspase ese conocimiento –aunque no lo consiga realmente– (para quedar bien en una reunión de negocios, o aparentar que somos grandes lectores, lo que aumentaría nuestro prestigio y la credibilidad que los demás puedan depositar en nuestro discurso), que usted navegue por mundos fantásticos y desarrolle su capacidad para entrar en puntos del universo que son todos los puntos un solo punto… porque nosotros no vamos a hacerlo, no tenemos tiempo para hacerlo, no queremos arriesgarnos a hacerlo…
Por eso nos conviene que lleve todos esos cursos de literatura (española, latinoamericana, costarricense) auqneu, por no ser exhaustivos sino generales, no tenga verdadera oportunidad de leer los textos que le ponen delante. Un examen, una exposición, el siguiente autor, otro examen, otra exposición, el siguiente autor, otro examen, otra exposición, el siguiente autor… Lo peor es que realmente se pretende estudiar científicamente cada una de esas fracciones de literatura (porque solo por fracciones pueden llegar a verla), olvidándose del verbo disfrutar. Solo lamentamos que se hayan perdido los seminarios de literatura universal, y que los seminarios por autor sean tan insuficientes (por su restringida cantidad y por su falta de espacio en el programa) para que los filólogos realmente puedan ser lectores exhaustivos e inagotables en sí mismos como un texto que merece ser leído por quienes los contratamos para eso: para que lean y para leerlos.
Nos parece muy importante para nuestros propósitos ideológicos eso de que conozca y relacione nuestra literatura (americana) con las tradiciones grecolatinas e hispanas. Al fin y al cabo, la identidad nacional se ha creado a partir de una simbología milenaria que no le pertenece –pese a que eso no la haga menos fascinante– (obviando cualquier otra tradición, piénsese en tradiciones anteriores a la extensión del mundo occidental, a mediados del segundo milenio de nuestra era). Solo que además del latín y el griego, deberían cursarse francés e inglés, y además de las literaturas griegas y latinas, deberían leerse las inglesas y norteamericanas y, sobre todo, las francesas (al fin y al cabo, ¿no son esas dos de las grandes influencias –no solo de nuestra literatura sino de nuestra cultura en general– que nos ha traído la corriente de la «independencia»?). Claro, que esto sea optativo también es muy conveniente, con todas las cosas que debería saber un filólogo para ser un filólogo. No alcanzarían una vida ni mil vidas para que llegara a completarse su formación.
Ya hemos dicho que estamos requiriendo un filólogo que sea «capaz de conjugar su formación humanística con los conocimientos de su disciplina para integrarlos, actualizarlos y hacerlos funcionales en su contexto histórico»
13 Esto es fundamental. Si encontráramos filólogos así, no les estaríamos asignando el papel de «correctores de pruebas», sino que los pondríamos a nuestro lado a asesorar nuestras más delicadas decisiones a partir de un análisis del discurso con que se nos plantean las disyuntivas de nuestra empresa, para no quedarnos en los corrientes y poco eficaces análisis superfluos y con los que terminamos llegando a la tierra de nadie. Es decir, el filólogo que más nos urge es aquel que vaya más allá de su plan de estudios y de sí mismo, aquel que no se permita castrar su capacidad de raciocinio y de asociación de todas las cosas que va a aprendiendo en su devenir personal y profesional, aquel que se dé cuenta de que «todo lo humano le concierne» y que, por tanto, no será suficiente con lo que ya se le imparte, debe pedir, buscar, arañar, reclamar… hasta conjugar en sí mismo tantas líneas que pueda darse el lujo, entonces sí, de llamarse filólogo y de ejercer como tal.
Y es que para poder desarrollar la habilidad de «comprensión de lectura, (d)el ejercicio de la escritura y (de) la expresión oral en diferentes dimensiones»
14 no es suficiente con que lleve un cursito de expresión escrita, o unos cuantos talleres de prácticas escriturales y de lectura. Es necesario que ponga en juego todos los cursos que lo están atravesando y lo han atravesado hasta ese momento; pero más allá, debe entretejer, en cada frase que dice, en cada labor que haga, toda su experiencia vital, porque en todas partes hay pistas que lo pueden llevar hasta el fondo mismo del discurso; ese lugar sin lugar al que pretende llegar y al que, una vez alcanzado, debe comenzar a perseguir en su inevitable desvanecimiento.
San José, julio de 1995
Notas1 Perfil del bachiller en filología española. «Tareas», apartados II.1, II.2, II.3 y II.4. El enunciado específico que encabeza o sirve de núcleo para cada uno de estos apartados implica dos vervos en particular. El enunciado específico que encabeza o sirve de núcleo para cada uno de estos apartados implica dos verbos en particular: promover y difundir. Por ende, el filólogo tiene las tareas de un promotor (dícese de la persona que promueve) y de un difusor (dícese de la persona que difunde).2 Porque usted ha pasado, cuando menos, los últimos cuatro años de su vida escuchando a los lingüistas asegurar que es la lengua la que decide lo que la Academia debe decir y no la Academia quien dice cómo habla la lengua. No en vano ha cursado usted todo un año de Introducción al a Lingüística y otro más de Español de América y Costa Rica.3 Consciente. adj. Que siente, piensa, quiere y obra con cabal conocimiento y plena posesión de sí mismo.4 Óp. cit., apdo. II.7.5 Ibíd., apdo. II.6.6 En lugar de pura léase puta. Error de impresión.7 En lugar de abogados léase aburrados. Error de lectura.8 Nótese la presencia del artículo totalizante la. Sabemos que, en ningún aspecto de la vida, menos del lenguaje, existe la solución; tan solo podemos aspirar a una solución; pero hemos logrado un conformismo social tal que permite a los hablantes (hablados) dejarse engañar por esta triquiñuela de la palabra.9 Nota de actualización: este ensayo analiza el currículo de la carrera de Filología Española vigente en 1995. Desde entonces el plan de estudios ha experimentado cambios diversos, incluyendo los talleres citados.10 Óp. cit., apdo. III.1.11 Ver los apartados III.2, III. 3 y III.4, e incluso los III.5 y III.6.12 De los cursos de teoría literaria podríamos decir que nos da mucho gusto que estén reduciéndose en lugar de aumentar, porque le estaban llenando a la gente la cabeza con demasiada paja; es decir, ahora ya salían hablando un montón de barbaridades que no han sido aprobadas por el Ministerio de Educación (por lo menos hemos logrado que no se admitan en bachillerato). También agradecemos a la Escuela que no se estén brindando cursos (por lo menos no todos los semestres) de semiótica para estudiantes de bachillerato, ni otra serie de temas que podrían ser demasiado etéreos o demasiado reveladores de las ideologías que ocultamos. Además de que es una excelente estrategia: si todos los estudiantes comenzaran a llevar estas materias en lugar de las sugeridas (forma de imperativo, especialmente en Costa Rica), podrían atrasarse tanto que nunca se graduarían o les podrían interesar a tal nivel que propondrían un sistema más libre en donde cada estudiante pueda más o menos ir formando su propio plan de estudios. Los costos de este sistema serían tan elevados, y los resultados podrían ser tan peligrosos para la ideología dominante, que ya no habría ninguna excusa para privatizar la universidad (de todos modos ya lograron superar los escollos de la opinión pública que se oponían a la banca privada).13 Óp. cit., apdo. IV.1.14 Óp. cit., apdo. IV.2.