Para estos casos, el Diccionario Panhispánico de Dudas indica una norma particularmente interesante: introducir un espacio en blanco entre los tres puntos suspensivos y la primera palabra de la cita, como un instrumento para indicarle al lector que estos puntos suspensivos corresponden a una omisión textual y no, como podría pensarse, a un signo colocado ahí por el autor original de la cita.
Como editora y como lectora, considero que esta es una norma sensata y me ayuda a identificar, sin ambigüedades, qué indica ese signo tipográfico.
Ahora bien, ya más como editora, creo que conviene siempre hacerse una pregunta necia: ¿realmente se necesitan esos puntos suspensivos? Si somos estrictos con el razonamiento, una cita, por su propia naturaleza, es siempre un texto inconcluso (a menos que sea un microcuento de un párrafo; pero esas serán las excepciones, no la norma). La cita siempre comienza en otro lugar, proviene de un pensamiento previo y concluirá muy lejos del fragmento que ha sido seleccionado. Esta pregunta es válida también para los puntos suspensivos finales. Entonces, el editor deberá mirar el texto con mucho cuidado e interrogar finamente al autor a través de sus signos (como lo hará cualquier lector en su casa): ¿realmente esos puntos suspensivos le agregan algo al texto, semióticamente hablando? ¿No son, acaso, un simple vicio de escritura copiado de textos que al autor le parecieron elegantes o chic? ¿En verdad es necesario introducir la ensoñación de los puntos suspensivos para que el lector se pierda en ellos y tome la cita como un fragmento que capta del aire, incompleto?
La respuesta a estas preguntas dependerá, forzosamente, de la percepción de quien las haga, del contexto de la cita dentro de la obra y, claro, de la naturaleza de la obra por publicar. Unas ideas personales al respecto: en obra literaria o filosófica es posible encontrar más excusas y «contextos adecuados» para esos puntos suspensivos iniciales. En obras académicas, científicas o didácticas, en cambio, sobran y se convierten en un peso innecesario; especialmente si hablamos de obras de más de 300 páginas plagadas de citas.
Por lo tanto, siempre que usted se encuentre (como autor, editor o corrector) unos puntos suspensivos al inicio de la cita, antes de simplemente añadir el espacio recomendado por el DPD, pregúntese primero: ¿realmente se necesitan? Y, sin misericordia, elimine todos los que sobren; de manera tal que solamente se conserven aquellos cuyo aporte semiótico sea lo suficientemente poderoso para hacer la diferencia en la lectura.
Algunas normas
Para efectos prácticos, conviene siempre estar al tanto de las normas al respecto, según diferentes criterios:
- Real Academia Española: avala el uso para los casos en que se quiere dejar muy en claro que la reproducción de la cita no se hace desde el inicio del enunciado (DPD, «puntos suspensivos», 2.h).
- Normativa bibliográfica del APA: indica que no deben utilizarse nunca, excepto en el caso específico en que su uso prevenga una interpretación errónea del texto (2001: 135).
- José Martínez de Sousa: comenta que puede eliminarse sin consecuencias, puesto que el iniciar la cita con una letra minúscula es indicador suficiente para saber que esa no es la primera palabra del párrafo u oración (MELE 3: 75).
American Psychological Association (2001). Manual de estilo de publicaciones de la American Psychological Association [Publication Manual of the American Psychological Association, Fifth Edition] (2.a. ed.). México: Manual Moderno. (Original work published 2001).
Martínez de Sousa, J. (2007). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea.
Real Academia Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe.
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