viernes, 30 de abril de 2010

Lenguaje inclusivo: no todo lo que termina en «a» es mujer

«…también quedó claro que los y las JEFATURAS, no pueden obligar al trabajador…» (sic). Comunicado informativo no oficial, enviado por correo electrónico, dirigido a todos los funcionarios de una universidad estatal costarricense y escrito por un hombre.

Lenguaje inclusivo es el nombre que se le da a la directriz institucional de emplear en la comunicación diaria formas lingüísticas que enuncien de manera explícita a los diferentes sectores sociales, en tanto sujetos y objetos de la acción gramatical. Su expresión más evidente es la visibilización de la mujer en la lengua; pero si se es políticamente correcto, el lenguaje inclusivo también abarca directrices para referirse a otros grupos por razones de edad, discapacidad, estrato social o cultura.

Aunque la intención detrás del lenguaje inclusivo es loable en sus ideales, colapsa en su diaria implementación. La sensatez es reemplazada por la paranoia. Autores convertidos en inquisidores de las palabras tratan de expurgar hasta el más ínfimo vestigio de una expresión «no inclusiva».

Sin reflexionar sobre las funciones de las palabras, su relación sintáctica, su naturaleza interna, se pueden llegar a ver casos graves como el citado al inicio de este artículo en donde este hablante en particular no se preocupa de hablar de «trabajador y trabajadora» pero sí se siente en la necesidad de aclarar que pueden existir «jefaturas» masculinas.

En vocablos como este podemos ver, con toda claridad, la independencia entre el género gramatical y las referencias a la sexualidad a la que puedan remitir sus contenidos semánticos.

La palabra «jefatura» tiene «género», ciertamente. Cada vez que la situamos en una oración, si además va acompañada de un artículo o de un demostrativo, deberemos elegir aquel que concuerde, en género y número, con la palabra. Es decir, no puedo decir «el jefatura» ni «unos jefatura». Debo realizar las modificaciones necesarias para lograr la concordancia (es decir, que ambos –artículo/demostrativo y sustantivo– tengan exactamente las mismas variaciones de género y número): la jefatura y unas jefaturas.

Los pormenores semánticos de «jefatura» ya son otra historia. Su significado no atañe a una realidad marcada por la condición biológica de la sexualidad. ¿Por qué? Sencillo: una «jefatura» no es un organismo vivo, sino una realidad abstracta y socialmente construida. Es decir, si bien hombres y mujeres por igual pueden ocupar una jefatura, la jefatura en sí misma es inmaterial: es un cargo, una posición; no un individuo pensante, hablante, actuante… Por lo tanto, no tiene sexo: no es hombre ni mujer. Quienes sí tienen sexo son las personas que pueden ocupar una jefatura, pero esos ya no son jefaturas sino jefes y jefas.

Oficialmente, el vocablo jefe es de género común, según dicta aún la RAE. En otras palabras, lo ortodoxo y académico sería decir «el jefe» y «la jefe». Pero en un vocablo como este, no debemos ver en el diccionario un conjunto normativo, sino uno descriptivo. El género común de la palabra es el vestigio arqueológico de una época lingüística en donde «la jefa» simplemente no existía o era la excepción, no era una realidad cotidiana y extendida a todos los estratos sociales.

Por eso, es en puntos de inflexión como este en donde el imaginario y el lenguaje inclusivo sí deben confluir y hacer su labor. La variante jefa ya está registrada en el diccionario académico desde 1837; en otras palabras, forma parte de la realidad expresiva desde hace casi dos siglos. La realidad social también se ha desbordado: ¿quién no ha tenido jefas? Y ya no hablamos de «al menos una en su vida», sino de muchas. Las jefas nos rodean y llegaron para quedarse.

Puesto que ya el DPD recoge esta discusión, es de esperar que en alguna edición futura (ojalá no muy lejana) se tome nota del cambio que ya se ha producido en el habla.

En cuanto a «los y las jefaturas», el recordatorio siempre es válido: no todo lo que termina en «a» es mujer.

miércoles, 28 de abril de 2010

DropBox: la magia del respaldo en la nube

Hace algún tiempo escuché una historia que me dejó los pelos de punta. Unos ladrones entraron en la casa de una escritora española reconocida, de cuyo nombre no guardé memoria, y se llevaron dos computadoras portátiles. En una de ellas estaban los archivos originales de su próxima novela a punto de publicar. En la otra, el respaldo.

Después de esta anécdota nada feliz y de otras tantas experiencias personales, no queda más que sumarse a la paranoia del respaldo en la era digital. Hay muchas maneras de perder la información que creíamos salvaguardada: un disco duro que falla sin previo aviso, un virus maligno, un terremoto, una inundación, un incendio, un robo desafortunado, un bebé travieso… Por esta razón es necesario tener siempre un mínimo de tres respaldos, uno de ellos, si es posible, en un lugar que esté a salvo de las catástrofes físicas de nuestro entorno inmediato. Esto nos lleva a la pregunta: ¿cómo hacemos respaldos de manera eficaz, rápida y sin pérdida de tiempo?

Y si, además, tenemos la condición de laborar parte de nuestro tiempo diario en dos computadoras distintas, una en la casa y otra en el trabajo, por ejemplo, ¿cómo podemos tener una cierta información disponible en ambas locaciones? No duplicados de las carpetas que se van haciendo distintas unas de otras sino la misma información, simultáneamente actualizada en tiempo real.

Antes de Dropbox mi manera de sincronizar documentos entre mi computadora de la casa y la de la oficina, así como mis discos de respaldo, era llevándolos y trayéndolos en una memoria USB o comparando los archivos. Esto deja de ser práctico en poco tiempo: hay que recordar cuál es la última versión del documento y cuidarse de no borrarla accidentalmente. Comencé a valorar el uso de programas de sincronización de respaldo, pero aun así esto implica un paso extra en una función que debería realizarse minuto a minuto, sin alterar la rutina diaria.

Entonces apareció Dropbox y cambió mi opinión respecto a los instrumentos de sincronización de la Web 2.0.

Dropbox es una aplicación de escritorio, que instala una carpeta dentro del disco duro de la computadora. Así, una vez instalado, no es necesario hacer nada más que colocar los documentos de trabajo dentro de esa carpeta y editarlos ahí, si así lo preferimos. La aplicación se encarga de sincronizar automáticamente toda la información de la carpeta con un sitio en la Web, en donde realiza una copia exacta de los archivos que hayamos modificado, sin requerir un paso adicional para hacerlo. Este sitio puede accederse de dos maneras: desde una página web, si estamos en una computadora ajena, o desde la aplicación del Dropbox que podemos instalar en otra computadora de nuestro uso personal, aunque no sea de la misma plataforma que la anterior. Este programa funciona perfectamente en Linux, Macintosh y Windows. (¿No es acaso una maravilla?). Si tenemos el programa instalado en computadoras diferentes, estas se sincronizarán automáticamente con solo iniciar la computadora y tener conexión a internet.

Además de las carpetas para uso privado, podemos crear una carpeta pública, ya sea para cualquier usuario de la Web o únicamente visible con clave y por invitación. Los documentos situados en esa carpeta podrán ser accedidos por nuestros colaboradores desde cualquier computadora y plataforma, en cualquier momento.

El servicio tiene una capacidad gratuita de 2 GB que se puede ampliar hasta a 8 GB, mediante la recomendación a amigos y otros pasos indicados en el sitio web. El servicio de pago puede elegirse entre dos alternativas: 50 GB por $9 mensuales, o $100 GB por $19.99 mensuales.

Sin embargo, para muchos de nosotros, 8 GB es suficiente para tener un lugar seguro en donde guardar un tercer o cuarto respaldo (dos nunca es suficiente) de nuestros archivos más delicados y compartir nuestros archivos en proceso de elaboración.

La imbatible tecnología del libro

Todo bibliófilo de corazón debería haber visto alguna vez de su vida un corto humorístico que puede localizarse en YouTube bajo el nombre traducido de “Sistema operativo” (para encontrarlo con subtítulos en español). Por nuestra cercanía al recién celebrado Día del Libro, vale la pena traerlo a este blog, para quienes no lo conozcan y para quienes tengan a bien verlo nuevamente:

Sistema operativo



Y lo complementamos con este otro video, realizado por leerestademoda.com, que destaca las ventajas de la tecnología del libro.

Book

sábado, 24 de abril de 2010

Historia de la palabra libro

[Tomado de Murillo Fernández, J. (2005). "Todos saben qué es un libro", o... ¿No?". Análisis arqueológico de los discursos del libro desde el (pre)texto de cinco informes finales de encuestas sobre "hábitos de lectura", Costa Rica, 1979-2004. Tesis, San José: Universidad de Costa Rica].

No existe una raíz indoeuropea directa que signifique ‘libro’ o algo semejante porque los pueblos indoeuropeos expresamente prohibían el uso de la escritura para la transmisión del conocimiento histórico y acumulativo del grupo, por razones tanto religiosas como pragmáticas. Este conocimiento era de carácter iniciático y se conservaba de manera oral mediante estrictas tradiciones y complejos sistemas de enseñanza (Eliade, 1984: 91).

Por lo tanto, el análisis puede comenzar, por coherencia cronológica, en Mesopotamia. El acadio tuppu origina el latín tabula ‘tabla, tablón’, ‘tablón de anuncios’, ‘lista, registro’, ‘tableta para escribir’, que produce el castellano tabla. En sumerio se tiene dub ‘tabla’ y dubsar ‘escritor de tabletas’. El tuppu mesopotámico era generalmente una pequeña plancha de arcilla, plana o ligeramente abombada, secada al sol u horneada, usualmente en forma rectangular, aunque se han encontrado algunas redondas y oblongas; además se fabricaban figuras tridimensionales con forma de conos, cilindros y prismas huecos de entre seis y diez caras (cada cara equivaldría a una página) (Escolar, 1986: 49-50).

El griego βίβλος (originalmente escrito βύβλος) se utiliza para designar el papiro egipcio, específicamente la ‘corteza de papiro u hoja o tira de ella’. Βυβλιά o βυβλία significaban ‘plantación de papiro’. El derivado βυβλίον designa ‘banda de papiro’, pero más usualmente, ‘papel, libro, documento, parte de una obra, etc.’. Ya desde la época griega se utiliza en palabras compuestas como βιβλιογράφος, βιβλιογραφία, βιβλιοφόρος y βιβλιοφύλαξ ‘archivista’, que, por lo tanto, pertenecen al mismo campo semántico.

La etimología de βύβλος es oscura, por lo que la hipótesis generalmente aceptada es que es única y exclusivamente el nombre de la ciudad Byblos –considerada por los fenicios1 como su más antigua y sagrada ciudad (Frazer, 1890/1951: 381)–, de la que Grecia importaba el papiro. Se descarta un préstamo semítico porque, en estas lenguas, las palabras para papiro (fenicio Gbl, acadio Gublu, hebreo Gǝbāl) difieren fonéticamente.

El significado primitivo de la palabra latina liber, -bri es ‘parte interior de la corteza de las plantas’ o, de forma más precisa “la capa fibrosa situada debajo de la corteza de los árboles” (Escarpit, 1965: 16). De ahí deriva la forma libro que ingresa al castellano alrededor del año 1140.

En inglés, un vocablo para este concepto ya aparece antes de 1121, y con su ortografía moderna book comienza a utilizarse desde 1375, probablemente derivada de boken, bocken ‘registrar’, utilizados todavía hacia 1200. Anteriormente se encontraban las formas boke, bok, derivadas del inglés antiguo bōc ‘tableta para escribir’, ‘documento escrito’, cognado de bōk (frisio antiguo y sajón antiguo), buoh (alto alemán antiguo), buoch ‘trabajo escrito, libro’ (alemán medio alto), Buch (alemán moderno), bōc (antiguo islandés), bok (sueco) y bōca ‘letra del alfabeto’ (gótico) y su plural bōcōs ‘libros’. También se relaciona con *bōks (protogermánico) y con bōk, bēce ‘haya’, lo que sustenta la suposición de que las inscripciones tempranas pueden haber sido hechas en tabletas de madera de haya. Según refiere Escarpit, esta familia de palabras tiene la misma raíz indoeuropea que el francés bois ‘bosque, madera’.
El ruso kniga, afirma este mismo autor, procede del chino king (por vía del turco o el mongol) que originalmente significaba ‘trama de la seda’.

Incluso en la cultura mesoamericana, desarrollada de forma independiente de la europea occidental, la base etimológica de la palabra que designaba los libros tiene el mismo vínculo semántico. En náhuatl se utiliza el vocablo amoxtli, compuesto por ámatl ‘papel’ (hecho de la cutícula fibrosa extraída del árbol amate) y ox-tli ‘lo que está aderezado e emplastado’. En consecuencia, amoxtli significa algo semejante a ‘aderezo o conjunto de papeles de amate’ (León-Portilla, 2003: 21).


1 Los fenicios también exportaron el alfabeto, tanto a los helenos, como a todos los grupos con que mantenían relaciones comerciales.


Lista de referencias y bibliografía consultada

Barnhart, R. K. (1999). Chambers Dictionary of Etymology. New York: Chambers.

Chantraine, P. (1990). Dictionaire étimologyque de la langue grecque. Histoire des mots (2 vols.). Paris: Éditions Klincksieck.

Corominas, J. (2005). Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (3.a ed.). Gredos.

Eliade, M. (1984). A History of Religious Ideas. Volume 2: From Gautama Buddha to the Triumph of Christianity [Histoire des croyances et des idées religieuses. Vol. 2: De Gautama Bouddha au triomphe du christianisme]. Chicago: Chicago University Press. (Obra original publicada en 1978).

Escolar Sobrino, H. (1986). Historia del libro. Madrid: Ediciones Pirámide y Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

Frazer, J. G. (1951). La rama dorada [The Golden Bough] (2.a ed.). Trad. Elizabeth y Tadeo I. Campuzano. México: Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1890).

León-Portilla, M. (2003). Los antiguos libros del nuevo mundo. México: Aguilar.

Miguel, R. (2000). Nuevo diccionario latino-espanol etimológico. Madrid: Visor Libros. (Original work published 1897)

Pastor, B. y Roberts, E. (1996). Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española. Madrid: Alianza Editorial.

viernes, 23 de abril de 2010

El libro no es su tecnología: reflexiones en el día del libro

Hay quienes piensan en el libro y, casi de inmediato, piensan en Gutenberg. El libro precedió a Gutenberg y trasciende la objetivación en formato impreso. El libro ha tenido muchas formas y mutaciones. En Mesopotamia, se han encontrado conos hexagonales que narran historias de sentido completo, crónicas, tal vez, pero que, en todo, son libros: guardan unidad narrativa, están compuestos por palabras y pueden ser contados una y otra vez. En las culturas orales, hay libros también: se guardan en la memoria de bardos, cuentacuentos, tejedores de historias que conocen los secretos de la transmisión del patrimonio de saber de su gente, de sus ancestros. También están compuestos por palabras y forman unidades de sentido completo, pero solamente se objetivan en sustancia a través de la palabra sonora pronunciada y emitida bajo ciertas reglas rituales, en ciertas noches alrededor del fuego o al pie del árbol sagrado…

Y aun objetivados a través de la escritura, hemos tenido libros en arcilla, en piedra, en hojas de palma, en papiro, en pergamino, en bambú, en tela…

Los libros se forman de palabras que no siempre han estado impresas y no siempre lo estarán. Ya nos promete el siglo que apenas entra a su segunda década, un futuro en donde predominarán los libros objetivados con palabras formadas de luz y electrones, pero que seguirán siendo libros.

No obstante, en el estado presente de la historia, los buenos y rectangulares libros impresos en papel siguen siendo hermosos al tacto, dulces al olfato, atractivos a la vista y objetos de valor sentimental para quienes hemos optado por rodearnos de ellos, aprender de ellos, crecer con ellos, soñar con ellos… En el día del libro (o al menos al día siguiente), celebramos la existencia de este objeto tejido de palabras y tan sustancial a la cultura humana que, sin él, nuestra vida sería otra.

miércoles, 21 de abril de 2010

Cómo citar Wikipedia en APA

Una de las preguntas más frecuentes es cómo citar Wikipedia en APA, principalmente porque si buscamos en la sexta edición en inglés de este manual, a pesar de haber incrementado sustancialmente los criterios de referencias electrónicas, no se refiere todavía al caso específico de Wikipedia o de cualquier wiki, en particular; sino que se mantiene en un lenguaje muy genérico que evita entrar en especificidades.

En vista de esta circunstancia, un sitio complementario de consulta indispensable es el blog de la American Psychological Association, en donde sus expertos responden a las dudas más frecuentes emergidas de un manual todavía incompleto.

La respuesta oficial de APA

Timothy MacAdoo, apegado al manual, responde que para citar Wikipedia debe seguirse el modelo 30 (APA, 2009: 205), titulado “Entry in an online reference work, no author or editor”.

Este es el ejemplo:

Psychology. (n.d.). In Wikipedia. Retrieved October 14, 2009, from http://en.wikipedia.org/wiki/Psychology

Atención a los detalles: la entrada no se escribe entre comillas (como ordena el manual para la lista de referencias, aunque sí debe escribirse entrecomillado si se cita en el cuerpo del texto), después de la preposición “en” no hay dos puntos y la URL (dirección web) se escribe sin subrayar y sin punto final. Al respecto del punto final, en otro lugar, el manual de APA dice (traduzco): “No añada un punto después de la URL, para prevenir la apariencia de que el punto forma parte de la URL. Este no es un problema de estilo, sino de recuperación” (p. 192).

Pero el punto más polémico de todos es la fecha: el ejemplo recomienda “n.d”, es decir, “no date”; en español, “sin fecha” o “s. f.”.


¿Por qué sin fecha?

Los lectores de ese blog le preguntan a McAdoo, pasmados, el porqué de esta determinación, bajo argumentos tan sensatos de que el “n.d.” debería reservarse como último recurso para publicaciones de las que realmente no conocemos la fecha y de que es obligación de quien cataloga o refiere proporcionar aunque sea una fecha aproximada (aunque sea el siglo, dicen, si es lo único que tenemos). Después de todo, Wikipedia guarda registro de todos los cambios realizados, con pelos y señales, incluyendo, al final de la página, la última fecha de modificación.

La respuesta del experto no fue satisfactoria: la fecha entre paréntesis se refiere año de publicación, y este criterio no es compatible con el de “fecha de modificación”.

Desde luego, para quienes trabajamos en entornos académicos, apegarse a un manual no debería impedirnos cumplir nuestra obligación: proporcionar información acertada sobre la verdadera fecha de creación de los materiales referidos. Esta necesidad es particularmente imperiosa en la era de los cambios frenéticos de Internet: necesitamos saber, con toda exactitud, qué versión está siendo citada, y para eso la misma Web nos da todas las herramientas necesarias.


La fecha de recuperación no basta

Como bien apuntan otros comentaristas del blog citado, la fecha de recuperación es insuficiente, por sí sola, para conocer la última versión de un artículo, porque una entrada puede ser modificada por diferentes editores varias veces en el mismo día.

Por eso, los lineamientos que la propia Wikipedia ha publicado en su sitio web en inglés para citar sus contenidos, proponen anotar el nombre completo de la enciclopedia (no el abreviado), consignar la fecha de última modificación del artículo, añadir la hora de consulta a la fecha y emplear el enlace permanente de la entrada.

He aquí un ejemplo, en inglés:

Psychology. (2010, March 16). In Wikipedia, The Free Encyclopedia. Retrieved 19:58, March 17, 2010, from http://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Psychology&oldid=350190310

¿Dónde está el enlace permanente?

El enlace permanente o permanent link es un hipervínculo que nos dirigirá siempre, sin excepción, a la versión exacta de la página tal y como fue vista en el momento de ser consultada. Basta con buscar en la columna izquierda de enlaces de cualquier entrada de Wikipedia. Es la única manera de lograr que autor y lector se encuentren en el espacio cibernético a pesar de las distancia en el tiempo. El lector podrá viajar al pasado al texto exacto que parafraseaba el autor que está leyendo.


¿Cómo castellanizamos la regla?

La expresión “retrieved from” es traducida por la quinta edición en español como “recuperado el”, seguido por la fecha, ejemplo: 8 de mayo de 2009 (APA en español, 2001: 269).

Finalmente, nos queda el tema de la puntuación de la oración. Los autores del manual de APA pueden quedar satisfechos con argüir problemas de exactitud más allá de lo que denominan “estilo”. En mi caso, haciendo un esfuerzo por no atropellar la lengua en el cumplimiento de las exigencias de de la era de Internet, prefiero emplear un separador semiótico que me permita indicarle al lector, sin la menor duda, cuáles componentes gráficos del texto forman parte de la dirección y cuáles no. Para esto, se encierra la dirección electrónica entre dos antilambdas, una de apertura y otra de cierre: < >; de tal manera que ahora sí puedo emplear el punto final de la oración, y respetar la correcta ortografía de nuestra lengua.

Resultado final

La consulta de un artículo originalmente consultado en español (no traducción; recordemos que si se consulta una obra en otra lengua distinta de la del autor o traducida, aplican reglas adicionales), quedaría así:

Artículo. ([año], [día] de [mes] [fecha de última modificación]). En Wikipedia, la enciclopedia libre. Recuperado el [día] de [mes] de [año] a las [00:00] de <enlace permanente: URL completa, incluido el http://>.

La hora debería citarse utilizando el sistema de notación de 24 horas, para que sea más sintético, preciso y universal. Desde luego, los corchetes aquí empleados deberían eliminarse por completo de una bibliografía final, así:

Bibliografía. (2010, 21 de abril). En Wikipedia, la enciclopedia libre. Recuperado el 21 de abril de 2010 a las 17:17 de <http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Bibliograf%C3%ADa&oldid=36312255>.



Lista de referencias

American Psychological Association (2001). Manual de estilo de publicaciones de la american psychological association [Publication Manual of the American Psychological Association, Fifth Edition]. Trad. Maricela Chávez, Gloria Padilla, Mayra Inzunza, Alcyone S. A. de C. V., José Alberto Jiménez. México/Bogotá: Manual Moderno (Obra original publicada en 2001).

American Psychological Association (2009). Publication manual of the American Psychological Association (6th ed.). Washington, D.C.: Author.

domingo, 18 de abril de 2010

Audiolibros en la mar

Katie Spotz, de 22 años, se propuso convertirse en la persona más joven que haya cruzado el Atlántico en bote. Para soportar diez horas diarias de remo, la soledad de dos meses y el confinamiento en un reducidísimo espacio que se volvió su casa durante ese tiempo, tomó una decisión crucial: encontrar algo que hacer. Así, se entrenó previamente con cien horas de meditación, se apertrechó con 300 barras de chocolate (¡sin duda un artículo de primera necesidad!) y se llevó consigo cuatro iPods cargados con 100 audiolibros.

¿Qué hace uno cuando se enfrenta a una situación de confinamiento? Muy sencillo: entretenerse. Así, esta joven no renunció a la lectura (ni a la escritura, gracias a Twitter), y a pesar de embarcarse (literalmente) en una aventura que uno podría haber creído incompatible con la imagen de una persona leyendo libros (en papel), se las ingenió para encontrar la manera de mantenerse ligada al mundo de la palabra, gracias al formato del libro para ser escuchado.

Esta divertida noticia de domingo por la tarde es un recordatorio de que la lectura no está muerta y, gracias a tecnologías tan novedosas y populares como iPod, quizás está más viva que nunca. En cuanto a Katie, ¡felicidades por la hazaña!

http://www.nacion.com/2010-04-18/Mundo/UltimaHora/Mundo2339189.aspx

sábado, 17 de abril de 2010

Zotero: bibliografías eficientes, gratuitas, sincronizadas y multiplataforma

Zotero es una de las mejores alternativas de administración de base de datos bibliográfica para quienes no disponen de los medios o la posibilidad de emplear programas como Sente, Bookends o Endnote.

Tiene las siguientes ventajas, nada despreciables:

  1. Un manejo bastante adecuado de los campos bibliográficos. Por ejemplo, es posible indicar que un «autor» es en realidad un «editor» o «coordinador» y el programa creará la entrada bibliográfica correctamente con ese dato; y añadir un traductor. Sin embargo, no contempla la inclusión del año original de publicación, necesario en obras clásicas, de más de un siglo y en traducciones (cosa que sí se puede hacer en Sente).
  2. Creación de entradas aunque no se disponga de página web o PDF, solamente llenando los campos de información.
  3. Capacidad para adjuntar archivos PDF.
  4. Captura de páginas web, con la creación automática de los metadatos respectivos. Aún así, conviene siempre revisar la información recopilada, porque puede llevar errores de diversa índole: ortografía, adjudicación de campos, etcétera.
  5. Integración, por medio de un plug-in o extensión, con Word y OpenOffice; y con drag and drop a cualquier aplicación abierta (aunque cuando la referencia se pasa así, hay limitaciones de formato).
  6. Multiplataforma. Es, en realidad, una extensión del Firefox, por lo cual puede utilizarse indistintamente en Mac, Windows y Linux.
  7. Sincronización. Si el usuario crea una cuenta en el sitio web de Zotero, podrá sincronizar cuantas computadoras quiera con la misma base de datos, aun si una de estas corre Windows y la otra es una Mac o tiene sistema Linux.
  8. Bibliotecas compartidas. Es posible crear colecciones públicas, ya sea total o parcialmente abiertas, o visibles solo por invitación. Esta es una herramienta útil para trabajar en colaboración con otras personas o miembros de un equipo.
  9. Reconoce archivos en formato BibTex y otros formatos de bases de datos bibliográficos, con lo que podemos importar nuestras bibliotecas ya creadas en otros programas, por ejemplo, para compartirlas o tenerlas disponibles fuera de la computadora de la casa.
La creación de documentos con referencias en Zotero es bastante simple, una vez que se ha superado el escollo inicial de instalar la extensión para Word o para OpenOffice. La instalación del programa no incluye, de manera automática, esta extensión. Es necesario ir al sitio web de Zotero y buscar el plug-in respectivo.

Cuando la instalación ha sido exitosa, en el procesador de textos aparecerá una barra de herramientas con varios botones directamente vinculados a Zotero: insertar referencia, insertar bibliografía, modificar bibliografía, etcétera. Así, cuando uno quiere insertar una referencia, pulsa el botón respectivo. Una ventana de diálogo nos lleva de inmediato a Zotero para elegir la fuente; ahí podremos incluso indicar el número de página, en caso de tenerlo. Una vez aprobado todo, inserta la referencia, entre paréntesis, según el formato seleccionado. Para crear la lista de referencias, se pulsa el botón de insertar bibliografía y automáticamente, en tiempo real, van apareciendo las fuentes completas conforme las referencias se van insertando en el documento.

Así, de una manera muy sencilla, se va logrando un texto listo para publicación, siempre y cuando la base de datos esté completa, haya sido correctamente digitada e incluya todos los datos pertinentes. En el sitio web de Zotero prometen que es incluso saltar de un estilo bibliográfico a otro durante el proceso de escritura además, desde luego, de poder elegir entre modelos bibliográficos diversos, al menos los más utilizados.

Entre sus desventajas encontramos que nos obliga forzosamente a trabajar con Word u OpenOffice, programas que algunos escritores ya hemos dejado atrás.

No obstante, si su flujo de trabajo debe realizarse forzosamente con los procesadores de texto tradicionales, en plataforma Windows o dependiendo íntegramente de software libre, definitivamente Zotero es su mejor opción.

Cómo hacer una bibliografía con Sente

Sente, como ya se ha mencionado antes en este blog, es un programa para la creación de una base de datos bibliográfica que pueda integrarse con la escritura de documentación académica.

Comparto aquí la experiencia que he tenido con el programa hasta el momento, aunque estoy segura de que otros usuarios con más experiencia podrán compartir maneras todavía más eficientes de trabajar.

Una de las ventajas de Sente, por encima de las aplicaciones gratuitas limitadas a Word y OpenOffice, es su integración con cualquier procesador de texto o programa que emplee lenguaje RTF. Por esta razón, se puede emplear bien con Scrivener, Nisus Writer, Word y Pages. Su integración con Mellel es todavía mayor, una ventaja para quienes prefieren ese programa (mientras que la integración con Nisus es incipiente, comparada con la que este programa ha logrado con Bookends).

Las otras funciones en que Sente destaca son el excelente manejo de los campos bibliográficos y de notas o citas para el documento. Desde luego, también incluye un poderoso motor de búsqueda, la posibilidad de crear listas inteligentes y la organización de la base de datos a la medida del usuario, mediante colecciones de todo tipo.

Además de la información bibliográfica propiamente dicha, se pueden vincular adjuntos a cada referencia, especialmente útil para incluir documentos en PDF.

También contempla la posibilidad de incluir páginas web, con campos para la hora de recuperación del archivo que, como sabemos, debe incluirse en la lista de referencias.

Paso 1
Crear en Sente una base de datos en donde se colocará toda la información bibliográfica. Es conveniente crear una sola gran base de datos, puesto que la versión actual no permite combinar bases de datos distintas para escanear documentos. Los desarrolladores han prometido que versiones futuras ya tendrán esta función.

Paso 2
Crear el vínculo entre la referencia y el procesador de texto. Esto se puede hacer mediante dos formas:

  1. comando + y inserta la referencia en el procesador de texto. Este método tiene el inconveniente de que si hay dos procesadores de texto compatibles al mismo tiempo, lo insertará en aquel que aparezca primero en su lista.
  2. drag and drop desde la ventana de Sente hasta el procesador de texto. En este caso, hay que tomar en cuenta tres tipos de paso entre Sente y el procesador:
    • drag and drop: entrada bibliográfica completa. Ejemplo: Corominas, J. (2005). Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (3.a ed.). Gredos.
    • drag and drop + command: hipervínculo a Sente. Ejemplo: sente:/Bibliograf%C3%ADa+total/Corominas+2005
    • drag and drop + option: referencia entre llaves para crear la bibliografía posteriormente. Ejemplo: {Corominas 2005}
Si además queremos añadir un número de página a la referencia, basta escribir dentro de ella una arroba seguida del número de página, así: {Corominas 2005@45}.

Si queremos incluir la lista de referencias, antes de proceder al último paso, hay que escribir, entre llaves, la palabra bibliography, en el lugar en donde queremos situarla, de esta manera: {Bibliography}.

Paso 3
Cuando hayamos terminado de redactar nuestro documento y queramos proceder a realizar la versión final para su publicación, mientras tenemos el documento abierto en el procesador de texto, vamos a Sente > file > scan document. Se abrirá en ese momento una ventana de diálogo para verificar el documento, seleccionar el estilo bibliográfico y elegir la ruta de destino para la versión final; seguidamente, el programa escaneará el archivo y dará un informe de todas las referencias encontradas.

Si estamos de acuerdo, Sente creará un duplicado del documento original, con el mismo nombre y, entre paréntesis, el nombre del estilo bibliográfico seleccionado. Veremos un duplicado exacto de nuestro artículo, salvo que ahora en donde antes había llaves, veremos las referencias bajo el formato seleccionado, tal y como esperamos verlas en la publicación definitiva; y en donde hayamos situado la bibliografía, encontraremos una lista íntegra de todas las obras consultadas y que hayan estado citadas en el texto.

Para un mejor desempeño del formato final, conviene programar Sente a nuestra medida, manipulando el uso de mayúsculas y minúsculas, colocando adecuadamente la información en los campos bibliográficos e, incluso, creando estilos bibliográficos modificados para incluir una puntuación correcta en castellano o la traducción de algunos datos automáticamente insertados. Si hemos realizado esto de manera adecuada, el margen de error en la bibliografía final será mínimo, aunque se recomienda siempre una revisión exhaustiva, si el objetivo último es una publicación.

La fantasía del investigador: bibliografías en un clic

El título que he elegido para este artículo es un poco falaz. En realidad, las bibliografías «en un clic» no existen si no han sido precedidas por mucha paciencia, buenos hábitos de acopio de datos y, sobre todo, herramientas informáticas de punta para la investigación. Entonces sí, cuando esos factores se sincronizan, podemos llegar al momento de nuestra escritura en que la lista final de referencias de una publicación se haga, literalmente, en un clic.

En el artículo anterior mencionamos la imperiosa necesidad de mantener excelentes hábitos de recopilación de datos bibliográficos. Y cuando digo «excelentes», implícitamente le añado «obsesivo-compulsivos», «paranoicos» y «extra precavidos», todo para evitar un intolerable dolor de cabeza cuando estemos contra el tiempo, cumpliendo plazos de entrega y ya listos para ingresar en la cadena de producción editorial o de la academia.

Tras unos meses de experimentación, puedo decir con mucho alivio que existe una manera diferente de trabajar, pero esta requiere de cierta planificación, previsión y, sobre todo, deseos de hacer las cosas bien desde el principio.

El primer paso será seleccionar una herramienta informática para la administración de la base de datos bibliográfica. Como ya se ha mencionado antes en este blog, hay programas de pago de excelente calidad, como el Sente (Mac), el Bookends (Mac) y el Endnote (Mac y PC). Pero también hay gran variedad de herramientas gratuitas. En esta entrada de Wikipedia hay una comparación de los diversos programas y sus posibilidades.

Una vez elegido el programa, lo más temprano que se pueda en el proceso de investigación o de escritura inicial, el siguiente paso será crear la base de datos bibliográfica e irla completando poco a poco. La información será ingresada una única vez; pero, si se ha hecho bien, se podrá utilizar cuantas veces lo desee el usuario, en cuantos artículos, tesis o libros escriba. Por lo tanto, la creación de la base de datos debe ser nuestra prioridad, ya que será de utilidad durante muchos años y escritos por venir.

Una vez que se ha comenzado a escribir, según el programa que se haya elegido, se comienzan a integrar las referencias bibliográficas dentro del texto (en el procesador de textos). Cada programa funciona de manera distinta, pero el resultado es el mismo: al final logramos obtener un documento con sus referencias completas, con una bibliografía generada automáticamente desde el programa y con el formato bibliográfico de nuestra elección, a partir de la gran cantidad de alternativas que estas aplicaciones ofrecen.

Si estos sencillos pasos se han seguido durante todo el proceso de investigación y de escritura, el día antes de la fecha de entrega, solamente estaremos preocupados por revisar la redacción y cualquier gazapo en la bibliografía, pero no estaremos volviéndonos locos recuperando datos faltantes o leyendo de pies a cabeza los manuales de estilo bibliográfico para tratar de entender cuál es la manera correcta de anotar los datos de referencia.

Desde luego, es muy recomendable que el escritor académico maneje correctamente el manual del estilo de citación que está empleando, para que pueda verificar el formato que el software aplicará de manera automática; pero, sin duda, este método reducirá considerablemente el tiempo dedicado a crear las listas de referencias bibliográficas, reducirá el margen de error y le ayudará a presentar trabajos más profesionales con menor esfuerzo.

viernes, 16 de abril de 2010

Investigador precavido... publica buenas bibliografías

El inicio de una investigación todavía no muy definida, antes de la etapa de escritura, corresponde al tiempo de la lectura, de consultar autores y autoridades, de extraer de las fuentes las piezas que, aun cuando no lo sabemos todavía, llegarán a ser medulares en nuestra obra final.

Uno de los errores frecuentes durante esta etapa es ser poco exhaustivos con la información bibliográfica. Meses, hasta años después, cuando ya hemos pasado muchas horas escribiendo y estamos listos para remitir el original a su publicación, o cuando un editor o corrector lo tiene en sus manos con la responsabilidad de lograr una bibliografía que tenga sentido, notamos los vacíos y apuros en los que nos metieron nuestros desordenados hábitos de acopio de datos.

Para evitar estas situaciones incómodas y ahorrar muchas horas en tratar de recuperar la información bibliográfica correcta, conviene tomar nota de todos los datos que podríamos necesitar después.

La lista no es muy extensa:

  • Autor (nombre y apellidos)
  • Nombre de la obra
  • Editorial
  • Ciudad de publicación
  • País de publicación (algunos sistemas lo piden en caso de duda o ambigüedad)
  • Editorial
  • Edición (a menos que sea la primera)
  • Página consultada
Uno creería que tomando nota de esos datos generales, no puede haber ningún problema, ¿cierto? Gran cantidad de publicaciones caben en ese molde sin mayores dificultades. Las dudas aparecen con las excepciones. ¿Qué hacemos cuando la obra no tiene un autor aparente? ¿Y si es una obra de referencia con varios volúmenes? ¿Y si es un diccionario reconocido? ¿O una enciclopedia? ¿Cómo se anotan las obras de autores clásicos? ¿Y si se trata de una traducción, también debo tomar nota de eso?

La respuesta es sí: toda la información pertinente para lograr una bibliografía completa debe ser tomada en cuenta y anotarse de una manera o de otra cuando llegue el debido momento.

Si no encontramos un autor en la cubierta, no debemos rendirnos tan fácilmente. Hay que buscar si hay un editor o coordinador del proyecto, en cuyo caso este aparecerá en el campo de «autor» con la anotación, entre paréntesis, de que este es un editor o un coordinador. Y aun cuando no haya, en apariencia, ningún editor o coordinador, habrá algunos casos en que la editorial puede fungir como autor y asumir esta responsabilidad.

Si estamos consultando una enciclopedia, no deberíamos conformarnos con anotar el nombre de la obra. También debemos tomar nota de la cantidad de tomos y volúmenes que tenga, cuál de todos estamos consultando y si los artículos o capítulos tienen autoría. Muchas enciclopedias tienen un carácter casi antológico y los créditos de sus partes y artículos están claramente delimitados. En estos casos, vale la pena tomar nota del autor de la «parte» consultada porque luego deberemos incluirlo en la lista de referencias.

En cuanto a las obras traducidas, tampoco estamos muy acostumbrados a añadir los datos de título original, año original de publicación y nombre del traductor.

Algunos diccionarios no consignan del todo el nombre de sus editores o coordinadores, pero la editorial pasa a ser la entidad colectiva que asume la responsabilidad de la obra. Es distinto el Diccionario de uso del español de Vox al de Editorial SM, aunque ambos tienen un nombre muy similar. Por lo tanto, la mejor manera de lograr una bibliografía sin confusiones es situar la editorial en la posición del autor y así indicar, sin equívocos, a cual equipo editorial se le debe la obra.

En el caso de las revistas, más vale tomar toda la información posible: año, volumen, número, fecha de publicación, páginas del artículo (no solo las páginas consultadas, sino de cuál página a cuál página, dentro de la publicación, se extiende el artículo).

Otros casos también complejos son las obras más o menos viejas (anteriores a la estandarización internacional) en donde no siempre hay una editorial o un editor; en estos casos, solo por si se necesitara, anotemos también la imprenta, porque esta es la información que podríamos consignar.

¿Y si del todo no localizamos un año, una ciudad de publicación, una editorial o imprenta? En ese caso, no cometamos el error de nada más dejar el dato en blanco. Escribamos, sin reserva y de manera explícita, que la obra consultada no tiene pie de imprenta o fecha; de manera que luego, cuando estemos armando la lista de referencias, no tengamos la menor duda de que ahí nos corresponderá escribir, por ejemplo, s. f. (sin fecha).

Si estamos consultando un archivo de fuentes primarias, lo más conveniente es tomar nota de todo; porque luego deberemos consignar la información de maneras especiales, indicando por ejemplo el folio, el tomo, la caja o cualquier dato que al lector le pueda servir para volver a encontrar el documento si así lo quisiera.


En cuanto a las referencias digitales, páginas web, versiones electrónicas de artículos de revistas que también existen en formato impreso, hay también que anotar toda la información que sea posible acopiar, incluyendo, en el caso de las páginas web, la fecha de consulta y, en algunos casos extremos, la hora de consulta (para aquellos sitios con actualizaciones continuas, como Wikipedia). No basta con tomar nota de la URL.

En general, es mejor que la información sobre y no que falte, para que al final no tengamos que andar sobre nuestros pasos, tratando de recuperar los datos que podríamos haber obtenido desde el principio con solo demorar unos minutos más y tomar nota de los detalles.

Los pies por delante: comenzar el párrafo por la referencia

En la escritura académica es frecuente encontrar un vicio bastante desagradable: iniciar los párrafos con el nombre del autor que se está citando o de la fuente a la que se está haciendo referencia.

La primera palabra o la primera frase de un párrafo es mucho más que solo el inicio: es un marcador de lectura, un enganche, un indicador de lo que ahí vamos a leer, un punto de partida y también un punto de apoyo para el retorno, cuando ya no estamos leyendo sino releyendo, por cualquier motivo que sea de nuestro interés, como investigar, repasar, estudiar, revivir un pasaje de especial impacto o, simplemente, compartir con un amigo o amiga querido aquella escena que tanto provocó en nuestra imaginación.

La referencia es, por su propia naturaleza, secundaria; y no corresponde a la médula del texto, sino a las coordenadas de su origen. Al menos así ocurre la mayoría de las veces (hay numerosas excepciones). Por lo tanto, la táctica narrativa de iniciar por «Según Fernández…» o «Rojas dice…» es comenzar «con los pies por delante».

¿Por qué se incurre en esta práctica estilística? (Sí, habrá quien lo denomine «estilo» y defienda su uso). Citar al otro es uno de los más evidentes apelativos a la falacia de autoridad: «esto es verdadero no porque lo diga yo, sino porque lo dice mengano». Así el autor les demuestra a sus pares (verdaderos destinatarios de su disertación) cuánto «sabe» y cuánto ha leído: la cantidad y calidad de las referencias valida su trabajo, pero solo si son reconocidas por los lectores. Eso nos lleva a comprender el estilo: el uso únicamente del apellido (más allá de lo que dicten los manuales bibliográficos), sin tomarse la molestia de explicar quién es o contextualizar su trabajo, va aparejado a un implícito tono de voz, una pose, una manera de decir «sé de lo que hablo y, si usted no lo sabe, es problema suyo». El otro lector, el lector común, el estudiante, el investigador preocupado por el fondo y no por la forma, no pasa por la mente de esta clase de autores. Mantener la pose académica vale más que comunicar.

La desmedida referencia a otros también puede convertirse en una estrategia para esconder la falta de argumentos propios, la carencia de un verdadero hilo conductor en el propio planteamiento.

Todo esto se puede leer entre líneas cuando un párrafo inicia por el nombre de otro, con una voz ajena, la de alguien que no tiene nada que ver con quien somos, ni lo que nuestra escritura puede ser.

Desde el punto de vista de la lectura, la referencia situada en el lugar más prominente del párrafo es un estorbo constante cuando se reitera párrafo tras párrafo, a lo largo de páginas y obras completas. Nuestra mente, en lugar de ir reconstruyendo los contenidos esenciales que más requieren de la atención consciente, se distrae en la recreación de una geografía onomástica de mayor protagonismo que las ideas o las imágenes cruciales.

Cuando hagamos la corrección, cabrá hacerse las preguntas: ¿era eso lo que se buscaba?, ¿es ese estilo el más apropiado para el público al que puede beneficiar el texto?, ¿realmente preferimos darle más valor al otro, a la referencia, que a nuestros propios planteamientos?, ¿la sobreabundancia de referencias vela un texto vacío, desarticulado y carente de una propuesta original? Las respuestas dictarán cómo se deberá reescribir, corregir, editar y publicar. Si la ética gobernara en la selección de las obras publicadas en las universidades, ni una página de papel se desperdiciaría miserablemente en textos escritos para ganar puntos en el régimen académico, obtener posiciones laborales y engrandecer el ego de los pseudoacadémicos.

sábado, 10 de abril de 2010

«Por lo anterior»: una vaga manera de iniciar

Iniciar un párrafo con «por lo anterior» es uno de los pecados capitales de redacción. Debería ser condenado con pena de tachado inminente, sin derecho a apelación. Es una expresión vaga, difusa, sin asidero; más todavía cuando nos regodeamos en la certeza ilusoria de suponer que el lector coincide plenamente en su interpretación del objeto, conclusión o razonamiento al que, en la cúspide de la inspiración, le estamos denominando «lo anterior».

¿Y qué es «lo anterior»? ¿Qué es «todo»? Se pregunta uno cuando lee... Hay que retroceder, releer (a veces varios párrafos, varias páginas), solo para descubrir que no sabemos qué de todo lo dicho es eso «anterior» tan contundente, tan claro y tan maravillosamente evidente que, si yo (lector) «he leído con atención» no debería haber pasado por alto (según el autor, claro).

¿Y es realmente «por»? Al emplear «por lo anterior» estamos también creando una relación lógica entre dos componentes: un evento ocurre y tiene consecuencias, están íntimamente ligados por una relación de causa y consecuencia; o bien, de antecedente y sucedente. Es vital que esta relación de correspondencia exista antes de insertar un «por lo anterior» que, de otra manera, no pasaría de ser un latiguillo desafortunado.

Sin duda los lugares en donde encontraremos más este tipo de expresión será la escritura técnica, el ensayo, la narrativa… Rara vez se colará en la literatura, la ficción, la poesía; y, si lo hace, más vale que sea con una maestría tal, que se haga algo inusitado con esa intromisión.

En las obras académicas didácticas, este es un vicio de especial frecuencia, por la naturaleza misma de los textos: obras expositivas, muchas de ellas autoexplicativas, cuyo principal propósito es enseñar a quien está ahí para aprender. Y es ahí en donde los cuidados de la redacción deben redoblarse. El estudiante necesita textos claros, bien construidos, en donde no quede lugar para la ambigüedad y la duda como resultado de la mala exposición. Expresiones como «por lo anterior» solo contribuyen a crear ideas difusas, sin la necesaria definición para ayudarle al lector a recrear una imagen clara, vívida y precisa de cuanto está procurando aprehender.

¿Cómo se corrige?
Sin duda no todos los «por lo anterior» son condenables a priori(aunque, por lo general, casi todos los que inician un párrafo). Para tomar la decisión de mantenerlos o tacharlos, conviene interrogar tanto al texto como al autor. Al texto para comprobar si se sostiene solo. Le hacemos la pregunta: «¿qué es lo anterior?». Si el texto responde (es decir, si no nos perdemos cuando tratamos de encontrar la respuesta y está ahí, muy clara y evidente), el resto sería solamente ver que no sea disonante y esté en su sitio justo, con la ortografía o sintaxis respectiva.

Pero si el texto no puede responder, hay que trasladarle la pregunta al autor. Se le debe mirar a los ojos y pedirle que, por favor, responda en una frase o en una palabra qué es «lo anterior». Si no puede hacerlo o nos dice algo como «todo lo que se acaba de decir, ¿no lo ve?», tendremos ambos (autor y corrector) la prueba contundente de que el problema no es la redacción, sino una construcción todavía borrosa, sin claridad, incomunicable porque el propio razonamiento que la sustenta necesita refinamiento. Es equivalente a la prueba del que sabe: si puedo explicar algo, es porque lo sé; si me pierdo en la explicación, todavía no lo sé. Así pues, antes de reescribir, habrá que enviar al autor a casa a rediseñar con mayor precisión ya no sus palabras, sino su obra.

domingo, 4 de abril de 2010

La oportunidad del inicio de un texto

Hay muchas primeras palabras o inicios en un texto: el nombre de una obra, el título de un apartado, el primer párrafo, la primera página, la primera frase de un párrafo… Esos suelen ser los lugares en donde un lector comienza su trayecto por el texto y si –y solo si– le son lo suficientemente atractivos le dará una oportunidad a la siguiente frase, al siguiente párrafo, a la siguiente página, al siguiente apartado, a la siguiente obra.

Esta es la zona textual de la oportunidad –quizás la última que tengamos– de atrapar al lector y compelerlo a seguirnos leyendo, a no soltar el texto entre sus manos, a obligarse a hacer un tiempo en su vida para dedicárnoslo.

¿Por qué habríamos de desperdiciarla?

Hay muchas maneras de dilapidar miserablemente las primeras palabras: un título vago e impreciso; un latiguillo; una voz ajena a la propia, mal elegida y mal situada; unas palabras vacías e insustanciales; un complemento circunstancial sin consecuencia; una interminable referencia bibliográfica (que de todas maneras debería ir al final y no al inicio)…

Estamos jugando aquí con la primera impresión. A diferencia nuestra, el lector todavía no sabe nada de nuestro texto. Solamente tiene lo que le demos ahí, en esas primeras palabras. Corresponde preguntarnos: ¿es esto lo primero que debe saber el lector? ¿Por qué quiero que conozca esto y no algo más? ¿Qué impresión le darán estas primeras palabras del resto del libro (sobre su tono, dirección, finalidad, abordaje)? ¿Qué necesito enfatizar y, por lo tanto, colocar en este lugar privilegiado del texto? ¿Qué quiero despertar en el lector para engancharlo y hacerlo seguir?

Y si usted pensó que este tipo de reflexión vale solamente para la primera página de un libro o de un capítulo, aquí va una razón por la que este debe ser un ejercicio constante en todo el texto. Cuando un lector regresa sobre lo leído, tal vez para recuperar una idea clave o para estudiar (lo típico de las obras académicas didácticas o de aquellas infortunadas que deben ser leídas en un contexto académico), su primera guía serán las primeras frases de cada párrafo. Si ahí, en las primeras cinco o seis palabras, no logra recuperar la memoria de cuál era el tema tratado por ese párrafo, el texto se transforma en una selva oscura, indiferenciada, de caracteres demasiado similares entre sí, sin un trillo para seguir.

Esto no solo vale para escritura creativa o ficcional. La escritura no ficcional –y, quizás deberíamos decir, especialmente la escritura no ficcional–, con la densidad de sus contenidos y lo ya de por sí dolorosos o especializados que pueden llegar a ser, debería también preocuparse por hacerles la vida fácil a sus lectores con un texto fluido, bien escrito y que incite a seguirlo leyendo. No he dicho superficial, he dicho bien escrito. Hay una gran diferencia.

Latiguillos: qué son y cómo evitarlos

Este vicio de la escritura tiene un nombre bastante gráfico: podemos imaginarnos un pequeño látigo cuya onda resuena en el espacio en su constante ir y venir, extenderse y contraerse, aparecer y reaparecer…

Precisamente la esencia de su definición es esa: el latiguillo es una expresión colada en la conversación o en la escritura que aparece y reaparece sin cesar. También tiene otra condición: es una «expresión efectista y sin originalidad», según la define José Martínez de Sousa en su Diccionario de redacción y estilo.

Tomo de este mismo diccionario algunos ejemplos típicos: ¿verdad?; o sea; ¿eh?; y entonces…, ¿entiendes?, ¿vale?, para nada. Muchos de ellos, acota Martínez de Sousa, son expresiones de moda, sujetas al vaivén de las épocas y las generaciones. La mayoría de estos ejemplos son típicos del habla y tal vez por eso se nos vuelven familiares, normales, propios de una buena expresión escrita. Así se cuelan en nuestros textos, en nuestros párrafos, en los primeros borradores de las páginas y páginas que llegarán a ser un libro.

La mejor manera de evitarlos es la corrección y la reescritura. Pocos son los autores capaces de irlos eliminando desde la primera versión de su texto. No es imposible, pero requiere de experiencia y de una actitud consciente al escribir, la actitud de reflexionar cada palabra antes de colocarla en el papel con los filtros de la corrección ya activados.

Casi nunca somos conscientes de nuestros propios latiguillos. Por lo general es alguien más quien, al leer un texto escrito por una voz distinta de la suya, tras cierta cantidad de páginas, comienza a experimentar, de manera inconsciente, el azote de una expresión que parece muy familiar, demasiado familiar, dolorosamente familiar.

Ahí hay un latiguillo.

El lector experto (corrector, editor, autor que reescribe) también debe entrenarse para darse cuenta de cuál es el látigo que viene sonando en su oído. La única manera de verificar si la expresión es o no un latiguillo, una vez que llegamos al párrafo en donde tomamos consciencia de su aparición, es devolviéndose en la lectura y hacer un marcado selectivo. Se puede emplear un marcador de color para distinguir la expresión sospechosa. Así la veremos salir brutalmente de su camuflaje de palabra llana, saltará tridimensionalmente de la hoja y veremos cuántas veces comienza a dibujarse en el entramado del texto. Ahí tenemos la prueba del latiguillo y, a partir de ese momento, corresponderá eliminarlo de las muchas maneras que la lengua nos permite.

Otra manera de verificar cuán extensiva puede ser la repetición del latiguillo es generar la estadística léxica del texto con un programa informático especializado, y verificar cuál es la cantidad y porcentaje de aparición de la expresión empleada. Esto puede hacerse con WordSmith Tools, una aplicación especializada en análisis léxico y concordancia. El DevonThink Pro (así como su versión Office) y Scrivener incluyen un motor de concordancias entre sus funciones y también nos permite observar la frecuencia léxica de cualquier documento de la base de datos.

jueves, 1 de abril de 2010

«Mal de todos, consuelo de tontos»: la escritura en comunidades académicas


La escritura académica y erudita tiene su particular juego de necesidades en cuanto a la redacción, así como su propia colección de vicios. A menudo, además, vemos que las comunidades docentes en universidades e institutos clonan y heredan sus costumbres a las nuevas generaciones de estudiantes y, repentinamente, emerge una especie de jerga, en donde se repiten los problemas de redacción de un artículo a otro, de una tesis a otra, de un libro académico a otro, y todo gracias a la corrección endogámica y al aprendizaje a través de la imitación.

De repente vemos que la mayoría de artículos de una revista de medicina de una particular universidad, a pesar de haber sido escritos por autores distintos, tienen los mismos problemas recurrentes de redacción, digamos en el uso de las mayúsculas o en la manera de emplear el gerundio; o que todos los profesionales de una comunidad de estudiosos de turismo tienden a emplear el mismo falso cognado.

Lo peor es que, entre ellos, se entienden.

Cuando el corrector hace sus observaciones (a veces con cara de horror), minimizan su criterio profesional bajo el argumento de estar supuestamente amparados por algún metalenguaje científico que el lingüista es demasiado ignorante para reconocer: que en esa disciplina o ciencia tal vocablo tiene en efecto ese significado; que así escriben todos; que tome otros textos anteriores y verifique la exactitud de su estilo, de su estructura, de su manera de redactar; que observe las obras de referencia traducidas en México o España y corrobore sus afirmaciones…

En otras palabras: «mal de todos, consuelo de tontos».

Un corrector serio no cederá tan fácilmente a estas argumentaciones, porque aquí es necesario trazar una línea divisoria. ¿Son vicios copiados hasta la saciedad y convertidos en modelo o hay un verdadero fenómeno lingüístico detrás? ¿Son problemas de forma, de sintaxis, de expresión o hay lugar al alegato del «lenguaje científico»? ¿Existe una verdadera razón científica para emplear determinada forma expresiva o es el resultado de la costumbre, el capricho, una mala traducción o la más genuina y pura ignorancia?

Para responder a estas preguntas, el corrector deberá armarse de paciencia, investigar, consultar a sus pares y tratar de comprender a profundidad el texto bajo su cuidado. Deberá hablar con su autor y aprender a reconocer verdaderos conceptos técnicos detrás de su planteamiento (o error) lingüístico y, cuando así sea posible, sugerir maneras de redactar sus ideas con más precisión y dentro del marco de la lengua española, más allá de la jerga particular que ha crecido en el seno de alguna comunidad de académicos. Es una labor de negociación.

El problema no se reduce a decir que el «corrector está tratando de seguir las reglas de la lengua». El mantener ciertos estándares lingüísticos (con criterio, sin llegar al fanatismo) facilita la comunicación entre hablantes de comunidades distantes entre sí ya sea por factores geográficos, culturales o disciplinarios. Y no me refiero con esto a escribir en Argentina y publicar en México. Dos académicos de la misma universidad pueden pertenecer a comunidades muy distantes, desde el punto de la lengua, si uno de ellos es sociólogo y el otro físico teórico. Si se especializan demasiado en su propia área y se alimentan únicamente de los escritos de sus colegas, pueden llegar a reducir tanto sus formas de expresión que no saben cómo escribir para un público general.

Habrá algún autor que diga «pero yo no soy el único que escribe así». Es verdad, eso es innegable (por desgracia), pero no justifica que, de su pluma, salgan textos con problemas de redacción y, más allá de la norma gramatical académica, con deficiencias en la comunicación. ¿Qué es más importante? ¿Justificar por qué escribimos de una cierta manera y, de paso, seguir reproduciendo estos modelos inoperantes, o corregir nuestra escritura hasta hacerla legible para otros? Usted elige.