domingo, 28 de febrero de 2010

Del "libro electrónico" al "libro" a secas

Tal vez fue Marshall McLuhan uno de los primeros en vaticinar el apocalipsis del libro. Desde entonces, ha persistido el temor de que algún día el buen libro de papel muera definitivamente a manos del nuevo libro, el libro electrónico.

Ahora bien, si hacemos un recorrido histórico por los procesos tecnológicos del libro y observamos las etapas y pasos que fueron llevando del predominio de una tecnología a otra, nos daremos cuenta de que se necesita mucho más que una innovación tecnológica para alcanzar la sustitución de la tecnología anterior por la nueva. El cambio es integral, no es estrictamente tecnológico. También existen factores sociales, culturales y hasta simbólicos. Las siguientes son algunas de mis consideraciones sobre el tema:

  1. El libro no solamente es una palabra con un significado o un referente concreto: es un ámbito del discurso desde el cual lo vinculamos a prácticas, costumbres, redes simbólicas, intercambios y esferas de la cotidianidad y de la cultura1.
  2. El cambio tecnológico no ocurre por sí mismo, como resultado exclusivo de las nuevas propiedades físicas del objeto, sino dentro de su esfera del discurso, de la sociedad y de la cultura.
  3. Para que una nueva tecnología pueda reemplazar plenamente a la anterior, debe cubrir las principales necesidades culturales, sociales y simbólicas que la otra ofrecía (incluidas las de carácter emotivo), así como proporcionar algún valor agregado que pueda suponer la preferencia de un objeto sobre el otro.
  4. La sustitución tecnológica no ocurre en el corto plazo, de manera automática ni como resultado de una única innovación2.
  5. Ninguna sustitución tiene por qué ser absoluta. Cabe admitir la posibilidad de usos alternativos para cada tecnología y comportamientos sociales híbridos3.
El códex fue, en otro tiempo, lo mismo que el libro electrónico es ahora para nosotros. Durante mucho tiempo, a los libros que empleaban la tecnología del códice se les daba un nombre distintivo, especial, diferente: liber quadratus (libro cuadrado). Hace más de 1500 años que ya no hemos necesitado hacer ese hincapié a través de la palabra. Para nosotros, de hecho, lo difícil sería imaginar un libro que no sea cuadrado.

Asumiendo que ninguna catástrofe natural obligará a la humanidad a prescindir de la tecnología, es posible suponer que algún día no será necesaria la distinción entre libros electrónicos y libros a secas; puesto que los lectores del futuro no se imaginarán un libro que no sea electrónico. Sin embargo, para que eso pueda llegar a ocurrir, el nuevo libro deberá ser capaz de asumir plenamente toda la herencia simbólica, cultural y arquetípica de su predecesor y, además, ofrecer algo nuevo, algo que lo convierta en un producto par excellence, irrenunciable, sin el que sería imposible leer. Una tecnología, en fin, que ocupe plenamente el lugar del libro en el imaginario colectivo y personal de quienes leen.



1 Una definición clásica del libro sería aquella “que asocia indisolublemente un objeto, un texto y un autor” (Chartier, 2000: p. 19). Los más atrevidos se refieren al libro de maneras un poco más abiertas, por ejemplo, como “práctica”, es decir, “(una colección de actividades sociales, artísticas y económicas) y no un ‘objeto’” (Doctorow, 2004) o como “forma de intercambio” y “modo de temporalidad”, un punto de apoyo que “crea espacio a partir del tiempo” (Hesse, 1998: p. 32). En estos casos, aún así, predomina la idea de que un libro es, esencialmente, un medio y un objeto para comunicar sentidos (los sentidos portados por la escritura en él contenida). En mi tesis de maestría exploré algunos de los muchos objetos y discursos que confluyen en el vórtice discursivo de libro, como el libro-objeto, el libro-texto y el libro-medio de comunicación. Para eso, véase Murillo (2006).
2 Al códex le tomó más de cuatro siglos imponerse al rollo y, aún así, no alcanzó su expresión plena sino hasta mil años después, cuando todos los factores tecnológicos, así como las redes sociales de producción y distribución de sus materiales, habían madurado lo suficiente como para permitir la innovación introducida por la imprenta y dar como resultado el libro en su sentido moderno.
3 Esto podemos verlo en ejemplos tales como la radio. Se temió, en los albores de la era de la televisión, que esta la sustituyera plenamente. En cambio, tenemos usos especializados con audiencias que van de un medio a otro, según sus circunstancias y preferencias. Los únicos medios completamente sustituidos han sido aquellos que, por sus características, caen en la obsolescencia, como es el caso del telégrafo. Incluso la Internet, con su multimedialidad, no ha sustituido a ninguno de los medios de los que ella misma participa (radio, televisión, impresos), sino que se ofrece como alternativa para quienes, por circunstancias especiales, no pueden acceder a los medios tradicionales (por ejemplo, el tico que quiere ver el partido de fútbol transmitido por un canal de televisión costarricense, pero desde Alemania).

Lista de referencias

Chartier, R. (2000). El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII (Traducido por V. Ackerman). Barcelona: Gedisa.


Doctorow, C. (2004), Ebooks: Neither E, Nor Books. Paper for the O’Reilly Emerging Technologies Conference, February 12, 2004, San Diego, CA. Consultado el 14 agosto 2008, en <http://www.craphound.com/ebooksneitherenorbooks.txt>. También se puede consultar la edición en español, trad. de Javier Candeira en el sitio de José Antonio Millán <http://jamillan.com/doctorow.htm>.

Hesse, C. (1998). “Los libros en el tiempo. El Futuro del libro”. En Nunberg, G. (comp.), ¿Esto matará eso? (Traducido por I. Núñez Aréchaga), (pp. 25-40). Buenos Aires: Paidós.


Murillo Fernández, J. (2006). “Todos saben qué es un libro”, o… ¿no? Análisis arqueológico de los discursos del libro desde el (pre)texto de cinco informes finales de encuestas sobre “hábitos de lectura”, Costa Rica, 1979-2004. Tesis de Maestría Académica presentada ante la Maestría en Comunicación de la Universidad de Costa Rica.

¿A qué le denominamos “libro electrónico”?

La primera evidente característica de los libros electrónicos es su naturaleza “virtual”, es decir, intangible e insustancial. Se componen de luz, se almacenan en bibliotecas también virtuales y cobran vida gracias al artificio de complejos dispositivos.

Como parte de la oleada terminológica de la era electrónica, hemos adoptado también, en préstamo, el nombre e-book. En poquísimos años, su definición se ha ido alterando y modificando y está lejos de ser definitiva. En la década anterior, todavía se decía que un libro electrónico era únicamente “cualquier pantalla a través de la cual se muestre el contenido de un disco compacto u otro tipo de soporte”1. La Wikipedia2, en el año 2008, ya recogía este significado, pero advertía que la mayoría de los usuarios solamente empleaban el nombre e-book para referirse a cualquier “versión electrónica o digital de un libro”. Ya en el 2010, la Wikipedia ha añadido el nombre ecolibro, ha modificado su definición anterior y mantiene, eso sí, la advertencia de ambigüedad, de modo que un e-book puede ser tanto el texto como el aparato para leerlo. El DRAE todavía no registra del todo “libro electrónico” (en ninguna de esas dos acepciones), aunque lo utiliza sin mayores problemas en uno de sus ejemplos de la XXII edición3.

También se ha propuesto en la industria el nombre vooks para el concepto todavía poco extendido de «libros híbridos», sin mucha acogida por parte del público general.

Atraigo la atención sobre el hecho notable de que, a pesar de los rasgos compartidos, nadie imagina que la versión cinematográfica de una obra o novela pueda denominarse “libro”. Con esto se invalida el temor alguna vez experimentado de que la televisión sustituyera por completo los libros, como pronosticó Bradbury, con su célebre Fahrenheit 451 (y su respectiva versión cinematográfica a cargo del director francés François Truffaut). En cambio, sí reconocemos los audiolibros como un formato alternativo (pero no bajo la denominación de “libro electrónico”), aunque en el mercado de habla castellana esta tecnología está aún dando sus primeros pasos4.

Se puede ver que, en este momento, hay todavía duda en el uso, pero, a nivel general, se entiende por libro electrónico cualquier versión digitalizada de un libro impreso, en cualquiera de sus formatos. Esto incluye diversidad de alternativas de codificación. Enumero, a continuación, los principales productos digitales que ostentan el nombre libro digital, a partir de mi observación personal: a) texto plano (.txt) y con formato (.doc, .docx, .rtf y otros): es editable con un procesador de textos y generalmente carece de imágenes, índices y otras ayudas de navegación5; b) Portable Document Format (PDF): son imposibles de editar por el usuario (con lo cual se garantiza mantener el diseño original), aunque algunos sí admiten la copia de texto aislado para usar en otras aplicaciones; c) versiones facsimilares compuestas por imágenes completas de la página, estos generalmente se arman como PDF, pero los textos no pueden copiarse (excepto en formato de imagen) ni pueden hacerse, por regla general, búsquedas dentro del documento6; d) todas las variaciones de formatos disponibles para dispositivos y aplicaciones de lectura, cada uno con sus propias características7.

En febrero del 2010 un nuevo gadget invadió la cultura del libro electrónico: el iPad. Todavía no se ha iniciado su venta, pero este aparato hace algo más que estar diseñado exclusivamente para la lectura de libros en formato electrónico: también se puede emplear para ver videos, escuchar música, escribir y correr cualquiera de las aplicaciones disponibles en la tienda Apple. Ya para este momento, según demuestra también la venta de libros en formato Kindle para PC y iPhone, el aparato de lectura es menos importante que el libro en sí mismo. Un iPad o un iPhone no son e-books en el sentido de ‘aparato para leer libros en formato digital’ y, sin embargo, es muy posible que constituyan dos de las principales soluciones tecnológicas para la lectura de libros.

Dada la tendencia de la industria editorial de incursionar en el campo del libro electrónico, existe una muy alta posibilidad de que dentro de algunos años el término e‑book se emplee de manera especializada para designar aquellas versiones electrónicas de libros que están optimizadas y especialmente diseñadas para ser leídas como tales; y se reserve algún nombre especial para aquellas otras que consisten en la mera digitalización de un libro, pero que carecen de toda ayuda de lectura para el usuario y de contenidos adicionales. De tal modo que un e-book no consistiría únicamente en la transcripción digitalizada de una edición impresa, sino en un producto alternativo, con ventajas adicionales, tales como material extra, fotografías, sonidos, motores de búsqueda e hipertextos (o como quieren denominarse también, los vooks). Adicionalmente, dada la tendencia de la industria editorial de proteger los e-books que ponen a la venta, este nombre también podría reservarse para las ediciones digitales debidamente autorizadas por sus derechohabientes y protegidas por un sello editorial.



Notas
1 Así lo consigna el reputado y polémico editor, bibliólogo y lexicógrafo (entre tantos otros oficios que le son propios) José Martínez de Sousa, en su Diccionario de bibliología (1993: p. 548).
2 Me excuso de utilizar tan poco confiable fuente, debido a que es la única que recoge el significado y lo hace con precisión. La Wikipedia, en la actualidad, carece de confiabilidad en los círculos académicos, como lo prueba la encuesta financiada por Ebrary a estudiantes universitarios de todo el mundo (McKiel, 2008: p. 12), a pesar de que es uno de los recursos más utilizados por estos mismos estudiantes para sus asignaciones de clase y para uso personal (Ibíd.: pp. 9-10). Dentro de unos años o, tal vez décadas, no sabremos si la Wikipedia invierta su prestigio y se transforme en una referencia obligatoria. Ahí entramos al delicado ámbito de la mera especulación.
3 El Diccionario Panhispánico de Dudas (2005) tampoco incluye “libro electrónico”, pero se pronuncia sobre los anglicismos que anteponen una e a la palabra, como e-mail, y los desaconseja en favor de sus calcos (en este caso: “correo electrónico”).
4 El mercado anglosajón, en cambio, sí ha desarrollado este mercado. La tienda on-line más grande para la venta de audiolibros es Audible, adquirida por Amazon en el 2008. Desde hace unos años, también las librerías físicas han experimentado un aumento de sus áreas para la venta de audiolibros. Este fenómeno es notable en Alemania.
5 Todos los libros distribuidos por el Project Gutenberg, por ejemplo, están en formato .txt; el cual se puede reconocer con cualquier aplicación o dispositivo, pero carece de ventajas a nivel gráfico. Algunas variantes más sofisticadas son los libros en formato Word, los cuales pueden incluir hipervínculos, índices e imágenes. Sin embargo, incluso en estos casos, la mayoría de las obras no sacan partido de las características del programa para realizar libros con calidad de lectura. De hecho, la mayoría de estos libros electrónicos parecieran más bien versiones para “imprimir” y no para “leer en pantalla”, puesto que hasta su tamaño se ajusta a una hoja impresa en lugar de un monitor.
6 Esta afirmación no es completamente verdadera. Google (cuyos libros, en su mayoría, responden a este formato dadas sus características de obras antiguas digitalizadas para su conservación) tiene un motor de búsqueda basado en tecnología de reconocimiento de imagen como texto (OCR) para que los usuarios puedan buscar entre sus libros. Sin embargo, esta tecnología solamente puede utilizarse desde la página de Google, con los libros de su base de datos. El Acrobat Reader todavía no la incorpora como una de sus características.
7 Para un glosario de los formatos vigentes y de los dispositivos de lectura disponibles, véase Tivnan (2008).

Lista de referencias

Martínez de Sousa, José. (1993). Diccionario de bibliología y ciencias afines. (2.a edición). Madrid: Ediciones Pirámide y Fundación Germán Sánchez Ruipérez.


McKiel, A. W. (2008). Global Student E-book Survey Sponsored by Ebrary. La publicación digital en PDF se puede descargar del sitio de Ebrary <http://www.ebrary.com>.
Real Academia Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe.

Tivnan, T. (2008). “E-Babel on and on”. The Bookseller.com, may, 29th, 2008. Consultado el 18 agosto 2008 en <http://thebookseller.com/in-depth/feature/59816-ebabel-on-and-on-.html>.

Dos milenios atrás

Año 70, Roma. Un patricio romano quiere añadir la Eneida de Virgilio a su biblioteca personal. Obtiene, en préstamo, un ejemplar y le ordena a su esclavo griego hacer una copia. Sabe que este nuevo liber se escribirá a mano, sobre papiro importado de Egipto. El resultado final será una superficie continua que se enrollará en torno a un umbilicus, es decir, un eje de madera central del cual penderá una etiqueta con el nombre de la obra. Para el patricio romano, este liber o volumen es el liber; es decir, el libro por excelencia. Jamás habría podido concebir la degradación de escribir a Virgilio sobre otro formato. Cualquier otra alternativa habría sido vulgar y absurda.

Este patricio no lo sabe, pero una secta religiosa que se inició en territorio judío ha comenzado a llegar al corazón mismo del imperio. Nombrados a partir de su líder, los cristianos se reúnen de manera clandestina. Sus principales cabecillas viajan de una ciudad a otra esparciendo el mensaje de su fundador y ganando adeptos. Colgando de su cintura, en una bolsa de tela o de cuero, puede verse un códex. Tiene forma cuadrada, y sus páginas se recorren de forma separada. El suyo está fabricado con papiro, debido a su precio menor, a pesar de que es demasiado frágil. Sabe de otros, en cambio, escritos sobre pergamino. Ahí lee únicamente las palabras y dichos de su maestro, así como detalles de su vida. Este códex representa, para él como cristiano, la palabra de Dios que puede llevarse, a través de las montañas y los mares, hasta los nuevos fieles. Al abrirse sus páginas, sin importar si están a puerta cerrada en la casa de un gentilhombre o entre las húmedas paredes de una catacumba, el Cristo se hace presente y su voz puede recrearse nuevamente para seguir llevando su mensaje. El códex diferencia a la suya de otras comunidades religiosas y le da sentido de identidad. Es uno más de los signos que les permite a los cristianos reconocerse unos a otros (como el pez y el ancla) y sentirse una comunidad. Ninguno de ellos ha dejado de utilizar el rollo. Sus escritos personales, aun cuando se trate de reflexiones teológicas, los escriben en rollos, así como cualquier texto de carácter no sagrado.

Cuatrocientos años después, gracias a la influencia de Constantino, los cristianos ya habían dejado de ser un grupo marginal y le habían ganado la batalla al politeísmo romano. El liber también había cambiado. El liber quadratus, del que antes se dudaba si podía ser considerado un liber, había ganado la batalla. Había pasado a ser símbolo del poder y ya algunos ciudadanos prominentes habían hecho copiar todos sus rollos en códex, para garantizar la preservación de los textos. Aún así, pasaron todavía siglos antes de que los rollos desaparecieran definitivamente, gracias, en parte a la aparición del papel. El resto ya es historia.

lunes, 22 de febrero de 2010

Escritura rupestre: ¿sistema de signos de 30 000 años de antigüedad?

Son bien conocidas las obras del así llamado arte rupestre: pinturas de eventos, acaso cotidianos, que han permanecido por periodos de hasta 30 000 años en las profundidades de algunas cavernas, principalmente en Europa. El origen de estas pinturas y cómo se realizaron habita en el reino de la especulación: ¿acaso formaban parte de rituales mágicos o iniciáticos? ¿Tenían el propósito de representar la vida ya existente o de crearla a partir de su representación?

Perdidos en estas interrogantes y fascinados por las figuras de bisontes, caballos y cazadores, los arqueólogos habían obviado unos pequeños símbolos abstractos, sencillos en sus trazos, que se encontraban en lugares menos visibles de las cavernas. Durante muchos años estos signos pasaron inadvertidos, hasta que la estudiante Genevieve von Petzinger, de la Universidad de Victoria en la Columbia Británica (Canadá), descubre con asombro que nadie se había tomado la molestia de comparar los signos de cavernas distintas y de sus diferentes periodos de tiempo. Así decidió plantear como su proyecto de maestría (bajo la dirección de April Nowell) la compilación, clasificación y comparación de todos los signos registrados en las cavernas de 146 sitios en Francia, en un período que va desde los 35 000 años hasta hace 10 000 años (25 000 años, en total).

Su descubrimiento fue asombroso: 26 signos, todos dibujados con el mismo estilo, se repiten una y otra vez en numerosos sitios. Más sorprendente aún: algunos aparecen reiteradamente en pares no azarosos y se mantienen sin variaciones durante miles de años.

La constante de estos trazos, los agrupamientos que se repiten en cavernas diferentes y su extraordinaria sencillez son evidencia (quizás la más antigua que tenemos hasta ahora) del desarrollo de signos abstractos que podrían utilizarse para la comunicación escrita, y del pensamiento simbólico que estaría detrás. Si bien estos signos no son figurativos en sí mismos, sí se ve un uso vinculado a las pinturas que sugeriría una escritura pictográfica a la cual era necesario añadirle conceptos abstractos.

Este descubrimiento se une a otros recientes hallazgos que indican la posible existencia de empleo de símbolos abstractos en épocas tan remotas como 75 000 y 100 000 años atrás.

¿Cuán antigua es la escritura? ¿Cuán temprano, en la historia humana, se desarrolló el pensamiento simbólico? ¿Acaso la escritura rupestre solamente se enseñaba, de discípulo a maestro, como parte de un bagaje de conocimiento iniciático y especializado? ¿Era su uso sagrado o profano?

Los hallazgos de esta investigación apenas están en proceso de publicación y, desde luego, sus alcances acaso se vislumbran. Mientras están listos los artículos (y, esperamos, libros) en que podrá leerse el informe pormenorizado, se puede consultar en inglés la noticia publicada por la revista New Scientist. De ahí hemos tomado la mayoría de los datos de este artículo.

Estilo: uso y abuso de las viñetas


La redacción a veces nos exige el uso de párrafos independientes, ya sea enumerados o no, para dar una lista, una secuencia o una serie de ideas que, por su naturaleza, conviene proporcionar de manera independiente.

En estos casos utilizamos dos recursos tipográficos: el número y signos gráficos no secuenciales, como el guion y el topo (viñeta con forma de cuadrado, rombo o círculo). Usualmente, se utiliza el formato de párrafo francés para darle una disposición gráfica distintiva, que lo hace más fácil de recordar y le otorga una voz propia: lo saca del cuerpo de texto y obliga al lector a realizar una especie de digresión. Se le dice, con los márgenes y con los signos gráficos que acompañan al párrafo, cómo leer esa secuencia de ideas.

Precisamente debido a sus particularidades semióticas, los párrafos con viñetas o enumerados pueden constituir notables herramientas de lectura en obras que los ameriten y justifiquen, como las obras didácticas.

La enumeración es útil y necesaria cuando en efecto se está proporcionando una secuencia que, por sus características y naturaleza, requiere de un orden seriado, como la lista de pasos para elaborar un experimento. En ese sentido es necesario enumerar y, por lo tanto, la elección de párrafos enumerados es la más acertada.

Los topos o viñetas son especialmente útiles cuando se están comunicando ideas sintéticas y se desea expresarlas, gráficamente hablando, de manera independiente, pero formando parte de un conjunto. Ahora bien, este conjunto no requeriría de una enumeración (1, 2, 3) porque sus elementos no corresponden, semánticamente, a un una serie en estricto orden; no hay diferencia entre citar uno primero y otro después, fuera del énfasis que el autor quiera darle a una idea o a otra. Sería el caso, por ejemplo, de una lista de cotejo o un grupo de ejemplos. Se necesita que el estudiante los estudie y comprenda como lista, no como secuencia; y se desea que los tenga a mano como un conjunto, listo para memorizar o para comprender.

No obstante, precisamente por la misma razón que una secuencia de párrafos con viñetas puede resultar extremadamente útil, es necesario utilizarlos con medida y cierto grado de discreción. Un recurso gráfico-semiótico solo cumplirá su propósito si consiste en una interrupción en el discurso o en la mancha tipográfica. En cambio, si la mayor parte del texto que le entregamos al lector está estructurado en la forma de párrafos sueltos, inconexos, llenos de viñetas, se pierde el propósito para el cual serviría distinguirlos. Ya no destacan nada, sino que introducen un elemento de monotonía en un texto sin hilación, un texto-gallina, según lo definimos en un artículo anterior.

De ahí que el autor y el editor deban poner especial cuidado en cuándo utilizar la viñeta y la enumeración como recursos de la textualidad; y cuándo su abuso y sobreabundancia entorpece la lectura y transforma lo que debería ser un libro coherente y bien hilado en una lluvia de ideas inconexas, sin orden, ni sentido.

Ortotipografía: Primera/Segunda Guerra Mundial

Una pregunta que continuamente se nos hace a los correctores es cómo se escriben los nombres de las dos guerras que marcaron la historia de la primera mitad del siglo XX.

Antes de que aconteciera la Segunda Guerra Mundial, la primera también era conocida como la Gran Guerra. Este último sintagma, cuando se está empleando de esa manera y con ese significado específico, se escribe con mayúscula, según advierte José Martínez de Sousa en el Manual de Estilo de la Lengua Española (MELE 3).

La polémica viene cuando nos referimos a cada una de estas dos guerras por separado: la que aconteció entre 1914 y 1918, y la que se produjo entre 1939 y 1945.

Según Martínez de Sousa (2007a, 2007b), tanto la primera como la segunda de estas guerras deben escribirse con minúscula inicial. En su opinión, la mayúscula no se justifica porque su nombre no constituye un nombre propio en sí, sino que consta de dos adjetivos y el sustantivo guerra. O como lo aclara la Wikilengua, «es un nombre puramente descriptivo y no propio (fue guerra, fue mundial y fue la segunda de ellas). La equiparan, por tanto, con guerras púnicas o guerras napoleónicas».

Sin embargo, a esta regla debe contraponérsele otra vigente en español, dictada por la Real Academia Española (RAE) y seguida por otros manuales de estilo: los nombres de términos y eras históricas se escriben con mayúscula.

Con base en este criterio, nos encontramos una tendencia mayoritaria a considerar estas dos guerras como acontecimientos históricos con nombre propio y que, por lo tanto, se escriben con mayúscula inicial. Entre quienes defienden esta postura, podemos citar el Diccionario Panhispánico de Dudas (RAE), el Libro de estilo de ABC y el Libro de estilo de El País.

En cuanto a la grafía de primera y segunda, si bien el Libro de estilo de El País le da preferencia a la grafía con números romanos (II Guerra Mundial), el MELE 3, el Libro de estilo de ABC y la Wikilengua del español (Fundéu) coinciden en recomendar la grafía con la palabra completa. En lo personal, me adhiero a este último criterio.

Particularmente, me inclino por escribir los nombres de ambas guerras con mayúscula inicial y sin abreviaturas, siglas o numerales. Aquí la mayúscula se convierte en un elemento diacrítico: sí, muchas guerras podrán ser mundiales; sí, muchas guerras podrán ser primera, segunda o tercera…, y cuando así se utilice, en un sentido genérico, que rija la minúscula; pero en nuestros tiempos modernos, todos sabemos cuál fue, sin la menor duda, la Primera Guerra Mundial (cuando la vemos así, con mayúscula), y cual su continuación o sucesora. Ambas, en nuestro imaginario, en nuestros textos y en nuestra educación ocupan un lugar por derecho propio, tienen su página en la historia (sin mencionar sus declaratorias, tratados de guerra y de paz y sus juicios). Escríbase pues, con mayúscula, si así lo elige el editor de turno o la editorial.

Y como siempre, la advertencia editorial: sea cual sea la elección tomada, ha de ser coherente y sistemáticamente aplicada en toda la obra, en todo el texto. O como diría el editor y maestro Miguel Guzmán (Centro de Capacitación Versal, México): «Pinche, pero parejo».


Referencias bibliográficas

El País (2003). El País. Libro de estilo (18.a ed.). Madrid: Ediciones Santillana, p. 233. [Versión electrónica: http://estudiantes.elpais.com/libroestilo/dic_gu.asp].
Fundación del Español Urgente. Wikilengua del español. «Ortotipografía en historia». http://www.wikilengua.org/index.php/Ortotipograf%C3%ADa_en_historia (Consultado: 22 de febrero de 2010, 6:00 p. m.).
Martínez de Sousa, J. (2007a). Diccionario de uso de las mayúsculas y minúsculas. Gijón: Ediciones Trea, p. 144.
_____(2007b). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea, p. 399.
Real Academia Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe, “Mayúsculas”, 4.26.
Vigara, A. M. & Consejo de Redacción de ABC (2001). Libro de estilo de ABC (2.a ed.). Barcelona: Ariel, p. 31.

sábado, 20 de febrero de 2010

MacUpdate Promo en Nisaba

En este blog hemos revisado muchos programas aptos para la escritura, la producción académica y la labor editorial. También hemos visto que los mejores de estos programas se encuentran disponibles únicamente para las computadoras Macintosh y su sistema operativo, OS X.

Uno de mis más exitosos hallazgos cuando recién compré mi Mac fueron los sitios web con promociones diarias para programas Macintosh, como MacUpdate Promo y MacZot. Estos dos sitios ponen en oferta un programa al día (con excepción de los fines de semana, cuando la promoción dura dos días, y paquetes estacionales) a un precio increíble, que suele rondar el 50% o más.

En lo personal, ha sido a través de MacUpdate que he adquirido algunos de los programas que utilizo. De este sitio en particular me gusta la selección de software, el precio de las ofertas y los comentarios de otros compradores, muy honestos y sin compromisos publicitarios.

Como una manera de compartir este hallazgo con los lectores de Nisaba, a partir de hoy se podrá ver en la sección lateral de este blog la oferta diaria de MacUpdate Promo. Con promociones así y un poco de paciencia, es posible obtener las herramientas informáticas más adecuadas para el buen funcionamiento de nuestro flujo de trabajo y de nuestra computadora con un presupuesto mucho menor que el costo pleno de las licencias. ¡Que lo disfruten!

Tildar o no tildar... he ahí el dilema (la tilde en los demostrativos)

Cuando tenía nueve años encontré en la biblioteca del aula en la que estudiaba un libro de gramática. Memoricé, en particular, la regla de la tilde en los monosílabos. Finalmente comprendía por qué muchos de mis libros (los más viejitos) escribían fué: era una regla desconocida para mis maestros; asumí como mi deber recuperarla y «escribir correctamente».

Grande fue mi sorpresa cuando mi maestra de tercer grado me devolvió una tarea corregida llena de marcas rojas por haber tildado fue. Así aprendí que la norma cambia: lo que ayer era regla, hoy no lo es.

Pasaron muchos años antes de que volviera a asombrarme con un cambio en la norma de los acentos. Ni siquiera por mérito propio, sino porque alguien más me lo hizo saber, descubrí en el Diccionario panhispánico de dudas (2005) la muerte del acento de los pronombres demostrativos (este, esto, ese, esa…) y del adverbio solo. Se reserva el acento gráfico para los casos de anfibología (ambigüedad) inminente y estos, se advierte, son raros en español.

Para mí, la norma era nueva, apenas este año cumplía su primer lustro. Así, con la misma candidez de mi infancia, pregunté en el foro de la Fundéu, Apuntes, si consideraban lícito aplicar, en un entorno editorial, esta norma tan «novedosa». Mi sorpresa fue grande cuando se me informó, educada y gentilmente, que la eliminación de los acentos en los demostrativos fue introducida en la norma académica en 1959.
El uso de la tilde es potestativo en los dos casos (éste, ése, etc., y sólo). Es lícito prescindir de ella cuando no existe riesgo de anfibología (reglas 16.ª y 18.ª de las Nuevas normas de Prosodia y Ortografía, que entraron en vigor el 1.º de enero de 1959.
Así lo establece nada menos que una discreta nota al pie del Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, en su apartado 1.8.3, inciso F, párrafo 3. La edición del Diccionario de la Real Academia (DRAE) de 1992, en la definición de los demostrativos, ya invierte la norma, y la tilde pasa de ser facultativa a ser obligatoria únicamente en los casos de ambigüedad.

Por eso, la norma del 2005 simplemente es el refuerzo de un cambio de enfoque ya previamente confirmado. La nota al pie se convierte en texto primario, y lo que antes era algo nada más «lícito» pasa a ser la norma: «solo cuando en una oración exista riesgo de ambigüedad porque el demostrativo pueda interpretarse en una u otra de las funciones antes señaladas, el demostrativo llevará obligatoriamente tilde en su uso pronominal» (DPD, 2005, «tilde», 3.2.1). Y no sabemos cuándo incluso esta obligatoriedad restringida podría también desaparecer, porque como dice M. Barbero, los casos de anfibología son tan raros «que, por infrecuentes, son anecdóticos (además de perfectamente evitables en la redacción)».

Cinco (que son en realidad cincuenta) años después de esta no tan «nueva» norma, algunos editores todavía se resisten a aplicarla; sin mencionar muchas personas que se han acostumbrado a seguir la regla aprendida en la escuela. «¡Hace cincuenta años! Y, sin embargo, una grandísima parte del mundo hispanohablante no se ha dado por enterada», exclama con asombro el «apuntero» Mariano Vitetta.

Renunciar a lo aprendido en los años de la infancia es difícil. Renunciar a las tildes que siempre hemos defendido, buscado y corregido también lo es. Habrá nuevas generaciones (como la mía) sin tantos miramientos para decir, sin la menor duda, que da menos trabajo identificar los poquísimos casos de anfibología (y hasta proponer una redacción alternativa) que estar continuamente decidiendo si este es un demostrativo o un adjetivo. Y para muchas personas fuera del mundo editorial también será, sin duda, un alivio.



Nota: agradezco aquí a los «apunteros» por haber proporcionado los datos básicos y las referencias para este artículo. En particular, a Mariano Vitetta y M. Barbero.

El hilo del texto: ¿picotear o rodar?

La redacción es la técnica de creación del hilo conductor de la escritura. La palabra proviene del verbo latino redigo, ‘volver a llevar’, el cual, a su vez, se forma a partir del verbo ago, ‘conducir’. La buena redacción es invisible: no se siente porque nos permite deslizarnos sobre el texto sin interrupciones, sin saltos, sin zancadillas...

Hace unos días, una colega y amiga editora me convirtió los conceptos abstractos de «buena» y la «mala» redacción en imágenes imposibles de callar (¡gracias, Stella!). Las comparto porque contribuyen, sin duda a comprender, metafóricamente, a qué le llamamos «redactar bien».

Según el éxito o el fracaso en la hilación de las ideas, encontramos dos tipos de texto. Unos que se leen como si fueran una gallina picoteando y otros, como si fueran una canica (en Costa Rica, «bolincha») rodando sobre una superficie lisa y sin interrupciones.

La gallina picotea sin un patrón definido, en cualquier dirección. Nunca la misma gallina seguirá dos veces el mismo, exacto y preciso patrón de picoteo. En el texto-gallina no se sabe qué vendrá después, no hay una dirección definida y fácil de identificar, sino un recorrido caótico y casi azaroso. El lector siente que lee «a trompicones», experimenta interrupciones continuamente, debido a los saltos impredecibles de las ideas, que se superponen unas a otras en una yuxtaposición incoherente, sin orden o precisión, sin saber de dónde viene con exactitud o hacia dónde se dirige.

La canica, en cambio, cuando está sobre una tabla o un piso perfectamente liso, sin abultamientos o irregularidades, rueda y rueda sin parar, a un ritmo constante, en una misma dirección y llegará tan lejos como el impulso del golpe se lo permita. En el texto-canica, el hilo del discurso es fluido, coherente, va llevando de la mano al lector, le va indicando por dónde ir y uno lo toma y se va hasta el final.

En la escritura literaria, quizás haya escritores capaces de hacer una obra maestra de la técnica de la gallina (¿tal vez Rayuela o hasta el mismo Quijote sean un ejemplo?); pero en la escritura técnica, el picoteo es un pecado mortal. Es una traición del discurso, un autosabotaje a la comunicación y una pérdida de tiempo y esfuerzo para el lector quien se verá obligado a invertir muchas horas en tratar de poner orden en el caos, so pena de poner en riesgo su comprensión del texto.

En la escritura académica, por ejemplo, las consecuencias del texto-gallina son graves: se juega, ni más ni menos, el éxito o el fracaso del estudiante-lector. La responsabilidad de la comunicación académica no yace en la autocomplacencia de querer comunicar bien por razones de ego o reputación; cuando el objetivo del texto es educar, comunicar bien es un deber porque ahí yace toda la diferencia entre aprobar o reprobar, entre aprender y quedarse en la ignorancia.

En general, ningún texto-gallina debería pasar los filtros editoriales. Una lectura sin hilación es un desperdicio de recursos que, en la cultura impresa, son muy costosos. Aún así, cuál de los dos favorecer es una decisión personal (si usted es alguien tratando de escribir) o editorial.

martes, 16 de febrero de 2010

Ortotipografía: ponencias, conferencias, foros y videoconferencias

Hace unos días hablamos sobre las mayúsculas de nombres de congresos. Para quienes están en un entorno universitario, la diversidad de actividades que se cuelan en los textos de revisión puede ser abrumadora. Además de congresos y simposios, existen ponencias, conferencias, seminarios y, en los entornos educativos a distancia, videconferencias. ¿Cómo citamos los nombres de cualquiera de estas actividades?

El Manual de estilo de lengua española sigue siendo una de las obras de referencia más completas. José Martínez de Sousa incluye las entradas de conferencias y ponencias en donde proporciona la información básica para tomar estas decisiones editoriales.

Debemos distinguir entre dos tipos de actividades: las exposiciones individuales o colectivas en donde una persona o un pequeño grupo de personas emite un discurso, imparte una conferencia, da a conocer resultados de sus investigaciones e intercambia con sus pares puntos de vista diversos sobre el mismo tópico. Entran, bajo esta categoría, las conferencias y videoconferencias universitarias, las ponencias o comunicaciones en congresos y atividades afines, y las actividades también llamadas foros o conversatorios, en donde varios académicos conversan sobre un tema, bajo la guía de un moderador.

Este tipo de ponencia o conferencia se escribe con letra redonda, entre comillas y con todos sus adjetivos y sustantivos en minúscula. En otras palabras, se le da un tratamiento muy similar al de los artículos de revista. Un ejemplo, tomado del MELE 3, es el siguiente:

"Los diccionarios del siglo XX", ponencia en el Institut Universitari de Lingüística Aplicada de la Unversidad Pompeu Fabra, de Barcelona.

A veces los mismos nombres de conferencia y foro se aplican a actividades de mayor envergadura, en donde personalidades o figuras destacadas se reúnen durante una cierta cantidad de días a tratar asuntos de su competencia. Este tipo de actividades recibe el mismo tratamiento que los congresos: sus nombres se escriben con letra redonda y mayúscula inicial para todos sus adjetivos y sustantivos. Es el caso del Foro de las Américas o la Conferencia de Ginebra.

Nota para usuarios de APA

Si estamos construyendo una lista de referencias según la normativa de APA (American Psychological Association), y la estamos siguiendo de manera ortodoxa y rigurosa, es necesario tomar nota de un detalle: el manual de la quinta edición en español recomienda utilizar las comillas para ponencias, conferencias y artículos de revistas cuando se citan dentro del texto, pero las elimina en la lista final de referencias. ¿Por qué esta arbitrariedad? No conozco la respuesta. Como editora, me parecería más coherente mantener la convención de comillas dentro de texto y dentro de la lista de referencias.

El APA contempla dos escenarios bibliográficos para una conferencia o ponencia, ya que esta podría haber sido publicada en una memoria o bien podría haber quedado inédita. Copio textualmente los ejemplos proporcionados, en inglés.

Caso 1: ponencia que forma parte de las actas publicadas del congreso o simposio

Deci, E. L. & Ryan, R. M. (1991). A motivational approach to self: Integration in personality. En R. Dienstbier (Ed.), Nebraska Symposium on Motivation: Vol. 38. Perspectives on motivation (pp. 327-288). Lincoln, EE. UU.: University of Nebraska Press.

El nombre del simposio o congreso, siguiendo las normas de correcto español, irá con mayúscula inicial en todos sus adjetivos y sustantivos. La cursiva que vemos en este ejemplo se aplica porque corresponde al título de una obra publicada, no al simposio o congreso propiamente dicho.

Con respecto a la anotación del país, en otra parte del mismo manual se dice que es opcional (aunque aparezca continuamente en los ejemplos), según si la ciudad es lo suficientemente conocida y no hay riesgo de ambigüedad. Si la región, estado, provincia o país de publicación forma parte del nombre de la universidad que aparece como sede o como editora, tampoco debe repetirse en la localidad del editor, cuando se trata del mismo lugar.

Caso 2: Contribución no publicada para un simposio

Lichtestein, K. L., Johnson, R. S., Womack, T. D., Dean, J. E. & Childers, C. K. (1990, junio). Relaxation therapy for polypharmacy use in elderly insomniacs and non insomniacs. En T. L. Rosenthal (Presidente), Reducing medication in geriatric populations. Simposio efectuado en la reunión del First International Congress of Behavioral Medicine, Uppsala, Suecia.

La normativa APA recomienda que se incluya el mes de realización del evento, además del año.

Cabe observar en este ejemplo tomado del manual de APA en español que en el proceso de traducción ha faltado seguir las reglas para obras en lengua distinta de la publicación; por eso vemos el nombre del simposio y de la ponencia en inglés, pero traducen al español la frase «simposio efectuado en la reunión del...». Esto, en mi opinión, es una errata de la edición de ese manual que resulta de complejo proceso de adaptar ejemplos pensados en una lengua para un manual que se publica en otra. Al respecto, conviene seguir los lineamientos de los que ya hablamos en un artículo anterior.

Bibliografía consultada

American Psychological Association (2001). Manual de estilo de publicaciones de la american psychological association [Publication Manual of the American Psychological Association, Fifth Edition] (2.a. ed.). México: Manual Moderno. (Obra original publicada en 2001).
Martínez de Sousa, J. (2007). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea.

domingo, 14 de febrero de 2010

Ortotipografía: nombres de leyes, decretos, normas y códigos

¿Cómo se escribe el nombre de las leyes? ¿Acaso con el mismo criterio que los títulos de obras completas, como libros? ¿O acaso entre comillas? Ninguna de las dos.

Las leyes, disposiciones y decretos, según el Libro de estilo de ABC, constituyen una de las excepciones de la grafía con cursiva aplicada a obras completas. José Martínez de Sousa, en el MELE 3, añade que las leyes se escriben siempre en letra redonda y con los sustantivos en mayúscula; no así los adjetivos, salvo que formen parte de un nombre propio (como Poder Judicial). Así, nos dice Martínez que debemos escribir:

ley de Prensa e Imprenta
ley de Propiedad intelectual (nótese la minúscula en intelectual)


La regla se vuelve compleja: ¿se escribe con mayúscula la palabra ley? Según, Martínez de Sousa, no. La palabra ley se escribe siempre con minúscula.

Contrasta la recomendación del MELE 3 en relación con el nombre de códigos, que sí se escribe con inicial mayúscula. Al igual que en el caso de las leyes, solo los sustantivos se escriben con mayúscula, según la propuesta de Martínez de Sousa. Esta constante diferenciación entre mayúsculas de sustantivos y minúsculas de adjetivos me parece confusa para el lector y ciertamente compleja para la revisión.

Por eso destacan la propuestas del Libro de estilo de ABC y el Diccionario panhispánico de dudas (DPD) en donde se recomienda el uso de la mayúscula para todos los adjetivos y sustantivos, incluyendo la palabra ley cuando se está citando el nombre completo. Tanto la Fundéu como el DPD coinciden en indicar que si se está utilizando un nombre abreviado de la ley o una denominación no oficial (que no corresponde a su nombre íntegro, literal), se debe escribir en minúscula. El DPD proporciona el siguiente ejemplo:

Ley para la Ordenación General del Sistema Educativo (pero la ley de educación, la ley sálica, etc.)


Referencias bibliográficas
Fundación del Español Urgente. «“Leyes”, grafía de los nombres no oficiales», recomendación del 5 de febrero de 2010. En www.fundeu.es.
Vigara, A. M. & Consejo de Redacción de ABC (2001). Libro de estilo de ABC (2.a ed.). Barcelona: Ariel, p. 80.

Real Academia Española (2005). “Mayúsculas”, 4.18. Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe.

Ortotipografía: nombres de congresos

Una pregunta constante y frecuente es la correcta grafía (u ortotipografía) de los nombres de congresos en los escritos. Al respecto, encontramos lineamientos en el Manual de estilo de la lengua española, de José Martínez de Sousa, y en El libro y sus orillas, de Roberto Zavala.

La correcta grafía del nombre de un congreso es escribirlo en letra redonda y con mayúscula para todos los sustantivos y adjetivos que forman parte del nombre. En otras palabras, no se aplica del todo el uso de cursivas, comillas o negritas para destacar el nombre del congreso; tampoco es necesario ponerles mayúscula a los pronombres y conjunciones. Así, lo correcto sería escribir: Congreso de Escritores, Narradores y Cuentistas.

Si, además, se trata de una actividad periódica de la que se han realizado varias ediciones, también indica Martínez que lo más práctico, frecuente y recomendable es utilizar números romanos: I Congreso de Escritores, Narradores y Cuentistas. Pero si es usted una de esas personas a quienes no les gusta la numeración romana por considerarla arcaizante, puede optar por utilizar el nombre completo de la numeración arábiga o una abreviatura: Primer Congreso de Escritores, Narradores y Cuentistas; 1.er Congreso de Escritores, Narradores y Cuentistas (recuerde que el «er» debe ir en voladito o superíndice).

Referencias:
Real Academia Española (2005). «Mayúsculas», 4.24. Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe.
Martínez de Sousa, J. (2007). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea, p. 314.
Zavala Ruiz, R. (2008). El libro y sus orillas (3.a ed.). México: Universidad Nacional Autónoma de México, p. 313.

¿Es posible editar para todos los hispanohablantes?

Una de las ventajas de la lengua, en tanto código internacional de comunicación e intercambio, es su capacidad para darnos acceso a cualquier texto, publicado en cualquier país. No obstante, aun cuando quisiéramos una sola lengua universal, idéntica y comprensible por todos sus hablantes, los giros y particularidades de una región la pueden volver críptica para los hablantes de otra.

Tomemos, como ejemplo, el español. Nací en Costa Rica, un país al que llegan, de alguna manera, influencias de muy diversas procedencias. Así, he leído libros editados en casi cualquier país de habla hispana: México, El Salvador, Colombia, Argentina, España... nunca me he sentido incapaz de leerlos, aunque ciertamente me daba algo de risa encontrarme un «Oye, tío» en alguna traducción española de una obra de Isaac Asimov. Aclaro: en Costa Rica, tío es y siempre será el hermano de mi madre, nadie más; el otro sería «mae», pero no es nada elegante para incluirlo en una traducción literaria, mucho menos de Asimov.

Así, la edición que traspasa fronteras se ve obligada a hacerse preguntas y tomar decisiones. El editor de obras técnicas tiene la responsabilidad de procurar textos que cumplan con ciertos requisitos básicos: comunicabilidad, ¿se tiene éxito en la comunicación texto-lector?; lecturabilidad, ¿se puede leer fluidamente, sin tropiezos en el camino?; naturalidad, ¿se siente cómodo el lector con el texto?; claridad, ¿el texto se entiende tal cual, sin equívocos? Aclaro que estos son requisitos propios de la edición técnica porque ahí donde un manual de uso o un texto didáctico requieren de una comunicación eficaz, transparente, clara, sencilla, directa y unívoca, la comunicación literaria puede aspirar a producir ambigüedad, pluralidad, multidireccionalidad, deliberada oscuridad y, sobre todo, múltiples posibilidades interpretativas.

Así, en teoría, todo parece muy sencillo y abstracto. El problema es cuando un texto invadido por vocablos y giros de la vida cotidiana quiere traspasar las fronteras de una latitud a otra. Tomo, como ejemplo, una obra enfocada en la incorporación de recursos tecnológicos en los procesos de enseñanza-aprendizaje. ¿Qué clase de dificultades léxicas podríamos encontrar ahí?, se puede preguntar el editor. Estas son solo algunas: España, ordenador / América, computadora (no computador, como tienden a pensar algunos); España, pizarrón / América, pizarra; España, plumón / América, marcador (Costa Rica, pilot); España, ordenador de sobremesa / América, computadora de escritorio... (profundizo en eso... a mí me dicen «ordenador de sobremesa» y me imagino «¿una computadora para usarla después de tomar café, en la mesa...?»).

De repente, una obra perfectamente escrita en español, o eso creemos, se vuelve Babel... y eso sin mencionar términos no tecnológicos, como enojo/enfado, que son exactamente lo mismo salvo que en América preferimos enojo y en España, aunque se entiendan las dos y el DRAE recomiende la primera, los españoles hablan siempre, en su vida cotidiana, de enfado (aclaro que no sé si esa es una afirmación universal, para toda la Península o solo para algunas regiones); o las diferencias que tenemos en el uso de ser y estar.

Así, la revisión de una obra escrita en una latitud para ser publicada en otra puede incluir un trabajo complejo de adaptación/traducción. La decisión de cuánto elijamos traducir dependerá, ciertamente, de los editores y el grado de compromiso que tengan con sus lectores. Un vocablo perfectamente normal en una región puede producir extrañeza, rechazo o hasta risa cuando aparece en un texto pensado para ser leído en otro lugar. Se puede convertir en una piedra de tropiezo, un estorbo en la lectura, un factor distractor que desconcentra y desconcierta al lector. Es ese factor clave el que subyace en las decisiones del editor, y no una simple gana de adaptar por adaptar, o de corregir por corregir.

sábado, 13 de febrero de 2010

Devonthink: una herramienta para la investigación

En lo personal, me encantan las fases iniciales de una investigación: la búsqueda de pequeñas pistas, el hallazgo de libros dentro de las bibliografías de otros libros, las citas útiles que saltan de las páginas leídas, las interrogantes a cada párrafo del camino, la colección de entrevistas y opiniones, las ideas sueltas, los fragmentos de respuestas que van apareciendo sin orden, ni aviso previo... De esta forma, a veces caótica y desarticulada, tras muchas semanas, meses o hasta años, van tomando forma muchas de las grandes investigaciones. Es una etapa hermosa, divertida, llena de sorpresas y, sobre todo, de mucho asombro.

Sin embargo, desde el punto de vista práctico, también es una etapa llena de hojas sueltas, cuadernos caóticos, fichas acumuladas unas sobre otras, archivos inmanejables, fotocopias indistinguibles, libros en todos los estantes y, ahora en la era digital, carpetas y subcarpetas (directorios y subdirectorios) que se pierden en la selva de nuestro disco duro. A los libros y notas de antaño, agregamos páginas web (más de las que nuestra libreta de direcciones puede manejar sanamente) y gran variedad de artículos digitales.

¿No sería acaso un sueño tener toda esa información organizada y organizable, buscable, hipervinculada, fácil de recuperar y lista para utilizar en nuestros proyectos de escritura?

Hace unas semanas trajimos a este blog la propuesta de flujo de trabajo de Kerry Magruder, en un artículo sobre la escritura de textos académicos. En ese momento, no había puesto a prueba, personalmente, el DevonThink, que él recomendaba, pero comencé a encontrarlo como una herramienta preferida por otros escritores, muchos de ellos usuarios de Scrivener. Ahora sé por qué a tantas personas les gusta tanto: es precisamente el tipo de programa para quienes amamos esa etapa previa de la investigación y necesitamos un método para conservar, de un modo accesible y práctico, hasta las más pequeñas piezas de nuestro rompecabezas.

Agostino, uno de nuestros lectores, ha dejado un comentario muy completo sobre las capacidades de búsqueda de este programa. Me tomo la libertad de citarlo: «Devonthink es un aplicación muy potente, cuya particularidad es un motor de búsqueda semántica exclusivo, que resulta muy efectivo para encontrar información entre material heterogéneo y moderadamente desordenado. Digo “moderadamente” porque su mecanismo de Inteligencia Artificial tiene en cuenta también la ubicación de las cadenas de búsqueda, con lo cual la ordenación del material documental es altamente recomendable».

Otra ventaja del DevonThink es que puede importar prácticamente toda clase de archivos: textos, pdf, audio y video... y puede crear documentos de texto plano, rtf y notas. Se pueden crear réplicas de los archivos, de modo que aparezcan en varias carpetas al mismo tiempo, e hipervínculos entre ellos, para que todo esté cruzado y accesible desde cualquier lugar.

Algo que me encanta de cualquier programa dirigido a escritores es el modo de pantalla completa; DevonThink también incluye esta herramienta para quienes amamos la escritura sin distracciones, aun si solo estamos tomando notas personales e ideas preliminares (desde luego, para escribir propiamente, Scrivener sigue siendo el mejor).

Otra función especialmente útil, además de la capacidad de importar páginas web con todos sus contenidos, es la opción de importar un sitio web completo. Si bien se advierte no intentar descargar toda la Wikipedia a la base de datos, muchas veces nos topamos con sitios web que, página a página, son necesarios para nuestra investigación; pero tomar notas de todas ellas o incluso importarlas una a una es una tarea lenta que, algunos impacientes como yo, terminamos por declinar. DevonThink ofrece una alternativa: traérselo completo para una lectura reposada, tomar notas a gusto y tener las referencias completas cuando se necesiten, directamente en nuestro ordenador, ya fuera de la caótica nube de la red.

Otra ventaja de las bases de datos de DevonThink es que, una vez creadas, estarán disponibles para todos los proyectos de escritura que vayamos a emprender en el futuro. ¿Cuántas veces nos ha ocurrido encontrar un tema de investigación para un artículo y, con los años, darnos cuenta de que se nos convirtió en una tesis, tres artículos y varios proyectos de libros, todo con el mismo tema como base? DevonThink es ideal para mantener toda esa gran base de datos, de la que solo pasaremos a nuestros proyectos de escritura puntuales aquella información (notas, referencias, artículos) estrictamente pertinentes para cada uno de ellos.

DevonThink tiene varias opciones (personal, profesional y oficina), según el presupuesto y necesidades del usuario, y dispone de descuento académico para estudiantes y docentes de instituciones educativas. Sin duda, esta es una gran alternativa para quienes necesitamos de algo más que una colección de papeles y fichas en nuestro archivo de investigación.

sábado, 6 de febrero de 2010

Importante: uso y abuso

Uno de los males de la época moderna es la deslexicalización de la lengua (no sé si el neologismo es válido, pero cuando menos tiene un efecto dramático): la expresión cotidiana se reduce cada vez más a unos pocos cientos de palabras.

Los docentes pueden ver el fenómeno en los exámenes de los estudiantes, que reducen toda su capacidad expresiva a un puñado de verbos y de muletillas. Pero los editores lo ver con horror cuando este fenómeno se presenta en autores de los que no se pueden librar, según las circunstancias. Incluso autores muy buenos, ya consagrados, y que, sin embargo, no serían los mismos sin editores y correctores acuciosos e irreverentes.

Uno de los problemas de reducción expresiva más común es el uso del adjetivo importante y de su hermano sustantivo, importancia. Ambos pueden aparecer cientos y hasta miles de veces en un mismo libro.

¿Por qué ocurre este fenómeno?
Una respuesta aventurada –pura especulación mía, lo admito–, podría ser precisamente la versatilidad de esta palabra comodín. Su significado etimológico es bastante vacío, sencillamente proviene de in, ‘dentro’, y portare ‘llevar’. Su significado en el vocablo importación es más literal de lo que un lector moderno podría esperar, porque, en efecto, los romanos se referían a los barcos que traían mercadería dentro de ellos.

Consecuencias estilísticas del abuso de importante
Pero la lengua es misteriosa y las razones por las que una palabra sirve para todo también lo son. Así, la palabra importancia puede referirse tanto a gran cantidad, como a gran magnitud; a un elevado cargo, como a grado de relevancia; o bien remitir a campos semánticos como la trascendencia o el grado de significación que algo tiene en su área.

Visto de esta manera, el abuso de importancia/importante en un texto no solo produce efectos nocivos de redundancia y aliteración, sino que hace el texto más difuso y menos preciso, por cuanto estamos perdiendo la oportunidad de emplear vocablos semánticamente mejor delimitados para describir las muy distintas realidades discursivas que se entretejen en una obra.

¿Qué hago? ¿Utilizo sinónimos?
Una trampa frecuente en el intento por depurar al texto de sus excedentes de importancia es caer en el reemplazo automático por otros sinónimos. Antes de que usted se vaya de cabeza sobre su texto, con unos cuantos diccionarios de sinónimos a su lado, hágase las siguientes preguntas para cada importancia/importante que se encuentre:

  1. ¿Realmente es necesario? En un alto porcentaje de los casos, ese importante es solamente una muletilla de nuestro devaneo o pensamiento. «Es importante considerar que...», «Es importante llegar a la conclusión de que...», etcétera. ¿No sería más sencillo, menos pesado para el lector, más agradable y directo nada más decir «Consideremos...», «Concluimos...»? Este es el caso de casi todos los importantes que pueden reemplazarse por relevante.
  2. ¿Existe otra manera de expresar esto, sin tener que acudir a ninguno de los sinónimos de importante, quizás cambiando la sintaxis, añadiendo giros? A menudo el uso de una muletilla no es más que la salida fácil; la gimnasia mental y la búsqueda de nuevas maneras de transmitir nuestras ideas pueden mejorar muchísimo el texto y, de paso, expurgarlo de importantes.
  3. ¿Estamos reemplazando una muletilla por otra? Hay que tener mucho cuidado de no reemplazar todos los importantes por el mismo sinónimo, para que no nos ocurra que tenemos una obra libre de importantes pero ahora plagada de relevantes.
  4. Si, en efecto, hay un énfasis semántico que reposa sobre el importancia/importante, ¿cuál es el sinónimo más preciso y semánticamente correcto? Debemos evitar la tentación de utilizar una palabra que nos suena elegante, pero que no corresponde al significado requerido. Por ejemplo, la palabra trascendental nos puede parecer un maravilloso sinónimo: es rimbombante y da una sensación de «suma importancia» y, sin embargo, si vamos a un diccionario y buscamos sus significados, veremos sorpresas semánticas como «Que está más allá de los límites de cualquier conocimiento posible» o, para el verbo trascender, «Exhalar olor tan vivo y subido, que penetra y se extiende a gran distancia» (DRAE, 2001).
Si después de haberse hecho todas estas preguntas, todavía se ve en la necesidad de buscar sinónimos, mi recomendación es que tenga buenos diccionarios a mano, ya sea en línea o en físico. Mi favorito es el Diccionario de ideas afines, de Fernando Corripio, editado por Herder. En este diccionario se recoge algo más que sinónimos: remite a campos semánticos concomitantes. Con perdón de la editorial y del autor, anoto aquí las alternativas que esta obra proporciona para reemplazar importancia/importante. Me disculpo con ellos bajo la excusa de que esto le incitará a usted, lector, a poner sus manos sobre el primer ejemplar que se encuentre (le recomiendo, como buena bibliófila, la edición en pasta dura) que, en países como el mío, «al otro lado del charco» (léase Latinoamérica), es una de esas raras joyas que llegan solo esporádicamente.
IMPORTANCIA. 1. Magnitud, trascendencia, consecuencia, rango, categoría, (v. 2), cuantía, valor, grado, influjo, interés*, superioridad*, medida*, alcance, repercusión, influencia, envergadura, difusión, resonancia, realce, relieve, fundamento, ascendiente, predominio, calibre, carácter, fuste, prestigio, principio*, peso, crédito, enjundia, potencia, poder, tronío, peligro*, dificultad*, urgencia*, significación, grandiosidad*, vigor*, fuerza (v. 2).
— 2. Rango, importancia, jerarquía, grado, orden*, calidad, poder, categoría, señorío, nivel, casta, clase*, superioridad* (v. 1), encubrimiento, prominencia, posición, situación, fama, prestigio, consideración, respeto, solemnidad; orgullo, fatuidad, vanidad* (v. 1).


3. Importante. Esencial, principal, superior*, trascendental, capital, notable, relevante, destacado, grande*, magno, preeminente, serio, supremo, primordial, sobresaliente, prominente, fundamental, básico, medular, primero, poderoso, fuerte, influyente, famoso (v. 4), ilustre, elemental, señalado, estratégico, decisivo, crítico, crucial, culminante, álgido, grave, central, inicial, primario, enorme, valioso, estratégico, neurálgico, vital, significativo, apreciable, grandioso*, solemne, imprescindible, cardinal, terminante, concluyente, urgente*, sustancial, enjundioso, considerable, útil*, provechoso, conveniente*, interesante*, cuantioso, amplio, extenso*, grave, craso, espinoso, delicado, peligroso*, difícil*.
— 4. Afamado, importante, famoso, prestigioso*, respetable, encumbrado, poderoso*, todopoderoso, alto, destacado, significado, distinguido, omnipotente, influyente, inabordable, ocupado, inaccesible, grande, excelso, opulento, rico, próspero*, potentado, pudiente, personaje, orgulloso*, vanidoso*.
5. Dar importancia. Destacar, importar, resaltar, señalar, influir, realzar, favorecer, subrayar, acentuar, enfatizar, trascender, valorar, valorizar, fundamentar, significar, potenciar, pesar, interesar*, concernir, relacionar, incumbir, tocar, conectarse, vincularse, atañer, competer (v. 6).
6. Tener importancia. Importar, predominar, prevalecer, exceder, preponderar, superar, aventajar, valer, poder, interesar*, atañer, competer, vincularse (v. 1).
Contr.: Intrascendencia, pequeñez*, insignificancia*.
V. SUPERIORIDAD, PRINCIPIO, URGENCIA, INTERÉS, PODER, GRANDEZA, UTILIDAD, PELIGRO, DIFICULTAD, ORGULLO, VANIDAD.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Etcétera: uso, abuso y ortotipografía

Esta pequeña palabrita resultó de la unión de dos vocablos latinos, que se sincoparon y se convirtieron en uno solo: significaba, sencillamente, ‘y el resto’, ‘y las demás cosas’ (et caetera).

Pero ¿qué es el etcétera cuando se cuela en un texto? ¿Cuando nos sugiere que la enumeración está inconclusa y bien podría ser infinita? ¿Cuando se filtra al final de una oración?

Usos estilísticos
En algunos escritos, el etcétera no tiene del todo cabida; a menos que sea para ser utilizado de manera dramática o figurativa, como podría ocurrir en la poesía o en la literatura. Y en esos en los que sí puede utilizarse, su abuso es imperdonable, más todavía en aquellos en los que más se tiene la necesidad y la justificación para emplearlo.

En la escritura académica didáctica, continuamente se exponen enumeraciones, conceptos, series, ejemplos y largas listas que llevan a la tentación de utilizar el etcétera. Es, a primeras vistas, un recurso para dejar abierta la imaginación, para invitar a la búsqueda y para indicar que el autor todavía no lo ha dicho todo sobre el tema (es decir, declara su humildad, ante el reconocimiento implícito de que no lo ha dicho todo).

Al mismo tiempo, la libertad que introduce el etcétera es una trampa mortal: el discurso no se cierra, parece que todavía falta mucho por decir y, en el esfuerzo por «rellenar» o «completar» el etcétera, el lector podría cometer cualquier barbaridad. ¿Cómo podemos tener la plena seguridad de que tales y cuales elementos sí formaban parte de la serie en la mente del autor? ¿Por qué, si había tantos otros componentes merecedores de ser mencionados, no se incluyen en el texto? En síntesis, es antididáctico.

Como abreviatura que es, responde a la recomendación casi universal de los manuales de edición: en atención al lector, debe usarse lo menos posible. Advierte Zavala, en El libro y sus orillas, que también deben evitarse las redundancias de «etc., etc.» y de escribir puntos suspensivos después de etcétera, dado el significado literal de esta palabra (Zavala, 1995: 282).


Alternativas al etcétera
Una estrategia para eliminar por completo el etcétera es invocando la figura del ejemplo, cuando solamente se quiere hacer mención de unos pocos casos para orientación del lector. Las fórmulas entre otros, por ejemplo, tales como e incluso como a secas pueden venir en nuestra ayuda. Cualquiera de estos sintagmas transmite la idea de que la enumeración siguiente o inmediatamente anterior corresponde exclusivamente a unos pocos ejemplos de la serie completa. Esto, cuando menos, nos ayuda a evitar el etcétera y, en lugar de proporcionar una serie inconclusa que el lector deberá completar en su mente, proporciona una lista limitada, pero finita, de casos particulares.

Sin embargo, cuando se elige introducir alguna de estas expresiones en el escrito, conviene mantenerse alerta para no incurrir en otro pecado: la redundancia mediante fórmulas pleonásticas. De tal manera que al decir «por ejemplo, [...], entre otros» o «tales como [...], etcétera» estamos hablando de más. Basta usar una de ambas fórmulas para que el lector ya sepa, sin equívocos, que leerá unos pocos ejemplos y no una secuencia íntegra. Por lo tanto, basta decir «por ejemplo, [...]», sin el «entre otros» del final.

Hay quienes también recomiendan el uso de puntos suspensivos al final de las series, en lugar del etcétera; sin embargo, esto tiene que aplicarse con medida para no caer en el abuso injustificado de puntos suspensivos en el escrito. Además, los puntos suspensivos tienen muchos otros valores expresivos adicionales y, para utilizar esas capacidades semióticas de manera óptima, conviene no desgastarlos innecesariamente.

¿Cuándo está justificado su uso?
Como bien lo explica el Libro de estilo de ABC, «dado que, cuando aparece, obliga al lector a suplir información que no está explícita en el texto, se recomienda restringir su uso a los casos estrictamente necesarios» (2001: 36).

Para que pueda emplearse, es indispensable que el lector pueda completar la serie por sí mismo, de modo que no introduzca ambigüedad; ya sea porque los componentes de la serie son inequívocos (como los días de la semana) o porque ya han sido mencionados antes.

Es preferible evitar su uso dentro del discurso principal del texto y limitarlo a textos entre paréntesis, enumeraciones y ejemplificaciones. En estos casos, es hasta más elegante reemplazar esta abreviatura por puntos suspensivos.

Sintaxis del etcétera
El citado manual del ABC menciona que «cuando aparece en el interior de la frase, debe colocarse siempre entre comas (o entre coma y otro signo, según el contexto), y precedida de coma si aparece al final» (2001: 36). El DPD también confirma que siempre debe ir precedido por coma, ya sea que se utilice en su forma abreviada o plena.

Cuando el etcétera forma parte de una enumeración que, a su vez, compone el sujeto de una oración, también lleva una coma tanto antes, como después. Es el único caso en español en que se admite la presencia de una coma delante del verbo de la oración: El novio, los parientes, los invitados, etc., esperaban ya la llegada de la novia (DPD, «coma», 3.1).
      

Ortotipografía del etcétera
Ya sea en su forma plena o abreviada, se escribe siempre en letra redonda (es decir, sin cursiva ni negrita, a menos que así se requiera por otras razones semióticas distintas y específicas del discurso).

¿Qué sucede si el etc. queda al final de la oración, justo antes del punto? Algunos editores del siglo anterior ponían los dos puntos: el de la abreviatura, y el de la oración. Este uso ya no se admite.

El DPD resuelve que «Si una abreviatura coincide con final de oración o de párrafo, el punto de la abreviatura sirve de punto final, de modo que solo se escribirá un punto y no dos» (DPD, «abreviatura», 6, d). Esto, en la práctica, plantea problemas, debido a la siguiente norma del DPD, en la misma entrada, en su apartado 6, inciso g). Aquí, aunque no utiliza explícitamente la nomenclatura, sí expresa que una abreviatura no debe quedar sola en una línea de texto (viuda o huérfana, según corresponda). En estos casos (y solo en estos casos), debe utilizarse la palabra completa.

Al respecto, José Martínez de Sousa, en su Manual de estilo de la lengua española, aclara que esa norma se aplicaba usualmente en la antigua edición tipográfica, antes de la autoedición o edición por medio de herramientas informáticas. El problema es que ahora, el control de cuáles «etc.» a final de oración van abreviados y cuáles no (aquellos que queden solos en un renglón independiente) se convierte en un proceso poco práctico:
Pero basta un leve cambio del contenido (por ejemplo, la adición o eliminación de una coma) para que todo el texto cambie en su disposición y lo que antes era incorrecto sea ahora correcto, y viceversa. Esta situación, corrigiendo y descorrigiendo sucesivamente, se convierte en un engorro. La única solución consiste en componer siempre la palabra con todas sus letras: etcétera (así lo hace ya un diario como El País, de Madrid), con lo que el problema desaparece. (2007: 229).

Las reglas del etcétera, en síntesis
Así, las reglas de uso del etcétera pueden enumerarse de la siguiente manera:
  1. Debe utilizarse solo cuando sea indispensable, preferiblemente fuera del discurso principal (paréntesis, enumeraciones, listados...).
  2. El lector debe tener las herramientas para poder decodificar la serie que deja abierta.
  3. En el discurso principal, puede reemplazarse por otras fórmulas para introducir la presencia de ejemplos.
  4. Puede reemplazarse por puntos suspensivos.
  5. Siempre va precedido por coma.
  6. Si es el último componente de una enumeración que forma parte de un sujeto, también va seguido por coma.
  7. Se utiliza casi siempre en su forma abreviada: «etc.».
  8. Se escribe siempre en letra redonda.
  9. Si aparece a final de oración, se utiliza la palabra en su forma completa, en lugar de su abreviatura.
Obras consultadas:

Martínez de Sousa, J. (2007). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea.
Real Academia Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe.
Vigara, A. M. & Consejo de Redacción de ABC (2001). Libro de estilo de ABC (2.a ed.). Barcelona: Ariel.
Zavala Ruiz, R. (2008). El libro y sus orillas (3.a ed.). México: Universidad Nacional Autónoma de México.


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lunes, 1 de febrero de 2010

Las referencias de obras traducidas en APA

El formato bibliográfico APA es uno de los más utilizados en muchas áreas científicas fuera de la psicología, especialmente en las ciencias sociales. Por moda o uso irreflexivo, cosa que no someteremos a análisis en este artículo, una de las dificultades de su aplicación es la generalizada ignorancia sobre sus pormenores. Muchos académicos se limitan a consultar resúmenes que circulan en internet, traducidos por alguien más e interpretados a su manera. Pocos adquieren el manual, ya sea en inglés o en español, y una gran cantidad de ellos hacen caso omiso de algunas de sus recomendaciones.

Una de estas recomendaciones es lo relativo a las obras traducidas. Por obra traducida me refiero a aquellas obras que consultamos en otra lengua distinta de la original. Una bibliografía académica que se respete debería darle al investigador serio todo cuanto necesita para contextualizar correctamente la información bibliográfica. En otras palabras, tan importante es el año de la traducción (la edición que está consultando) como el año original de la publicación; así como su nombre en la lengua original, especialmente para aquellos casos en que la traducción experimenta un cambio radical. Pensemos, por ejemplo, en que no es lo mismo decir “Frazer, 2005” que “Frazer, 2005, originalmente publicado en 1898”; el caso de La rama dorada de James Frazer.

Yo misma, durante muchos años, creí que el APA no contemplaba una normativa para incluir este tipo de información bibliográfica. Me equivocaba.

Si tomamos la traducción al español de la quinta edición del manual de APA (2001), podemos ver en la página 251, en el ejemplo 31, las directrices para la referencia de un libro que no se encuentra en español. Tenemos varios escenarios. Cada uno tiene sus pequeños detalles de orden de la información y ortotipografía de sus componentes. En este aspecto, las normas de APA se complementan con las observaciones de José Martínez de Sousa, en el Manual de la lengua española, en donde se especifica que “cuando el título está en una lengua extranjera y la obra no se ha traducido, se puede añadir una traducción española entre corchetes” (2007: 96).

Caso 1: consulta de traducción de una obra originalmente publicada en otra lengua:

Kuhn, T. S. (1971). La estructura de las revoluciones científicas (Agustín Contín, trad.). México: Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1962).

Caso 2: consulta de una obra en su lengua original, diferente de la lengua del investigador, con traducción existente en la lengua del investigador:

Kuhn, T. S. (1962). The Structure of Scientific Revolutions [La estructura de las revoluciones científicas]. Chicago: The University of Chicago Press.

Caso 3: consulta de una obra en su lengua original, diferente de la lengua del investigador, sin traducción existente en la lengua del investigador:

Schriver, K. A. (1997). Dynamics in document design [La dinámica en el diseño de documentación]. New York: John Wiley & Sons.

El observador acucioso habrá notado ya la diferencia de uso entre las cursivas del título entre corchetes, que le indican al investigador versado si la obra existe o no traducida al castellano.

Estas consideraciones se aplican también a los artículos de revistas; según APA, simplemente se añade entre corchetes la traducción.

Nombre del traductor

Según la sexta edición de APA (2009: 204), el nombre del traductor debe incluirse entre paréntesis después del nombre de la obra. La referencia parentética dentro del texto debe incluir los dos años, el de la publicación original y el de la edición utilizada, en orden de antigüedad, como puede verse en el ejemplo (caso 1).

Referencia parentética de obras traducidas

Puesto que una obra traducida tiene dos años de publicación distintos, uno de su primera edición en lengua original y el de la edición que se está consultando, el manual de APA (2006: 204) indica que deben consignarse ambos años, de la siguiente manera: (Kuhn, 1962/1971). La edición original se consigna en primer lugar. Si es una obra clásica, además hay que incluir las abreviaturas trad. o vers. (para versión), según sea el caso: (Platón, trad. 1985).

¿Cómo se traduce “original work”?

El manual del APA en inglés utiliza la leyenda “Original work published 1962”. La traducción al español realizada por Manual Moderno lo traduce literalmente como “Trabajo original publicado en 1962”. Han elegido hacer una traducción demasiado literal, en mi opinión. La palabra obra es la traducción más correcta para work en este contexto.

Lista de referencias

American Psychological Association (2001). Manual de estilo de publicaciones de la American Psychological Association (Maricela Chávez, Gloria Padilla, Mayra Inzunza, Alcyone S.A., Alberto Jiménez, trads.). (2.a ed.). México/Bogotá: Manual Moderno. (Obra original publicada en 2001).

American Psychological Association (2009). Publication Manual of the American Psychological Association [Manual de publicaciones de la American Psycological Association]. (6.a ed.). Washington, D.C.: Author.

Martínez de Sousa, J. (2007). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea.

                        

Nota de actualización

Este artículo fue corregido y actualizado el día 22 de junio de 2010, para eliminar errores de interpretación sobre la norma APA en lo concerniente a la referencia de traducciones y para añadir información nueva.

Análisis de audiencia para el diseño de documentación técnica

Como ya hemos mencionado en otros artículos de este blog, la documentación técnica incluye todo tipo de producción editorial no literaria, como la escritura académica, entre muchas otras. Dentro de este mismo contexto, la palabra diseño incluye el proceso completo: la concepción, estructura, planeamiento, escritura y salida visual de la documentación; no solamente su diseño gráfico.

Establecidas estas premisas, podemos pasar a reseñar y comentar los tres métodos de medición de audiencias e integración en el proceso de diseño de documentación técnica que Karen A. Schriver describe en su obra Dynamics in document design.

Schriver los califica en tres tipos: clasificadores, intuitivos y quienes escuchan. Para explicarlos, propone un ejemplo práctico: tres equipos reciben la tarea de adaptar un artículo sobre el calentamiento global, tomado de la revista Scientific American y dirigido a estudiantes universitarios, para una audiencia de estudiantes de secundaria, especialmente entre el séptimo y el octavo grado.

Los clasificadores

El equipo de clasificadores se aproxima al problema mediante una lluvia de ideas para determinar cuáles son las características diferenciadoras entre los estudiantes de secundaria y los universitarios. Destinan la mayor parte de su tiempo a la catalogación de todos los datos que puedan considerarse relevantes sobre su audiencia meta: edad, diferencias por sexo, actitudes hacia la ciencia, pasatiempos vinculados a la ciencia, nivel promedio de vocabulario e interés en el medioambiente. Con esta información en mente, elaboran el esquema de adaptación del artículo original. El primer borrador es sometido a análisis lingüístico para adaptar el nivel a la edad de la audiencia y, aún así, se simplifica todavía más. Finalizada esta labor, el equipo da por terminado su trabajo.

Los intuitivos

Este equipo lee con cuidado el artículo original y toma nota de cuanto pueda interesar a su audiencia meta. Los miembros del equipo intercambian reflexiones sobre el calentamiento global y recuperan sus experiencias personales cuando tenían la edad de su audiencia. Elaboran varios borradores que discuten y corrigen, siempre tratando de imaginar cómo lo recibirían los estudiantes de secundaria; estos lectores imaginados se construyen a partir de pequeñas experiencias personales o ajenas, lo que han observado en parientes o amigos cercanos que coinciden con las características del público meta y toda suerte de especulaciones sobre sus comportamientos posibles. El borrador final se elabora tras la lluvia de ideas generada por la crítica constructiva de otros miembros del grupo, como primer «grupo de prueba» del producto final.

Los que escuchan

El tercer grupo comienza por localizar un grupo de estudiantes de secundaria que estén dispuestos a criticar sus borradores o versiones preliminares. Algunos miembros del equipo tratan de averiguar qué están entendiendo los jóvenes de secundaria sobre el tema de la ciencia. Tienen la preocupación de diseñar ayudas visuales que contribuyan por igual a la comprensión de la materia y a motivar a los estudiantes para seguir su aprendizaje. Su primer paso será, por lo tanto, recopilar ensayos sobre temas cercanos al suyo escritos para estudiantes de esta edad. También hablan con los docentes para averiguar cuáles estrategias han sido exitosas en la enseñanza de la ciencia. las entrevistas a estudiantes y profesores les dan muchas ideas para una nueva versión del artículo. Tras discutir diversas alternativas, toman la decisión de elaborar un material visual en lugar de un texto verbal. Someten la nueva versión a la opinión de los estudiantes y le prestan especial atención a la manera en que estos utilizan las ayudas visuales y exploran los conceptos. Toman nota de cuanto los estudiantes encontraron interesante y de aquellas cosas que produjeron duda o perplejidad. A partir de este proceso de seguimiento en tiempo real de las reacciones del lector, elaboran su versión final del documento.


Estos tres enfoques de creación de la audiencia modelo obligan a la reflexión. Dejaremos los comentarios para otra oportunidad. Aquí solo se abre la pregunta: si usted diseña documentación técnica y ha querido asumir el reto de diseñar para su audiencia, ¿cuál enfoque o combinación de enfoques ha empleado?