miércoles, 31 de marzo de 2010

Librerías en línea de libros en papel

Para continuar el tema abierto en el artículo anterior, reseño aquí, de manera breve, mi valoración de las cuatro tiendas en línea que utilizo usualmente para adquirir mis libros. La selección queda reducida a mi experiencia, filtro inevitable. Excluyo de aquí Barnes&Noble porque me rehúso a pagar el recargo por concepto de impuestos, pero puede ser que su sistema de cupones y club de membrecía sean atractivos para otras personas.


BetterWorldBooks: excelentes precios, envío barato, sentido social

Esta es la favorita de mis tiendas, aun cuando es la más pequeña. BetterWorldBooks, además de una librería, es también una fundación para la promoción de la lectura en diversos lugares del mundo. De esta manera, el dinero recaudado por las ventas tiene un fin social, desde mi punto de vista, muy loable.

Esta tienda tiene la oferta más reducida, es verdad, pero cuando un libro se encuentra en su catálogo, a un buen precio, es la más competitiva en todos los demás aspectos: los costos de envío a cualquier lugar del mundo son los más baratos ($3.99) y el servicio al cliente es extraordinario, puntual, muy amable y con mística (¿cuántas veces recibe uno un correo electrónico indicándole que el libro que ha comprado le envía una carta personal a uno, su nuevo dueño?).

Dispone de un marketplace, en donde, sin esperarlo, pueden aparecer excelentes ofertas. Aunque el costo del envío sea un poco mayor ($7.99), todavía es competitivo frente a las alternativas.

Debo admitir que a los libros les toma mucho tiempo en llegar, más del calculado por ellos, pero siempre llegan, sin falta. Y si desaparecieran en el camino, el dinero sería reintegrado o el ejemplar, repuesto. Por eso, ¿qué importa un poco de paciencia frente al ahorro sustancial y la certeza de que, de paso, se contribuye a una buena causa?


Amazon: la opción más segura y de oferta más amplia

Decir algo distinto de Amazon sería injusto. Su servicio al cliente es impecable y dispone de varias herramientas indispensables para el comprador en línea: descripciones detalladas de los editores, valoración y comentarios de otros lectores, recomendaciones automatizadas basadas en los gustos del comprador y en la selección de otros compradores, previsualización de la tabla de contenidos de muchos de sus libros, riguroso sistema de reclamos y devoluciones, embalaje de alta calidad. Es una tienda que, en general, se caracteriza por la calidad y por escuchar a su cliente.

Además de los libros nuevos que pueden adquirirse directamente a Amazon, como tal, disponen de un marketplace o mercado conformado por cientos de pequeños libreros alrededor de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. A través de esta red de ventas es posible encontrar ofertas increíbles para ejemplares de alto costo o fuera de circulación.

La calidad del marketplace está garantizada por un riguroso sistema de valoración de cada uno de sus miembros, de manera que el comprador tiene la oportunidad (yo diría: el deber) de expresar su experiencia y denunciar los malos tratos por parte de los vendedores, así como de premiar los envíos rápidos, de libros en condiciones tal y como se describieron y a buenos precios. El servicio al cliente también es riguroso en este sentido, y cuando el comprador así lo solicita, se tramitan devoluciones o reintegros por causas como extravío. Por la misma razón, los vendedores se esfuerzan por dar un excelente servicio, para no ser excluidos del sistema, y por eso suelen responder cualquier consulta en tiempos récord y hacer sus envíos tan pronto como les sea posible.

Todos los libros nuevos (directamente comprados a Amazon) pueden optar por envío internacional, pero a un costo de $5 adicionales por ejemplar. Si los libros son muy pequeños o livianos, es más barato traerlos por medio de un servicio de casillero postal en EUA. Las órdenes de más de $25 no pagan envío en territorio norteamericano y son ideales si se utiliza un servicio de courier intermediario, pero uno debe recordar sumarle al costo total de los libros el transporte que se hará desde el casillero postal hasta su país.

Los libros adquiridos en el marketplace serán remitidos desde la locación del vendedor, por lo tanto vendrán en paquetes separados, y pagarán un costo de $3.99 por concepto de transporte dentro de EUA, adicionales a los que se deban pagar para hacerlos llegar hasta el país del comprador. No todas las tiendas del marketplace tienen disponible la venta a otros países del mundo.


Alibris: un conglomerado de compraventa

Alibris es una tienda especializada en libros usados, aunque aparecen libros nuevos y discos compactos entre su oferta. Tienen muy buenos precios y una oferta muy variada, y suelen premiar al comprador frecuente con cupones de descuento, casi simbólicos. Ni una sola vez me ha respondido un vendedor a través de la plataforma de servicio al cliente de Alibris, así que no puedo recomendar la tienda en ese sentido. A veces tienen algunas deficiencias debido a su plataforma informática; sin embargo, tengo más experiencias positivas que negativas con esta compañía y puedo recomendarla.


AbeBooks: librerías de todos los rincones del mundo

AbeBooks tiene la peor plataforma informática de todas y la más incierta (un libro que aparece en oferta puede no estar ya en los estantes del librero), pero es la única librería en línea de cobertura global. Aglutina vendedores de países tan distantes como Australia, Bélgica o Argentina. Libros que a menudo no aparecerían mediante otra vía pueden ser localizados aquí. Desde luego, los costos de envío son muy variados. Tienen un portal para libros en español, IberLibro, pero rara vez la utilizo porque todos los precios están en euros y, con la devaluación de la moneda de mi país, salgo perdiendo (intimidades de compradora).


Forma de pago

Tal vez sobre decirlo, pero todas estas son tiendas seguras y jamás he tenido problemas de estafas o cobros anómalos. Algunas de ellas aceptan pago a través de PayPal; las que no, al menos trabajan con las tarjetas de crédito internacional más reconocidas.

Consejos para comprar libros de papel en internet

Solía quejarme, años ha, de lo difícil que era obtener una bibliografía actualizada, de punta y gran calidad académica en un país pequeño y con limitada oferta bibliográfica, como el mío. Acá algunos libros son tesoros que deben atraparse de inmediato, so pena de perderlos irremediablemente y hasta nuevo aviso.

Las librerías en línea cambiaron para siempre esta condición. Si uno tiene el dinero y un adecuado sistema de correos, todo es posible: el libro de nuestro antojo llegará desde cualquier lugar del mundo en donde se encuentre. Para quienes todavía están pensándolo mucho en atreverse, comparto estos sencillos consejos, resultado de mi experiencia personal.


Paso 1: elegir el libro

El mayor problema de un lector ávido o de un investigador obsesivo no es poder comprar el libro sino saber cuál es el libro ideal, el que andábamos buscando, el que nos ayudará a ir un paso más lejos. En lo personal, disfruto muchísimo las bibliografías de obras que ya estén en mis manos: son mis mejores listas de compras. El gusto de un investigador especializado es uno de los mejores instrumentos para tener acceso a una lista selecta, ya filtrada y, la mayoría de las veces, previamente consultada por alguien con más criterio que uno.

Las librerías en línea funcionan mejor cuando uno sabe de antemano cuál obra se anda buscando. Aún así, siempre es posible utilizar los buscadores de cada tienda. Entre todas, Amazon destaca por su sistema automatizado de recomendaciones, una de las mejores herramientas para ayudarle al lector compulsivo a encontrar obras similares o afines a la que acaba de localizar mediante una búsqueda tentativa.

Los comentarios de otros compradores son también una guía invaluable, especialmente cuando algunos de ellos se toman la molestia de recomendar otras obras de mejor calidad o similar talla. Cuando tengo dudas sobre los contenidos de un libro, usualmente son los anteriores compradores quienes me ayudan a despejarla.

Conviene también hacer uso de la herramienta look inside, de Amazon, que nos permite ver la tabla de contenidos de la obra y algunas páginas internas, así como Google Books, en donde, si tenemos suerte, hay una vista previa del libro, cuando andamos buscando una valoración más profunda.


Paso 2: localizar el mejor ejemplar al mejor precio

Una vez conocida nuestra futura adquisición, parte de la diversión es encontrar la mejor oferta. El mercado de libros usados se nos abre gracias a las librerías virtuales que aglutinan librerías más pequeñas a través de un mismo sitio web. En otro artículo detallaremos las ventajas de cada librería; en este, baste mencionar los cuatro sitios más importantes para la compra de libros usados: el marketplace de Amazon, Alibris, AbeBooks y, mi favorita, aunque su oferta sea menor, BetterWorldBooks.

Tengo la manía de preferir los libros en pasta dura, ojalá no pertenecientes a la colección de una biblioteca y en el mejor estado posible (¡vaya!, que si debo pagar tanto dinero en transporte, que al menos el libro esté en muy buenas condiciones). Según mi experiencia de compradora, la descripción de los vendedores es la guía fundamental con la que cuenta el comprador. Estos son los criterios que utilizo para elegir el ejemplar y la tienda de donde lo voy a adquirir:

  1. Seleccione el ejemplar con la categoría más alta. Las categorías new, like new y very good son casi siempre una apuesta segura (salvo las ocasiones en las que el vendedor se ha equivocado en su valoración, que suelen ser las menos dado el estricto sistema de penalización cuando el cliente no queda satisfecho). Muchos libros que aparecen descritos como very good (muy bueno) realmente parecen nuevos.
  2. Elija libros cuya condición haya sido descrita de manera detallada. Algunas librerías se rehúsan a dar detalles sobre el ejemplar que tienen a la venta, contentos solamente con anotar la categoría. Es preferible, en ese caso, adquirir el ejemplar de otro vendedor que sí se haya tomado la molestia de indicar cuáles son los daños que podemos esperar: el nombre del anterior dueño en la falsa portada, alguna mancha, arrugas en la cubierta, páginas subrayadas, roturas en la camisa… Así, cualquier daño que luego veamos en el libro ya lo habremos conocido de antemano. Cuanto más explícita sea la descripción, mejores los resultados de nuestra compra.
  3. Elija la mejor encuadernación, según sus gustos. Es muy necesario verificar en dónde ha sido clasificado el libro, si como paperback (pasta suave o rústica) o como hardcover o hardback (pasta dura). Algunas veces el vendedor escribe unknown binding. En efecto, en estos casos puede llegar a nuestras manos un libro en rústica ahí donde esperábamos uno en pasta dura.
  4. Prefiera un ejemplar con dustjacket (camisa o sobrecubierta). Si no aparece explícitamente en la descripción que el libro incluye la sobrecubierta o camisa, no podemos reclamar porque esta hacía falta.
  5. Evite las copias descartadas por bibliotecas (ex-library), pero con cuidado de no dejar pasar una buena oferta. No todas las bibliotecas son iguales y no todos los libros de una biblioteca terminan en estado deplorable. He adquirido ejemplares en un estado casi perfecto, con algún discreto sello de la biblioteca que alguna vez lo tuvo en su catálogo. Otros, sin embargo, sí muestran el paso de los lectores por sus páginas. Uno puede arriesgarse cuando la descripción del ejemplar (limpio, sin subrayados, con los sellos usuales) y su categoría (muy bueno, como nuevo) indican un trato amable y una copia en buenas condiciones.
  6. Evite las good reading copy (copia buena para leer). Cuando un vendedor incluye esta frase en la descripción del libro, usualmente nos encontramos en las categorías de good y acceptable. Esto nos indica un interior relativamente limpio (o con pocos subrayados), pero un lomo arrugado, una cubierta con roturas u otros daños mayores y, en algunas ocasiones, hasta manchas de agua o polvo. La única manera en que yo elegiría un ejemplar de estos es un precio imbatible o la falta de mejores opciones.
  7. Si tiene dudas, pregunte. Esto funciona mejor con los socios de Amazon que en las demás librerías, pero es la única manera de obtener información fidedigna y confiable sobre el ejemplar que uno busca. A veces se quiere una determinada edición, o tiene interés en saber cuán molesta es la mancha de agua declarada por el librero. Basta enviar un correo electrónico y, en la mayoría de los casos, recibiremos una respuesta en un lapso de 48 horas (a veces responden el mismo día). Desde luego, si usted siente que esta es una oferta que puede escapársele de las manos y la descripción es satisfactoria, ¡no lo piense más y compre ese libro cuanto antes!
  8. Compare. Busque el título en varias librerías, analice las descripciones, vea el nombre de las tiendas que lo venden, las tarifas de transporte y las ediciones. Con mucha frecuencia encontramos el mismo ejemplar a precios distintos (una vez me ahorré $50 así).
  9. Si no tiene prisa, espere. Si piensa que el precio es muy alto, el ejemplar a la venta está en muy malas condiciones o, de hecho, no hay ninguno disponible por ahora, añádalo a su lista de deseos (wishlist, casi todas las librerías virtuales permiten hacer una) y monitoréelo pacientemente, unas semanas o hasta unos meses, hasta que aparezca una copia del libro ajustada a sus requisitos. Así he pagado $11 dólares por libros cuyo precio de venta era de $60 y he podido adquirir enciclopedias de $300-$900 a precios de remate de $50.
Paso 3: traer el libro a casa

Si se tiene el dinero, cualquier libro puede ser traído desde cualquier lugar del mundo, pero a un costo algunas veces injustificable. La situación geográfica del comprador es clave. En mi caso, estoy en Centroamérica y, por lo tanto, lo más rentable para mí es adquirir libros en Estados Unidos, si bien a través de AbeBooks he encontrado excelentes ofertas desde el Reino Unido, Francia y otros países europeos, digamos unos 7 euros, que son el paraíso si los comparo con los 25 a 50 euros que me puede costar traer un libro desde España o los 25 dólares, si tengo la intención de comprarlo en México.

Aunque suene irónico, para adquirir libros españoles y mexicanos sigo dependiendo de los distribuidores locales y de las raras ocasiones en que aparecen, a un precio decente, en las librerías usadas de Estados Unidos.

Una de las mejores tiendas, según sus tarifas de envío, es BetterWorldBooks: por $3.99 (US$) despachan el libro a cualquier lugar del mundo, sin importar su peso o volumen. Esta librería también tiene un marketplace; si adquirimos el ejemplar por esta vía, el transporte costará $7.99, una tarifa más económica que el envío internacional estándar y que el costo de cualquier servicio de courier. Es también la mejor alternativa para libros grandes y pesados.

En algunos países existen compañías que proveen el servicio de casillero postal en Miami (EUA). Esta es la solución para comprar de aquellas librerías sin servicio internacional o para los casos en que el transporte de este courier, considerando su peso y velocidad, sea más eficiente o más barato que la compra directa a la tienda. Algunas compañías tienen tarifas especiales para envíos muy pesados (más de 5 kg); esta opción debe valorarse cuando estamos comprando una enciclopedia completa u otros casos similares.


domingo, 28 de marzo de 2010

Audiomol: crónica de una mala experiencia de compra

Lo que aquí voy a detallar es una experiencia de compra en Audiomol. Destaco una porque no todos los compradores tendrán necesariamente que pasar por los mismos dramas, según circunstancias particulares como sus equipos, su conexión a Internet, su locación geográfica o la simple suerte. Comparto mi experiencia para advertir a otros, por aquello de que se trate de algo recurrente.

Limitada oferta
La lista de libros de Audiomol, comparada con Audible, es casi risible. Sin embargo, Audiomol es una tienda que apenas está comenzando y, en general, la oferta de audiolibros en español es muy limitada comparada con el mercado anglosajón. Visto así, la oferta tan reducida es comprensible y hasta dispensable, aunque uno soñaría con poder adquirir cualquier obra en su formato de audiolibro, cuando menos las novelas de moda. Para este sueño solo queda el tiempo: a mayor demanda, mayor oferta; a mayor oferta, mayor demanda y así, en un proceso circular, algún día la Web dispondrá de una vasta colección de obras en español.

Precio en euros
Los precios en euros sin duda están a la altura de los compradores europeos, pero son muy elevados para quienes vivimos en otras latitudes. No estaría de más recordar que en internet se compite globalmente, no solo localmente, y que los hablantes de español poblamos un gran continente. Aún así, dada la falta de competencia, a uno solo le resta hacer la conversión y aceptar o no el precio; decisión del comprador.


La descarga del archivo: primera frustración
Como en cualquier sitio de esta clase, es necesario registrarse y crear una cuenta. Una vez adquirido el libro, el usuario se da cuenta de que solamente tiene derecho a 3 descargas. Puesto que los libros están en MP3, basta una, con que uno pueda realizarla.

¿Cuál fue mi experiencia? Pues tengo una conexión casera de “banda ancha” de país tercermundista; en otras palabras, mi conexión ya se queda corta para lo que el resto del mundo entiende por “banda ancha”. Así, me parece muy desconsiderado de parte de la tienda, comprimir los más de 80 archivos de MP3 en un único archivo comprimido RAR. Debí pasar cerca de 7 horas descargando casi 800 MB.

Claro, esas 7 horas fueron después de haber pasado 3 horas en el primer intento y de haber perdido la conexión a medio camino. Cuando regresé a mi cuenta para iniciar nuevamente la descarga, me encuentro con que la plataforma (¡tan inteligente!) ya ha decidido que yo tengo derecho a 0 descargas.

¡Horror! Contacto de inmediato al servicio al cliente y unas dos horas después obtengo respuesta. He de ser yo el problema, nadie ha accedido a mi cuenta, y me hacen el “favor” de activarme 3 nuevas descargas. Ingreso de nuevo a mi cuenta y veo, en mi biblioteca personal, dos ítemes: el primero, con 0 descargas; el segundo, con 2 descargas (no las 3 prometidas). En otras palabras, de alguna manera, el sistema recuerda que yo ya hice un intento, pero solo cuando es “reactivado” manualmente por la empresa.

No sé a los expertos, pero a mí esto me parece un sistema defectuoso.

Encontrar el archivo en el reproductor: segunda frustración

Así, tras largas horas de espera, finalmente pude descomprimir el archivo .rar, ver los MP3 en mi disco duro y sincronizarlos con mi reproductor MP3. Extática y feliz, enciendo el aparatejo de inmediato y comienzo a buscar la nueva novela.

No aparece.

Miro de nuevo mi disco duro: ahí está, cada segmento nombrado y numerado. Lo abro con el iTunes, y sí, puedo ver el nombre del archivo en la casilla “nombre”, pero noto algunas deficiencias: no hay metadatos para las casillas de “álbum”, “artista” y ni siquiera de “género”. Bueno, esta última afirmación es un poco engañosa: en realidad sí había género, solamente que decía algo así como “Otros”: increíblemente descriptivo y preciso, justo lo que necesito para encontrarlo en el dispositivo de lectura de MP3, ¿cierto?

Regreso a mi reproductor y comienzo a buscar desesperadamente. Ha de ser mi computadora. Nadie me tiene teniendo una Mac y empleando un Zen como lector de MP3, que solamente puedo sincronizar a través de un software libre, dada la carencia de soporte de Mac en mi modelo particular. Aunque el programa sincronizador sabía que había copiado los archivos, no podía ver de ellos ninguna información: nombre, autor o número de track. Vaya, problema del software, ¿cierto?

Así, espero pacientemente a tener acceso a una computadora PC y abro el dispositivo mediante el navegador de Windows. Ahí están todos los archivos.

Trato de localizar, dentro del reproductor, los archivos mediante los dos software de sincronización de la PC, tanto el original del aparato (Creative Centrale) como el Windows Media Player.

Nada.

Es como si se hubieran desvanecido, como si no existieran; pero están ahí, los puedo ver a través de la navegación en carpetas.

Regreso al aparato y busco, y busco, y sigo buscando… Y al final, encuentro. Bajo la denominación “desconocido”, aparecen aproximadamente 80 tracks de nombre “desconocido”, de autor “desconocido”, de álbum “desconocido”.

Pues bien, me digo, ¡qué importa, mientras estén en orden! Escucho el primero y… ¿es acaso una sorpresa que estén en pleno desorden? Sorpresa, no es, claro, pero sí que vuelve a frustrar.

No tengo más remedio que hacer esto de la vía difícil. Me devuelvo a la PC. Elimino del reproductor los archivos copiados previamente. Los copio dentro del disco duro de la PC. Abro el programa sincronizador. Añado los archivos manualmente al programa sincronizador. Ahí, antes de copiarlos al reproductor, modifico sus metadatos: de manera manual ingreso, en las categorías respectivas, los nombres que sé, de antemano, me servirán para localizarlos dentro de mi aparatito cuando esté en el autobús o en la calle escuchando. Añado la información de “artista”, “álbum”, “género” (audiolibro, no otro) y, por capricho, incluso le incluyo la cubierta del libro. Ahora sí, solo después de hacer todo esto, copio nuevamente los archivos a mi aparato.

¿Es acaso una sorpresa que ahora sí pueda encontrarlos de cualquier manera que los busque? ¡Por supuesto que no! Todo ha sido resuelto como debía ser desde un inicio: con los metadatos correctos.

Servicio al cliente: tercera frustración (¿tercera? Si ya perdí la cuenta…)

No me puedo quejar del hecho de que hubo respuesta por parte de servicio al cliente. Era domingo, pasaron tan solo unas horas entre una respuesta y la otra… por lo menos me contactaron, eso ya es algo.

No obstante, he de decir que la respuesta fue especialmente folclórica (para reírme de ella en lugar de indignarme). Cuando me comuniqué indicando que los archivos no aparecían en mi reproductor, me respondieron, y copio textualmente: «nuestros audiolibros están preparados para poder reproducirlos en cualquier reproductor Mp3. Por lo que me dices, quizás el problema sea que no lo has descomprimdo. Los archivos están comprimidos, por lo que antes de reproducirlos debes descomprimirlos».

Sobra decir que mi respuesta iba llena de indignación: “que me traten con respeto”, decía, “que no me consideren una iletrada tecnológica” y afirmaciones por el estilo. No supe más de servicio al cliente (imagino que tienen la política de guardar silencio cuando el cliente se queja).


Final de la historia
Afortunadamente, esta iletrada tecnológica que, según ellos, no sabía la diferencia entre un archivo descomprimido y uno comprimido, pudo resolver el problema por sí misma, sin necesidad de acudir más al servicio al cliente de Audiomol.

Lo siento por ellos, pero el resultado de esta experiencia de compra fue frustración, una mala opinión de la tienda y, desde luego, la advertencia inmediata a todos mis amigos de que no se acerquen a los predios de esta zona de compra (la famosa publicidad «de boca en boca» que, cuando es negativa, también es devastadora).

Librerías en línea de audiolibros

La única solución lícita para obtener audiolibros de obras contemporáneas es comprarlas, ya sea en formatos tradicionales, como CD o DVD (ya casi no se consiguen en casete), o bien en librerías en línea especializadas en el tema.

Audible
La librería más grande es Audible, en años recientes adquirida por el gigante Amazon. Audible se especializa en obras en inglés, aunque dispone de una pequeña cantidad de obras en otras lenguas, incluido el español.

Las restricciones territoriales de los derechos de autor hacen que no todas las obras estén universalmente disponibles. Así, si la tienda detecta que el usuario habita en una zona geográfica en donde no se dispone de derechos de distribución, desactivará la opción de compra para ese usuario. Esto puede ser bastante molesto, pero ya es una realidad inevitable.

Los libros de Audible se distribuyen en una variedad de formatos para distintos reproductores, pero no incluyen archivos MP3; esto hace que sea más difícil, si no imposible, compartirlos. En otras palabras, son archivos protegidos para ser empleados por un único usuario.

Dicho esto, en todo lo demás es una tienda muy fácil de utilizar, tiene planes para usuarios frecuentes y cada comprador tiene acceso ilimitado a los archivos que ha adquirido. Puede descargarlos cuantas veces lo desee, incluso años después de la compra, y vincular su tienda a un nuevo reproductor si lo llega a cambiar.

Los precios de los audiolibros son un poco elevados, por razones que esta usuaria desconoce. ¿Acaso piensan que no podrán igualar las ventas de obras impresas? ¿Acaso realmente debe pagar el usuario hasta $40 por una grabación? Con precios así, los planes de $7.99 por libro para los primeros tres meses y $14.99 para los demás parecen paradisiacos, pero todavía costosos, si consideramos que en algunos casos ese costo supera el del libro en papel.

Emusic
Una alternativa para Audible, aunque con una oferta menos amplia, es Emusic, una tienda de música que tiene una sección de audiolibros. La ventaja de esta tienda es que sus archivos están comprimidos en formato MP3, lo cual algunos usuarios prefieren por distintas razones.

AudiolibrosEnEspañol y Audiomol
Como ya señaló un lector de este blog, existe una tienda de audiolibros en español, Audiomol. Recientemente tuve la experiencia de adquirir un audiolibro en esta librería, pero fue tan frustrante que se merece un artículo aparte. Sobra decir que no la recomiendo, pero al ser la única que conozco en nuestra lengua, deberá permanecer como una alternativa, al menos hasta que mejoren su sistema de ventas y su servicio al cliente.

Surfeando en la Web también me encuentro con AudilibrosEnEspañol, una alternativa que sin duda habrá que probar, dada mi experiencia de compradora con Audiomol.

Audiolibros gratuitos en la Web

Hace algunos días publicamos varios artículos sobre los audiolibros, pero no hablamos de cómo obtenerlos. Este artículo estará dedicado a los sitios gratuitos. El siguiente cubrirá las opciones de pago.

Debemos recordar que, al igual que los libros electrónicos, rigen las leyes de derechos de autor para los contenidos de los audiolibros, tanto para los textos como para las grabaciones realizadas.

LibriVox
Mi proyecto favorito de audiolibros gratuitos es Librivox, aunque aquí predominan las obras en inglés. Este es un proyecto similar al Gutenberg, en el sentido en que su principal propósito es poner a disposición del público audiolibros gratuitos de obras del dominio público. Todas las grabaciones son realizadas por voluntarios que donan su trabajo de lectura; todos los textos leídos están ya en dominio público, por lo cual no encontraremos ahí libros contemporáneos posteriores a 1923. Todos los audiolibros están disponibles en archivos .mp3 y .ogg, en varias calidades para elegir, y algunos de ellos incluso tienen varias versiones, realizadas por lectores distintos. Destaca en especial la limpieza de las grabaciones y el cuidado que ponen sus lectores para lograr productos limpios y amenos. Para quienes están aprendiendo inglés, este es un sitio fabuloso para familiarizarse con distintos acentos y formas de lectura.

Instituto Cervantes
En español, el Instituto Cervantes es uno de los más importantes. La versión gratuita que se consigue aquí del Quijote merece mención especial.

Otros sitios
También hay otros sitios web, llenos de grabaciones donadas por voluntarios, pero sin estándares de calidad que garanticen siempre un buen producto: es cuestión de suerte. Podemos citar LeerEscuchando, QueDeLibros.com y la colección de audiolibros del sitio AbaLearning, con unas 600 obras disponibles para estricto uso personal.

He encontrado también grandes colecciones de audiolibros en francés y en otras lenguas. Para esto basta utilizar el buscador con algo de creatividad, según las necesidades y gusto del usuario.

sábado, 27 de marzo de 2010

Los beneficios de escribir todos los días

A través del blog de la escritora Kate Monahan, en la comunidad de blogs de Writer’s Digest, nos llega noticia de los efectos de la escritura diaria según los cita Judy Reeves, en su obra A Writer’s Book of Days.

Quizás valga la aclaración de que no conozco el trabajo literario de ninguna de las dos, pero estoy plenamente de acuerdo con sus observaciones respecto a los efectos del ejercicio diario como un instrumento para entrenar el músculo del escritor:

  • Mejora la escritura
  • Escribir se hace más fácil y requiere de un esfuerzo menor
  • Se toman cada vez más riesgos
  • La escritura se hace más suelta, más libre
  • Se descubren los propios ritmos creativos
  • Aparecen los temas sobre los que uno quiere escribir
  • Emergen secretos ocultos en uno mismo y sus sombras
  • Es posible completar los duelos pendientes y comenzar procesos de sanación interior
  • Se experimenta una sensación de bienestar con uno mismo como escritor y se incrementa la autoestima
  • Se comienzan a llenar cuadernos y cuadernos de notas con inicios, medios y finales de proyectos que uno ni siquiera sabía que quería escribir
Darle rienda suelta a la compulsión de escribir, de manera diaria, aun cuando no estemos seguros de hacia dónde vamos es, para mí, una de las pocas maneras de evitar el bloqueo del escritor y los años perdidos en proyectos sin avance. Hay mucho trabajo pasivo al escribir, es verdad, trabajo invisible, intangible, sin materialidad a través del signo de la escritura. Trabajo, no obstante, necesario y valioso. Sin embargo, cuando finalmente logramos pasar a la etapa de objetivar ese jugueteo con las ideas, algo más ocurre: lo que se inició como una escritura sin rumbo se nos va revelando conforme se vierte sobre el papel (o la pantalla), y vemos claramente su dirección. De repente, en medio del caos, de las notas dispersas, de los personajes inconexos, de los fragmentos sueltos de una narración incompleta, se dibuja el plano coherente de una obra más grande; es en ese punto en donde comenzamos a llenar activamente los vacíos, en donde finalmente podemos sentir que estamos escribiendo.

Sí, escribir diariamente, aun cuando lo hagamos en intransitivo –como decía Barthes– y estemos convencidos de estar escribiendo sobre algo más (notas en nuestro diario, artículos para un blog, impresiones vagas de un momento del día), es un instrumento para atraer hacia nosotros algo más grande, la obra ya entramada y urdida, la que necesita de un escriba que tome dictado para hacerla, literalmente, visible y tangible a través de los signos de la escritura de modo que pueda circular en el reino de los humanos.

martes, 23 de marzo de 2010

Ética de la escritura: ¿por qué corregir?

Una de las ventajas de la escritura es su capacidad para llegar a muchas personas separadas por la distancia o incluso alejadas en el tiempo. Sí que es maravillosa la escritura, ¿no es verdad? Un agente de cambio en el mundo, un instrumento para la evolución colectiva, un mecanismo para la educación mundial, una frase de sabiduría multiplicada por mil, diez mil, trescientos mil ejemplares vendidos y lectores incontables por ejemplar. ¡Ah! Romanticismos…

La realidad nos abofetea a la cara cuando, mientras estamos todavía embelesados en nuestra nube color de rosa, nos damos cuenta de que la difusión, esa gran ventaja de la escritura, es también su gran maldición: los errores de una publicación no se esconden ni desaparecen; se multiplican tantas veces como haya sido impreso, leído, prestado, copiado el libro.

De ahí que los editores más quisquillosos y los autores más cautelosos tomen cualquier oportunidad que tienen en sus manos para corregir hasta los más pequeños detalles. Mientras la obra no esté todavía impresa, hay salvación. ¿Por qué dejar pasar un error cuando aún se dispone de la oportunidad de enmendarlo?

Antes de llegar a la filmadora (o a la reproductora digital, o a la Web), todo libro, en nuestros tiempos de siglo XXI, es un conglomerado de electrones. No está escrito en piedra. ¿Por qué rehusarnos a aprovechar cada oportunidad para mejorarlo?

Sí, la revisión debe tener un límite; sí, hay plazos de entrega; sí, hay procesos de edición tan largos que llegan a cansar a todos los involucrados; sí, somos humanos e incapaces de verlo todo; sí, sí, sí… Hay miles de atenuantes por los cuales siempre vamos a tener una excusa para no querer corregir, incluyendo uno medular: el factor emocional. ¿Qué ocurre cuando ya el libro se nos ha vuelto pesado, cuando necesitamos desprendernos de él a toda costa, cuando ni podemos verlo sin experimentar síntomas físicos de malestar?

Sí, todo eso es verdad. Pero lo que algunos escritores no conocen es la otra sensación: ver el libro publicado, con sus cubiertas nuevas y brillantes, en las manos de sus primeros lectores que lo abren y ven, y, en lugar de expresar en sus rostros nuestra romántica visión del lector agradecido por nuestra maravillosa contribución a la humanidad, lo vemos volverse hacia nosotros, colocar el dedo índice en el primer párrafo que abrió del libro y… ¡horror! ¡La errata, el error, el bodrio conceptual que se filtró en un párrafo! [Peor aún: quienes nos acusan de retrasar los procesos de edición serán los mismos que luego, radiantes, nos lancen el error a la cara].

¿Y si este lector es además un estudiante, alguien que depende de la obra para aprobar una asignatura, obtener una profesión o, simplemente, aprender? ¿Y le damos una obra llena de errores? ¿Qué aprenderá?

Sí. Los errores. Y los dará por buenos porque están publicados, y nuestra cultura occidental está educada para creer que la palabra impresa es fija, inmóvil y verdadera, es una expresión de la divinidad en la tierra; porque nuestro arquetipo de libro por excelencia es la Biblia y, con ella, todo lo que viene detrás. Son pocas las personas que dudan de lo que leen; así como, en la cultura de masas, tampoco son muchos, porcentualmente hablando, quienes cuestionan cuanto se dice en televisión, bajo el argumento de «está en televisión».

Por eso, so pena de ser acusados de perfeccionistas, si está en nuestras manos enmendar algo antes de publicar, ¡hagámoslo! La responsabilidad que tenemos por el simple privilegio de poder hacerlo trasciende nuestras necesidades personales y egoístas. Nos jugamos algo más que nuestro orgullo o la autoestima en el proceso de revisión: nos jugamos la vida del lector y ese merece nuestro máximo respeto y todo el esfuerzo del que, genuina y sinceramente, seamos capaces de dar.

domingo, 21 de marzo de 2010

Las seis reglas de la escritura de Orwell

Un lector de este blog (¡gracias, Gustavo!) nos hizo llegar las seis reglas de la escritura de George Orwell, este fabuloso escritor de cuya pluma salió la obra maestra 1984.
  1. Nunca uses una metáfora, símil o cualquier otra figura de estilo que estés acostumbrado a leer.
  2. Nunca utilices una palabra larga cuando puedas reemplazarla por una corta.
  3. Si puedes cortar una palabra, córtala.
  4. Nunca utilices el pasivo cuando puedas utilizar el estilo directo (voz activa).
  5. Nunca utilices una expresión extranjera o científica si existe un equivalente en la lengua de todos los días.
  6. Rompe cualquiera de estas reglas si te obligan a escribir algo que suene fatal.
Me rehuso a anotar comentarios propios porque las reglas son muy sugerentes por sí mismas. ¡Dejo los comentarios en sus manos!

Referencia bibliográfica
Carecemos de la referencia exacta de estas reglas, pero pertenecen a la obra periodística de Orwell. Si algún lector del blog la conoce, su aporte será bienvenido.

La prueba del aburrimiento: una herramienta del editor

La atención es la prueba inequívoca del lector (bajo circunstancias normales) de la falta de eficacia de un texto. Si logra leer atentamente, sin levantar la mirada de la página, regresando a su libro aun después de las interrupciones banales –como ir al excusado, comerse una galleta o atender una llamada telefónica– entonces el libro está funcionando. Si comienza a pensar en algo distinto mientras sus ojos se deslizan por la página, si se queda dormido sin quererlo ni darse cuenta, si se deja llevar por cualquier distracción para abandonar la lectura… entonces tenemos un serio problema.

Como escritores y como editores, el reconocemiento de estos momentos en el texto es una de nuestras más refinadas herramientas en la corrección profunda; no la de ortografía o gramática, sino la estructural, la de hilación, la de ritmo y secuencia de la obra.

Si yo, editor o escritor convertido en lector, cuando leo me doy cuenta de que he desplegado estos mecanismos inconscientes de autodefensa frente a un texto malo, inmediatamente debo despertar y regresar a los pasajes en donde mi mente comenzó a divagar, porque ahí es donde están los problemas, ahí es donde debo ser implacable, ahí es donde el marcador rojo debe hacer estragos sin misericordia. Porque si no lo hace alguien, será el lector quien sufra.

Si tenemos un lector cautivo, obligado por las circunstancias a leer el libro –como los estudiantes frente a sus materiales didácticos–, dejar pasar textos mal escritos, aburridos y llenos de estorbos es someter al lector a una tortura innecesaria. Ya está probado que el lector pocas veces culpabiliza al texto por su falta de atención o su ineficacia en la lectura; usualmente se culpa a sí mismo y entra en un proceso de autoflagelación por sentirse incapaz de seguir el hilo del texto.

Por otro lado, si nuestro lector elige por su libre albedrío las obras, como es el caso de la edición comercial, dejar pasar textos malos se traducirá en malas ventas, obras empantanadas en los almacenes y pérdidas inevitables.

Así, la autoconsciencia (consciencia de uno mismo) es un mecanismo fundamental del escritor y del editor: es nuestra guía intuitiva para acercarnos a un texto y decir, sin más, ¡eliminemos esto!, ¡corrijamos aquello!, ¡simplifiquemos!, ¡cambiemos de lugar! Los lectores nos lo agradecerán.


Advertencia
Al ser esta una prueba subjetiva, habrá siempre circunstancias atenuantes que inciden sobre la atención: cansancio, aversiones personales, estrés, enfermedad… Estas también deben ser tomadas en cuenta por el editor, para que pueda identificar si es su propia circunstancia personal la que incide sobre la lectura o es, en efecto, un problema textual.

El arte de la escritura: mostrar, no contar

Uno de los vicios más antiguos de la narración de historias es caer en la tentación de enumerarlo todo, decirlo de manera explícita, darlo como información plana, como una foto de pasaporte, como un dato en el currículo de alguien. Este tipo de escritura no es la mejor en ninguna época, pero era más tolerada por los lectores anteriores a la revolución de los medios de comunicación porque era la técnica predominante y se encontraba en todas partes.

Hoy, en cambio, estamos rodeados de muchos medios para contar historias, muy variados en sus formas y en sus estrategias de entrega de la información. Los lectores de hoy son más exigentes, se aburren con mayor facilidad y no están dispuestos a tolerar, en ningún medio, ni siquiera el escrito, la narración lineal, ultradescriptiva y omnisciente a la que estaban acostumbrados los lectores del siglo XIX. Y esto se extiende no solo a la narrativa ficcional: abarca también la escritura técnica, científica y didáctica.

Además, en los tiempos modernos, con tanta información disponible, el lector no tiene tiempo para perderlo miserablemente y sin consecuencias en textos banales. Si no se captura su atención, se moverá tan pronto como sea posible al siguiente.

Una de las muchas estrategias para lograr textos más dinámicos es recordar la vieja regla –hoy tan necesaria en tiempos de cine y medios de narración audiovisuales– de mostrar en lugar de decir. Todo cuanto hayamos elegido incluir en el texto estará ahí si, y solo si, tiene un propósito, sirve para algo, si estamos dispuestos a entretejerlo en la trama global de la escritura. [Y recordemos algo: texto significa ‘tejido’; trama es la manera en que los hilos de la tela están entretejidos. No estoy hablando aquí solamente de ficción, sino de cualquier forma de escritura, incluidas la científica y académica, cuyas palabras también forman un texto y se organizan entramadamente, es decir, también tienen una trama].

Tomemos un ejemplo: un personaje se presenta en la página 1 y dice “Hola, soy Roberto, estudio en la secundaria y vivo cerca de la casa de mi tía” y luego sigue hablando de cualquier otra cosa y en el resto de la narración, la tía no pasa de ser una curiosidad dicha en la presentación del personaje y no vuelve a tener papel relevante alguno en su vida. Habría dado lo mismo eliminar esa oración del libro y, con eso, hacerle la vida menos cansada al lector, quitarle basura y estorbos, reducir lo innecesario.

Ahora bien, una manera no autodescriptiva y banal de poner esto habría sido darle algo que hacer a la tía y a la casa. Entonces, Roberto no nos cuenta, estático, que tiene una tía. En lugar de eso, durante el recreo de una de sus clases, recibe una llamada de su madre que le pide, por favor, pasar por la casa de su tía cuando regrese del colegio, para recoger un pastel o una carta. En este momento no sabemos en dónde está la casa de la tía. Roberto, en efecto, se desvía ligeramente de su ruta habitual (con lo que ya nos da una idea de cuán lejos o cerca vive la tía), abre tranquilamente el portón de la casa y entra, solo para descubrir que nadie le contesta a la puerta. Se asoma por una ventana lateral entreabierta y ve a su tía tendida en el suelo. Ni Roberto ni nosotros sabemos, en este punto, si sufrió un ataque al corazón, si alguien la asaltó y la golpeó o asesinó o si la tía ha tomado la decisión de tirarse sobre la alfombra de la sala por alguna razón perfectamente racional y nada fantasiosa. Las decisiones que sigan harán que la historia tome un giro: detectivesca y de acción, si se trataba de un ladrón o de un homicidio; dramática, si tiene un ataque al corazón; y, ¿por qué no?, de fantasía si la tía ha descubierto un inmenso hoyo interdimensional flotando encima en el techo de su sala y no logra salir de su asombro.

Y ahora nuestro personaje debe reaccionar ante lo ocurrido: ¿saldrá corriendo a casa de su madre para contarle lo sucedido?, ¿llamará desesperadamente al 911?, ¿tratará de entrar a la casa para verificar lo que ocurre?, ¿se congelará por el pánico?, ¿se irá indiferente y dejará a su tía en el suelo, sin piedad ni consecuencia?

Y así, como resultado, el lector podrá sacar sus propias conclusiones sobre los acontecimientos, preguntarse por qué están ocurriendo y crear la biografía del personaje sin que el autor deba dársela: la puede reconstruir a partir de la narración. Esto coloca al lector en la posición de contribuir activamente a la interpretación, le da algo que hacer y lo compele a mantener una actitud alerta y despierta porque la única manera de averiguar más detalles sobre el personaje es seguirlo a lo largo de la historia para ver qué hace, de la misma manera que nos ocurre en la vida real, con las personas a nuestro alrededor: no podemos meternos en su cabeza y en su psique, ni siquiera podemos confiar plenamente en sus palabras; sin embargo, sus acciones sí las podemos ver (aunque filtradas por nuestra propia psique y percepción de los acontecimientos): son nuestro «objeto tangible», nuestra única prueba de quién puede ser el otro.


¿Y en la escritura académica?

¿Cómo traducimos esta regla a la escritura académica, científica o autobiográfica, si no tenemos personajes ni estamos escribiendo una novela? Es erróneo pensar que no tenemos personajes: la voz narrativa es, en sí misma un personaje. Hay muchas maneras para hacer que esta voz narrativa guíe al lector en un texto fluido y visual: introducir anécdotas, contar ejemplos, mostrar los acontecimientos de la manera más gráfica posible (como experimentos, ya sean exitosos o fallidos). Todo, absolutamente todo, se recuerda mejor si nos dan una imagen para asociarla con esos contenidos. Y con esto no me refiero a acompañar el texto con fotografías, sino a darle al lector la materia prima necesaria para que sea capaz de recrear (con un papel activo) la imagen de lo que estoy tratando de mostrarle, de transmitirle, de enseñarle. Y recordemos que enseñar tiene el doble sentido de «mostrar» y de «educar».

Así, en ese libro tan académico sobre la biodiversidad, sabremos que quien nos habla «tiene una tía», si introduce la anécdota de cómo descubrió por primera vez, a los siete años, los poderes de la sábila cuando luego de que el niño se quemara accidentalmente por una travesura, la tía corriera desesperada a su jardín, cortara las hojas de una planta y, sin pensarlo dos veces, le pusiera su pulpa refrescante en el lugar de la quemadura.

Luego, el autor de este libro nos dirá que esta planta se llama Aloe vera, también conocida como sábila, una planta medicinal que abunda en los jardines de las tías amantes de las plantas y expertas en los viejos remedios de la tradición ancestral de los pueblos.

Y de paso, no solo sabremos que el autor (o la voz narrativa, en realidad) tiene una tía (un rasgo de humanidad que nos ayuda, como lectores, a identificarlos), sino que además nos muestra aspectos culturales del país del autor (la existencia de jardines cuidadas por señoras de cierta edad como práctica cultural distintiva), aspectos científicos (es una planta común, de cierto tipo de territorios y que crece fácilmente en los jardines) y aspectos de uso (la planta sirve para aliviar las quemaduras).

Y, pues claro, la imagen de la tía y del evento que nosotros, sin ninguna descripción adicional, hayamos creado, nos servirá como herramienta mnemotécnica para evocar luego la planta. «¿Cómo se llamaba la planta y para qué servía?», preguntará el estudiante durante el examen, y entonces verá a la tía que se imaginó: ya sea gordita o esbelta, de 50 años o de 80, con su bata de dormir o con ropa de jardinera, con una regadera en la mano o con una manguera, corriendo para traerle la salvación a ese niño travieso que llora porque se ha quemado… Eso dependerá de los recuerdos a los que acuda el estudiante para recrear (reconstruir) el texto en su imaginación: ¿tiene una tía que ama los jardines?, ¿o es acaso su madre?, ¿o una vecina?, ¿o la madre de su mejor amigo?, ¿le sucedió alguna vez algo similar a lo narrado?

Así, también en la escritura académica, sobre todo si es didáctica y tenemos al lector-estudiante como prioridad, es necesario aprender a mostrar.

Bibliografía recomendada
Estoy a la caza de obras sobre escritura en español (no sobre gramática ni crítica literaria) y debo decir con vergüenza que todavía no ha llegado a mis manos ninguna que merezca mención; aunque deben estar escondidas en los catálogos de editoriales cuyos libros no llegan nunca a mi país.

Sobre el tema específico de la construcción de personajes, por lo tanto, solamente puedo recomendar una obra escrita en inglés por el escritor norteamericano Orson Scott Card: Characters & Viewpoint. How to invent, construct, and animate vivid, credible characters and choose the best eyes through which to view the events of your short story or novel. (Hay más obras sobre el tema, escritas por otros autores, también en inglés).

Sobre la escritura no ficcional, recomiendo nuevamente la obra de William Zinsser, On writing well, que ya apareció en uno de los primerísimos artículos de este blog: La difícil/placentera labor de escribir.

sábado, 20 de marzo de 2010

Ortotipografía de la raya en oraciones parentéticas

La ortotipografía de la raya suele producir dudas. Este es uno de los casos en que la tecnología de autocorrección de los procesadores de texto, para colmos, estorba más que ayudar.

Si nos apegamos a las reglas de la Real Academia Española, raya existe solo es una, según la define el Diccionario panhispánico de dudas como «un trazo horizontal (—) de mayor longitud que el correspondiente al guion (-), con el cual no debe confundirse».

Esta raya es el signo que tradicionalmente se emplea en nuestra lengua para abrir los diálogos de los personajes dentro de una novela u o obra ficcional. Aparece al inicio del párrafo, antes de cualquier palabra del personaje, y debe escribirse al final de las palabras del personaje para indicar que estas han terminado y que, cualquier cosa que esté después, es un comentario del narrador. Según la ortotipografía académica estricta, ese segundo signo es también una raya, de la misma longitud que la de apertura del diálogo.

Sin embargo, editores de obras en habla española, desde hace varias décadas, han empleado un signo gráfico de longitud intermedia entre la raya y el guion: (–) para diferenciar, semióticamente, las oraciones parentéticas dentro de párrafos y los comentarios del autor, distintos de las palabras de los personajes. Mientras esta no sea una regla en firme adoptada por la Academia, queda a gusto de los editores, siempre bajo la norma de aplicarla de manera sistemática en toda la obra escrita, editada o revisada.

Ahora bien, independientemente de cuál raya se emplee, hay reglas comunes que deben seguirse para las rayas de las oraciones parentéticas. Programas como el Microsoft Word incluyen una función automática de corrección que no está adecuadamente programada de acuerdo con las normas ortotipográficas castellanas. Por esa razón, al «corregir» produce dos errores (horrores) ortotipográficos: a) cierra la frase parentética con un guion de menor longitud que la raya de apertura; b) elimina uno de los espacios en blanco obligatorios que deben separar las rayas de la oración principal; y c) elimina la raya de cierre cuando va seguida de punto final. Estas correcciones ocurren como resultado de aplicar reglas ortotipográficas propias de lengua inglesa y no de lengua española.

Así, desde el punto de vista de la grafía, autores, correctores y editores deben vigilar siempre por el cumplimiento de los siguientes detalles:


  1. La raya de apertura debe tener una longitud idéntica a la raya de cierre.

  2. La raya de apertura y de cierre se escriben pegadas (sin espacio en blanco) a la primera y última palabra del enunciado parentético, respectivamente.

  3. La raya de apertura y de cierre se escriben separadas por un espacio en blanco de las palabras de la oración principal dentro de la cual se inscriben.

  4. Si lo que le sigue a la raya parentética de cierre es un signo de puntuación, se omite el espacio entre la raya y el signo.

  5. La puntuación de la oración debe abarcar la frase entre rayas; por lo tanto, no se escriben signos de puntuación antes de la raya de apertura, puesto que esta depende semánticamente de la palabra o frase inmediatamente anterior.

  6. Aunque la raya de cierre vaya seguida de punto final, debe escribirse antes del punto; no se elimina.

Oraciones parentéticas: ¿comas, rayas o paréntesis?

Hay aspectos de la escritura más difíciles de explicar y corregir que otros. Uno de ellos es la selección de la grafía más adecuada y correcta para las oraciones parentéticas. Una oración parentética es aquella se intercala dentro de una oración mayor, introduciendo una aclaración o una digresión. Se puede escribir de tres maneras distintas: entre comas, entre rayas o entre paréntesis, según el grado de divergencia que tenga en su relación con la oración principal.

Hay algunas reglas de uso, claro está, pero su formulación gramatical resulta limitada. Roberto Zavala la enuncia de esta manera: la raya se utiliza «Cuando se interrumpe momentáneamente un enunciado para intercalar una frase aclaratoria cuyo sentido no se aparta mucho de la oración principal» (1995: 307).

El Diccionario panhispánico de dudas amplía un poco más: «Los incisos entre rayas suponen un aislamiento mayor con respecto al texto en el que se insertan que los que se escriben entre comas, pero menor que los que se escriben entre paréntesis» (2005: «raya», 2.1).

Sin embargo, cuando estamos en medio de un proceso creativo, redactando, ordenando ideas, creando un texto (o bien, durante un proceso de edición, un vivo ejemplo de lectura activa), las reglas no deben ser un conjunto normativo cerrado e inamovible que repetimos de memoria. Las reglas son un impulso interiorizado, vivo y pertenecen al orden de la expresión de las ideas a través de la lengua escrita como forma.

Desde ahí, ¿cómo se aplica la norma? El arte de escribir radica en sentir, desde la médula, la sutileza del lenguaje. Así, la decisión creativa de elegir (o dejar pasar) las comas, las rayas o los paréntesis para las oraciones parentéticas depende enteramente de la percepción subjetiva que autor o editor tienen del grado de interrupción del discurso.

La raya en un diálogo nos muestra dos reinos de enunciación distintos: la enunciación del personaje que habla y la enunciación de la voz que narra al personaje. Esto nos da una pista, un indicio: la oración parentética es una interrupción del pensamiento, una divagación, una divergencia, una flecha que dirige hacia otro lugar.

Si es apenas una breve explicación, va entre comas. En cambio, si es una interrupción del argumento, si es una ironía, si es una llamada de atención, si es la voz del narrador volviéndose hacia el lector e interpelándolo directamente (del modo que lo hace el pintor de las meninas de Velázquez), entonces la raya será una excelente opción.

Y si se trata de un susurro, de una anotación al margen, de una palabra silenciosa pero que debe hacerse visible, según lo que sienta el escritor que deba decir, el paréntesis o el corchete pueden ser su elección. El paréntesis es también el lugar reservado para esa información obligatoria pero extradiscursiva, como las referencias.

Una oración explicativa que no divaga ni se aleja de la oración principal, para colmos corta, si se escribe entre guiones, no hace más que interrumpir innecesariamente la lectura, convertirse en piedra de tropiezo. En cambio, unos guiones correctamente empleados llevan a lector a donde debe llegar, lo orientan, le ayudan a interpretar la oración. Sabe que si los elimina por un momento, podrá ver la oración original; luego, mentalmente, vuelve a yuxtaponer ambos enunciados paralelos y es capaz de escuchar el susurro del texto, la voz del otro que se encierra entre las rayas y le dice, por un instante: «piense también en esto, que usted no sabe pero que tal vez adivina…».

sábado, 13 de marzo de 2010

Circus Ponies NoteBook: un diario para organizar la vida y la escritura

Un lector de este blog llamó la atención sobre el programa NoteBook de Circus Ponies. En sus palabras: «lo considero mi compañero de trabajo y asistente personal de mi Macbook: con él mantengo mi diario, mi agenda, que puedo sincronizar con iCal (o el fantástico BusyCal) y el iPhone, el seguimiento de proyectos y tareas, la organización de apuntes y notas dispersas, el potente outliner que me permite ordenar mis pensamientos,… es el programa que me permite “conversar” conmigo mismo y evaluar el resultado de mis acciones».

Tras un comentario como estos, decidí darle una oportunidad a este programa, que había evaluado muy superficialmente hace algunos meses.

Ciertamente, el primer encanto de NoteBook es su interfaz: imita la apariencia de un cuaderno enresortado, con la posibilidad de personalizar los detalles, como la textura del papel, el ancho y tipo de renglones (en lugar de renglones, cuadrículas, por ejemplo) y el color. Esta función también está presente en OneNote, la aplicación más cercana que tiene Microsoft, pero la metáfora general de este otro programa difiere sustancialmente y no lo hace tan atractivo a la vista en su primera impresión.

NoteBook permite organizar proyectos completos y tiene varias plantillas que pueden adaptarse según las necesidades del usuario, para proyectos tan específicos como planificar un libro (personanajes, aspectos de la historia, capítulos, etc.).

Listas de cotejo
Una de mis funciones favoritas es la versatilidad con la que se pueden crear listas de pendientes. Basta indicar que se trata de una lista de pendientes (o añadir un checkbox al párrafo) para que el ítem se convierta en un “pendiente” al que, con un solo clic se le indica si ya ha sido cumplido o no. El programa incluso se puede personalizar para que, una vez realizado, el pendiente desaparezca o permanezca en la página, en un tono gris y con un tachado. ¡El mismo tipo de signos gráficos que uno utiliza en sus listas escritas a mano!

Notas adhesivas
El programa permite añadir a cualquier página notas adhesivas de varios tipos y colores, que aparecen en su metáfora de notas flotantes en cualquier lugar de la página. Eliminarlas es muy sencillo, como todo en Mac: drag and drop fuera de la página y se desvanece en una nube de polvo. También incluye estas pequeñas notas semitransparentes que colocamos para marcar una página, algo así como banderas (en inglés, flags) de colores para regresar rápidamente a una página. Y, como tales, tienen la apariencia de salirse de la página para recordarnos que hay algo pendiente.

Esquemas, ideas gráficas y escritura manuscrita
Con herramientas de cuadros y líneas, también es posible tomar ideas al vuelo en la forma de esquemas mentales sencillos. La herramienta de pluma, además, nos permite escribir exactamente como si tuviéramos un lápiz en la mano (lo cual, de hecho, podemos hacer si usamos una tablet o el lapicero Pogo Sketch, que aprovecha el multituch trackpad de la MacBook como si fuera una tablet).

Adición de documentos: texto, PDF, fotografías
Añadir un documento es muy sencillo: drag and drop. Se puede incluir directamente en el diario de NoteBook o incluir como vínculo. Las fotografías se “pegan” sobre la hoja de la misma manera que las pegaríamos con cinta adhesiva en un cuaderno de verdad. Es francamente útil para vincular los documentos perdidos en el escritorio a las ideas, los proyectos, todo lo que estamos tratando de mantener en un solo lugar.

Multindex: indización y búsqueda
Pero una de las funciones que más me impresionó es la indización automática de toda la información. NoteBook elabora una variedad de índices: alfabético, por palabras clave, por palabras con mayúscula, pendientes, adjuntos, por fecha de creación… Para tratarse de un cuaderno de notas, un organizador y un esquematizador, esta función es realmente avanzada y permite navegar dentro de nuestros diarios de organización de una manera a la que no estamos acostumbrados pero que, una vez conocida, no se puede vivir sin ella.

Cómo utilizarlo
Este no es un procesador de textos tradicional y tiene su propia lógica de funcionamiento. Una vez que el usuario se acostumbra a la interfaz, el resto es cuestión de creatividad. Cada quien, con base en sus propias necesidades, deberá personalizar el programa para adaptarse a sus necesidades: ¿lo utilizará principalmente para tomar ideas y escribir párrafos largos o para hacer listas de cotejo? ¿Le interesa tener todos sus documentos directamente incrustados en la página o prefiere añadir un hipervínculo? ¿Necesita organizar información que, de otra manera, se pierde y no se sabe en dónde poner?


Todo escritor y editor necesita, además de sus herramientas para escribir, otras para ayudarle en su viaje. Las palabras son su principal herramienta, pero no solo para expresarse sino para pensar, son su materia prima. Esta es una de esas herramientas indispensables para quienes han traído dentro de su MacBook todo aquello que antes existía en papel: cuadernos, notas adhesivas, dibujos al vuelo… ¿Por qué no incluirlo también en nuestro kit de supervivencia para los escritores del siglo XXI?

Una nota final: NoteBook es una aplicación de costo razonable, $49.95; pero también tienen descuento educativo ($29.95).

viernes, 12 de marzo de 2010

Inspiración y concentración: la escritura en pantalla completa

Una de las principales funciones de un verdadero programa para escritores es la modalidad de pantalla completa o full-screen. Esta función esconde todo: escritorio, menús, otras ventanas… y deja al escritor en total soledad frente a su propio texto. La concentración es posible, una vez que todas las distracciones han sido hechas a un lado.

La vista se siente descansada. El bombardeo de luz blanca contra la retina cesa y, en su lugar, se puede elegir (a gusto del usuario) un color que resulte refrescante y descansado. Para algunas personas, es verde sobre negro; para otras, como yo, alguna variante de celeste o naranja, según lo que esté escribiendo y si se necesita diferenciar textos.

Si uno, además de escribir, debe realizar tareas de revisión y corrección de textos directamente en la pantalla de la computadora, agradecerá el cambio de la hoja blanca a la hoja negra. Da gusto regresar a la página a seguir corrigiendo a pesar de las horas transcurridas. Desde luego, siempre es necesario pestañear con frecuencia y hacer pausas (so pena de provocar un daño permanente a la vista), pero realmente esta es una manera mucho más saludable de leer, revisar y escribir.

Para quienes utilizan estos programas para editar y corregir, conviene establecer las preferencias para que en la modalidad de pantalla completa pueda verse el texto con el color original. En lugar de emplear negro, se le pueden asignar dos o más colores distintos al texto, de manera que el editor tenga un código para diferenciar sus intervenciones del texto del autor. Los escritores, en cambio, posiblemente preferirán aplicar la función override text color, lo cual hará que en pantalla el texto adquiera un color predeterminado por el usuario, sin importar el color original en la modalidad de vista normal (usualmente negro).


Programas solo para escribir en pantalla completa

La escritura sin distracciones es la principal y casi única función de WriteRoom, un programa de bajo costo en Macintosh, que tiene su equivalente en diversos programas gratuitos de Windows, como DarkRoom, JDarkRoom (con versiones para Mac, Windows y Linux), Q10 y WritersFocus. Lamentablemente, este tipo de programas únicamente sirve para escribir, sin opciones adicionales de formato, excepto negritas y cursivas. No constituyen procesadores de texto en un sentido completo.


Programas para escritura e investigación
En Macintosh, cada vez más aplicaciones han ido incorporando la modalidad de pantalla completa personalizable. El primer programa en hacerlo fue Ulysses, un programa para escritores. Pero también aprovechan esta interfaz aplicaciones de las que ya hemos hablado en este blog como Scrivener, MacJournal y hasta DevonThink. Otras aplicaciones para escritores también muy buenas, como Storyist, incluyen esta función.


Vista de pantalla completa en el procesador de texto
Ahora bien, para quienes necesitan utilizar un procesador de texto (no un programa para escritores), una excelente alternativa es NisusWriter Pro, que también dispone de la función de escritura en pantalla completa con la capacidad de personalizarla para tener cualquier color de fondo y de texto; incluso se le puede asignar un comando para accederlo de manera rápida.

Bean, un procesador RTF gratuito y muy sencillo para Mac también incluye la vista en pantalla completa y se le puede cambiar el color de fondo y del texto a gusto del usuario. Incluso tiene la posibilidad de elegir cuáles paletas se mostrarán en pantalla completa.

En Windows, no queda más remedio que tratar de hacer lo que se pueda con Word. Aunque este programa incluye una función que denomina lectura en pantalla completa no tiene un comportamiento similar al de los programas citados. Lo único que hace es esconder los menús, pero no es posible modificar el color de las bandas laterales y del fondo, así como el tono del texto (y si lo es, no sé cómo hacerlo). Tampoco se puede ajustar el ancho de la hoja ni tener acceso a las funciones de formato de texto.

Para los usuarios de Word y de Windows, por lo tanto, la única alternativa es utilizar la función de color de la página para cambiarla a negro u otro color de su preferencia. Esta función, en Word 2007 de Windows, se localiza en la pestaña de formato. Una vez que se le asigna el color negro al fondo de la página, el programa automáticamente ajusta el color del texto a blanco para efectos de visualización. En lo personal, encuentro el contraste blanco y negro demasiado pesado para la vista, así que prefiero modificar el color del texto por algún otro menos brillante, pero con el suficiente grado de contraste.

El usuario deberá valorar siempre, según su circunstancia, la mejor manera de aplicar la función de fondo negro o de tonalidad oscura, según sus gustos y el grado de avance o complejidad de su documento.

Entre dos mundos: ¿por qué me conviene sincronizar?

Jamás le había dado importancia a la sincronización, esa pequeña palabra que, en el mundo informático, tiene un significado tan peculiar. Era un conocimiento ajeno, extraño, del que no tenía la mínima noción de cómo podía afectarme a mí directamente, de cómo podía invadir mi vida cotidiana y modificar mi manera de utilizar internet.

Pues bien, tres pequeñas aplicaciones cambiaron eso para siempre. La primera es DropBox. Lo que este programa hace es casi milagroso: crea una carpeta en el disco duro de mi computadora personal y lo vincula a un espacio web privado. En una sincronización que parece instantánea, los archivos son una exacta réplica los unos de los otros. Una vez hecho este primer paso, se procede a instalar la aplicación en la otra computadora, la computadora en la que pasamos la otra parte de nuestro tiempo, de nuestra vida (la del trabajo, por ejemplo) y ahí se crea, también en el disco duro, una réplica de esa carpeta que se sincronizará con la información almacenada en la página web. Cualquier emergencia o descalabro de información se podrá resolver rápidamente gracias al respaldo en la web, también accesible desde un navegador, sin necesidad de instalar el programa.

Esto es casi milagroso. En lugar de estar pasando a una llave maya, tengo carpetas verdaderamente compartidas, comunes, accesibles a la distancia. Esto me evita no tanto el simple traspaso, como el enorme gasto de energía y esfuerzo que me toma tratar de averiguar cuál es la última versión, estar renombrando los documentos y tantos miles de detalles que vienen detrás de estar tratando de sincronizar «a pie» o «a mano» unas carpetas con otras (sumados a los riesgos derivados: perder archivos, borrar la versión más reciente de forma accidental, olvidar hacer el respaldo, reemplazar la versión nueva con la vieja por accidente…).

El segundo programa que ha pasado a ocupar un lugar preferido en mi lista es el Evernote. La aplicación en sí es casi modesta si la comparamos con DevonThink o incluso con NoteBook (de Circus Ponies); sin embargo, tiene unas características que la hacen invaluable: versiones tanto para Macintosh como para PC y sincronización indolora. Así las cosas, la ventaja del Evernote es que puedo instalarlo en dos computadoras de plataforma distinta, una Mac y una PC, por ejemplo, y también mediante una página web que sirve como punto intermedio, sincronizar ambas computadoras. Así, las notas y listas de pendientes que escribo en la computadora del trabajo están disponibles en mi computadora de la casa de manera inmediata, sin mayores traspasos ni pérdidas de tiempo en respaldos de ninguna clase, sin ningún esfuerzo adicional. Las puedo seguir modificando y alterando, actualizando y cumpliendo y, a la mañana siguiente, cuando regrese al trabajo, ahí estará toda la información actualizada, según la última versión de la noche anterior.

La tercera de estas aplicaciones bendecidas por la sincronización es Zotero. Aplicaciones como Sente, Bookends y Endnote son mucho más eficaces administradores bibliográficos, pero todas son aplicaciones de pago y, las dos primeras, solo existen para Macintosh. ¿Qué hacen los usuarios de PC y qué hacemos quienes solo podemos tener Mac en nuestra casa y no en el trabajo? Esta aplicación es un excelente «plan B», una ayuda para disponer de una herramienta de investigación que además se integra bien con Word y OpenOffice. Zotero, exactamente igual que las dos aplicaciones anteriores, puede sincronizar varias computadoras con la misma base de datos, gracias a la intermediación de un sitio de almacenamiento en línea, también accesible como página web.

Estos tres programas son gratuitos y proporcionan una cantidad básica de espacio de almacenamiento en la red también gratuito. Si el usuario siente que el espacio es muy poco, puede optar por un plan de pago para ampliar la capacidad de almacenamiento.

Así, en síntesis, la capacidad de sincronización, la posibilidad de sincronizar varias computadoras (tantas como queramos), ya sean Macintosh o PC, y el hecho de ser aplicaciones gratuitas, hace que estas sean tres herramientas invaluables que pueden transformar la manera de utilizar la red para quienes piensan que internet es solamente navegar y enviar correos electrónicos.

domingo, 7 de marzo de 2010

Citas de recortes: poner palabras en boca del autor citado

Conocidas las convenciones de omisión de texto en una cita, lectores como yo entendemos perfectamente el tipo de ausencia con solo interpretar la posición de los puntos suspensivos y, por lo tanto, confiamos plenamente en que tanto autor como editor han hecho su trabajo meticulosa y fielmente.

Sin embargo, como editora, he tenido la experiencia de encontrar citas engañosas y que llevan al equívoco. A primera vista, uno se topa con un párrafo compacto, lleno de puntos suspensivos que indican, como bien se sabe, omisión de alguna palabra o de alguna oración. La «liebre» solamente salta cuando se confronta la «cita» con el texto original y es en donde aparecen los horrores: el tal «párrafo» citado no existe, sino que ha sido creado artificialmente a partir de oraciones sueltas (o fragmentos de oraciones sueltas) tomados por aquí y por allá de una página.

En otras palabras, el autor ha tomado oraciones textuales y, con ellas, ha creado un párrafo o texto nuevo a su conveniencia, supuestamente con «las palabras» del autor citado pero, debido a los efectos de la nueva sintaxis y yuxtaposición, en realidad ha compuesto un texto nuevo.

Para quienes recordamos con cariño la película Amelie, hay una escena en donde esto se retrata perfectamente: es la carta del esposo muerto de la casera del edificio. Amelie roba la colección de cartas que la mujer atesora desde hace cuarenta años. Las lee todas, hace su selección y, con mucho cuidado, fotocopia las que necesita. Luego toma tijeras y goma y, a partir de un verdadero proceso de copiar y pegar crea una carta nueva con la letra manuscrita del fallecido y su estilo particular de redacción; una carta de frases hechas, de frases viejas y rotas, una carta que, en fin, parecieran (y son) sus propias palabras pero que jamás salió, tal cual, de su puño y letra.

Cuando eliminamos fragmentos del texto original podemos caer en el riesgo de hacer decir al autor algo distinto de lo que realmente dijo. Esto es engañoso y un editor jamás debería permitirlo; un autor jamás debería realizarlo y un lector, si se llega a enterar, no puede tolerarlo.

Puntos suspensivos: omisión de texto al final de la cita

Los puntos suspensivos al final de una cita siempre indican que falta texto por mencionar. Al igual que los de inicio, al lector le puede quedar la interrogante: ¿estaban ahí, en el texto original, o fueron puestos ahí por quien ha decidido transcribir el texto? Martínez de Sousa e incluso Manuel Seco los ponen entre corchetes. La RAE los deja sin signos adicionales: ni espacio en blanco, ni corchetes, ni paréntesis. El manual de APA recomienda no utilizarlos jamás, de modo que se elimina el problema de cómo deberían escribirse. Esta última es, quizás, la recomendación más sensata y más sencilla para mantener limpieza y unidad editorial.

En caso de que sean obligatorios o la obra tenga un carácter erudito que obligue a la precisión, para ser consecuentes con la fidelidad de la transcripción, deberíamos acoger el criterio de Martínez de Sousa, quien aclara que cuando la cita no finaliza en signo de final de oración (punto, puntos suspensivos, admiración, interrogación), ese signo debería eliminarse (para que no quede suelto) y reemplazarse por un espacio seguido de puntos suspensivos entrecorchetados. Pero en este caso, para mantener la unidad de la edición, también debería optarse por encorchetar los puntos suspensivos que se pongan para indicar omisión al inicio de una cita. (Debe hacerse la advertencia: si la obra tiene muchas citas, se verá recargada, exagerada la cantidad de signos empleados para decir que la frase está inconclusa).

Con respecto a la inclusión de los signos de puntuación finales de la cita, hay divergencia de criterios. Martínez de Sousa indica que no deberían suprimirse, de modo que siempre sepamos si esa es la última palabra de la oración o quedó texto sin citar (2007: 75).

En la práctica, debido a la complejidad de las citas, a menudo combinadas con otros signos como las comillas, la estricta inclusión del punto del texto citado a veces recarga la transcripción, puesto que se yuxtapone visualmente al punto de cierre de oración que puede aparecer detrás de las comillas; además de que le da al lector una falsa sensación de cierre cuando la frase o párrafo dentro del que se coloca la cita todavía no ha terminado (únicamente han terminado las palabras transcritas, pero no necesariamente la idea que está exponiendo el autor).


Puntos suspensivos: omisión de texto en medio de la cita

En la escritura académica, el caso más frecuente (y obligado de indicar) de omisión textual dentro de una cita es la ausencia de palabras, frases o hasta párrafos dentro de la cita.

La mayoría de los editores prefieren, para estos casos, encerrar los puntos suspensivos entre corchetes (paréntesis cuadrados) y jamás entre paréntesis. Defienden esta postura José Martínez de Sousa y Miguel Ángel Guzmán (citado por el manual del APA en español), y Roberto Zavala Ruiz (2008) comenta que los corchetes son los favoritos de las editoriales, un cuando a veces se reserven para obras académicas o eruditas. La RAE (a través del DPD) avala tanto el uso de puntos suspensivos dentro de paréntesis como de corchetes, si bien prefiere el uso de los corchetes.

Personalmente, me adhiero a la preferencia de los editores: los puntos suspensivos deben ir acompañados, para no generar ambigüedad y, de preferencia, que sea por corchetes, que indican una intromisión en el texto por la «mano criminal» de quien lo cita.


Omisión de una sola palabra o frase

Si el texto omitido es de una palabra o una frase solamente, procede simplemente reemplazar ese texto por el signo gráfico respectivo: «En efecto, estábamos bajando al refectorio cuando escuchamos unos gritos […]. Guillermo se apresuró a apagar la lámpara». Conviene respetar la puntuación original (en este caso, el punto después de los corchetes), de manera que el texto conserve su lecturabilidad.


Omisión de más de un párrafo

Si el texto omitido obliga a un salto de párrafo o se omite un párrafo completo o más, los puntos suspensivos encorchetados deberán «flotar» en la cita, para indicar la omisión de un fragmento de considerable tamaño.

Pegándonos a las paredes, llegamos hasta la puerta que daba a la cocina, y comprendimos que el ruido venía de afuera, pero que la puerta estaba abierta. Despés las voces y las luces se alejaron, y alguien cerró la puerta con violencia. Era un gran tumulto, preludio de algo desagradable. A toda prisa volvimos a atravesar el osario, llegamos de nuevo a la iglesia, que estaba desierta, salimos por la puerta meridional, y divisamos un ir y venir de antorchas en el claustro.
[…]
Se presentó el Abad, y Bernardo Gui, a quien el capitán de los arqueros informó brevemente de los hechos.

José Martínez de Sousa cita, en adición a la anterior, propone otra alternativa para indicar este tipo de omisión (2007: 74-75.
Si lo que se suprime es un párrafo entero o más de uno, se puede indicar de varias maneras: si la cita está entre comillas latinas, a continuación del último final de párrafo se coloca un igual entre espacios, después los puntos encorchetados, seguidos de otro igual entre espacios y el texto del párrafo siguiente:
        [cita] = […] = [cita];
se usa el mismo signo si se trata de un párrafo como si son dos o más los suprimidos; si la cita se dispone aparte y en cuerpo menor.
Cuando la cita creada a partir de textos tomados de varios párrafos es demasiado corta, Martínez de Sousa ofrece una alternativa elegante:
El texto citado se dispone tal como aparezca en el original, con sus mismos puntos y aparte. Sin embargo, si la cita es corta y la introducimos en nuestro párrafo entre comillas latinas, el punto y aparte no se indica haciendo un punto y aparte efectivo, que daría al escrito un aspecto bastante chocante, sino poniendo un signo igual (=) (o incluso una doble pleca: ||) en el lugar que debería ocupar el texto que omitimos; irá precedido de punto y espacio y le seguirá espacio antes de continuar con el texto de la cita:
        [cita]. = [cita].
Si el texto subsiguiente no es el comienzo del párrafo que sigue, es señal de que hemos omitido parte del comienzo de este párrafo porque tampoco nos interesa. En este caso, la parte omitida se sustituye por puntos encorchetados, y la grafía queda así:
        [cita]. = […] [cita].

¿Y si hay demasiadas omisiones en una misma cita?

En lo personal, prefiero el empleo de los corchetes flotantes, aunque con una advertencia: si el texto está recargado y hay demasiadas omisiones, la publicación se afeará y el lector se sentirá perdido entre tantos fragmentos. En ese caso, es mejor recomendarle al autor que redacte de nuevo, utilice el método de la paráfrasis o que redacte su propio párrafo integrando, en donde corresponda, los fragmentos de mayor conveniencia.

Al final, por encima de la corrección ortotipográfica, nuestro verdadero fin es lograr un texto fluido, fácil de leer y amigable para el lector; y hay muchas maneras de lograrlo mientras se consigna la correcta autoría de las ideas, sin caer en la enfermedad de citar textualmente todo cuanto nos encontramos.


Referencias bibliográficas
American Psychological Association (2001). Manual de estilo de publicaciones de la American Psychological Association [Publication Manual of the American Psychological Association, Fifth Edition] (2.a. ed.). México: Manual Moderno. (Original work published 2001).
Martínez de Sousa, J. (2007). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea.
Real Academia Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe.
Zavala Ruiz, R. (2008). El libro y sus orillas (3.a ed.). México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Puntos suspensivos: omisión de texto al inicio de la cita

Quizás uno de los usos más frecuentes de los puntos suspensivos para indicar omisión de texto es, precisamente, al inicio de las citas. Los autores parecen encontrarlos elegantes y sutiles; les hace pensar que evocarán en el lector la sensación de pasado, de texto que ha comenzado en otro lugar, de ideas que no se iniciaron en esa palabra sino muy atrás.
Para estos casos, el Diccionario Panhispánico de Dudas indica una norma particularmente interesante: introducir un espacio en blanco entre los tres puntos suspensivos y la primera palabra de la cita, como un instrumento para indicarle al lector que estos puntos suspensivos corresponden a una omisión textual y no, como podría pensarse, a un signo colocado ahí por el autor original de la cita.
Como editora y como lectora, considero que esta es una norma sensata y me ayuda a identificar, sin ambigüedades, qué indica ese signo tipográfico.
Ahora bien, ya más como editora, creo que conviene siempre hacerse una pregunta necia: ¿realmente se necesitan esos puntos suspensivos? Si somos estrictos con el razonamiento, una cita, por su propia naturaleza, es siempre un texto inconcluso (a menos que sea un microcuento de un párrafo; pero esas serán las excepciones, no la norma). La cita siempre comienza en otro lugar, proviene de un pensamiento previo y concluirá muy lejos del fragmento que ha sido seleccionado. Esta pregunta es válida también para los puntos suspensivos finales. Entonces, el editor deberá mirar el texto con mucho cuidado e interrogar finamente al autor a través de sus signos (como lo hará cualquier lector en su casa): ¿realmente esos puntos suspensivos le agregan algo al texto, semióticamente hablando? ¿No son, acaso, un simple vicio de escritura copiado de textos que al autor le parecieron elegantes o chic? ¿En verdad es necesario introducir la ensoñación de los puntos suspensivos para que el lector se pierda en ellos y tome la cita como un fragmento que capta del aire, incompleto?
La respuesta a estas preguntas dependerá, forzosamente, de la percepción de quien las haga, del contexto de la cita dentro de la obra y, claro, de la naturaleza de la obra por publicar. Unas ideas personales al respecto: en obra literaria o filosófica es posible encontrar más excusas y «contextos adecuados» para esos puntos suspensivos iniciales. En obras académicas, científicas o didácticas, en cambio, sobran y se convierten en un peso innecesario; especialmente si hablamos de obras de más de 300 páginas plagadas de citas.
Por lo tanto, siempre que usted se encuentre (como autor, editor o corrector) unos puntos suspensivos al inicio de la cita, antes de simplemente añadir el espacio recomendado por el DPD, pregúntese primero: ¿realmente se necesitan? Y, sin misericordia, elimine todos los que sobren; de manera tal que solamente se conserven aquellos cuyo aporte semiótico sea lo suficientemente poderoso para hacer la diferencia en la lectura.

Algunas normas
Para efectos prácticos, conviene siempre estar al tanto de las normas al respecto, según diferentes criterios:
  1. Real Academia Española: avala el uso para los casos en que se quiere dejar muy en claro que la reproducción de la cita no se hace desde el inicio del enunciado (DPD, «puntos suspensivos», 2.h).
  2. Normativa bibliográfica del APA: indica que no deben utilizarse nunca, excepto en el caso específico en que su uso prevenga una interpretación errónea del texto (2001: 135).
  3. José Martínez de Sousa: comenta que puede eliminarse sin consecuencias, puesto que el iniciar la cita con una letra minúscula es indicador suficiente para saber que esa no es la primera palabra del párrafo u oración (MELE 3: 75).
Referencias bibliográficas
American Psychological Association (2001). Manual de estilo de publicaciones de la American Psychological Association [Publication Manual of the American Psychological Association, Fifth Edition] (2.a. ed.). México: Manual Moderno. (Original work published 2001).
Martínez de Sousa, J. (2007). Manual de estilo de la lengua española (3.a ed.). Gijón: Ediciones Trea.
Real Academia Española (2005). Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Espasa-Calpe.

Puntos suspensivos: omisión de texto en citas

Con mucha frecuencia encuentro, durante mis correcciones, un mal empleo de las convenciones para expresar la ausencia de fragmentos dentro de una cita textual. Este es uno de los aspectos que cada casa editorial debe normar específicamente, puesto que existen varias alternativas posibles, todas correctas. Quienes escriben desde el mundo académico, también deben considerar las normas de manuales de estilo bibliográficos que estén empleando, que también se pronuncian al respecto de estos detalles.
¿Por qué es necesario indicar la ausencia de palabras, frases o párrafos en una cita textual? La respuesta es sencilla: honestidad. El lector tiene derecho a conocer, exactamente y sin la menor duda, las palabras exactas que están siendo tomadas de otro autor. De igual manera, para no lesionar los derechos de propiedad intelectual, es derecho de cualquier autor del mundo ser citado de manera precisa, según sus propias palabras y no una adaptación realizada a conveniencia de alguien más.
Para el lector acucioso, conocedor de las convenciones de lectura, los signos que le indican la omisión de texto pueden ser de gran utilidad. ¿Qué tal si aquella cita textual le resulta de interés? ¿Qué tal si adivina algo más, algo que necesita para su propia investigación, detrás de aquella omisión? ¿Qué tal si quiere citar, a su vez, el mismo texto? La mayoría de los investigadores ni siquiera se preguntan si la cita original está mal, simplemente la toman porque confían en su editor y en el autor del texto en donde aparece. De ahí que la responsabilidad de garantizar la precisión ortotipográfica sea todavía mayor.

¿Cómo se indica la omisión de un texto?
Para indicar la ausencia de algún fragmento dentro de una cita se emplean los puntos suspensivos; pero, ¡cuidado!, no basta con poner puntos suspensivos y desentenderse del asunto.
Uno de los argumentos básicos para evitar el uso de los puntos suspensivos a secas es que, si somos lectores cuidadosos, será pertinente hacernos una pregunta sencilla, pero de grandes consecuencias: ¿cuáles de estos puntos suspensivos los puso quien transcribió la cita y cuáles estaban en la obra original? Para evitar esta ambigüedad, existen alternativas sígnicas.
Sin embargo aquí procede hacer otra advertencia: no es lo mismo indicar omisión de texto al inicio, en medio o al final del texto citado. También es necesario indicar si el texto omitido consiste en unas pocas palabras dentro del mismo párrafo o si se está construyendo una cita nueva con fragmentos de párrafos diferentes.
Cada uno de estos casos los estudiaremos en artículos independientes del blog, para facilitar su consulta y analizarlos en su caso particular.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Desde la experiencia: ¿cuándo es bueno un audiolibro?

¿Cuáles son las características de un «buen» audiolibro? La respuesta, inevitablemente, ingresa en el reino de lo subjetivo: es una valoración que solo el lector puede hacer con base en su personal, única e irrepetible experiencia. Las siguientes reflexiones no son la excepción: provienen del contacto vital de esta lectora con el reino del audiolibro.

Las mejores versiones leídas de un libro, para mí (como lectora-oyente), son aquellas en donde se suman ciertos factores clave: adecuada dicción, entonación correcta (ni muy neutral, ni muy enfática), voz agradable (en su timbre y tono), ritmo y velocidad de lectura adecuados… Cuando se hace el compromiso de escuchar un audiolibro, se le está abriendo la puerta a un desconocido sin rostro para entrar en nuestra esfera personal durante una gran cantidad de horas.

Ese alguien se convierte en un acompañante cercano, un amigo íntimo, un otro a quien le permitimos leer para nosotros. No es a cualquiera a quien le abrimos las puertas de nuestra casa y nuestra vida. Esos mismos filtros se le aplican a quien nos va leer un libro: es alguien a quien le estamos abriendo la puerta; y si hay algo en su voz que nos produzca disgusto o rechazo, estaremos condenados a calificar los contenidos del texto debido a la forma sonora que adquieren. En otras palabras, nos tiene que gustar la interpretación para que la experiencia de lectura sea placentera y podamos concentrarnos en la re-creación de los significados de las palabras, en lugar de distraernos por la voz o la actitud que creemos sentir en la voz del otro.

En mi caso, la presencia de música o sonidos es un estorbo, un distractor. Por eso prefiero las lecturas íntegras, silenciosas de elementos extratextuales, en las que una sola voz se encarga de ejecutar la partitura textual con una entonación suficiente para que yo, lectora, pueda acceder al texto, sin matar mi propia y activa imaginación.

Las otras, las versiones dramatizadas, molestan por sus propias características, precisamente por el alto grado de personificación al que se ve obligado el actor de voz y por la exagerada cantidad de imágenes visuales que proporcionan. Esos no son audiolibros, son radionovelas inspiradas en un libro; por lo tanto, deberíamos considerarlas de la misma manera que valoramos una adaptación cinematográfica de una obra escrita.

Hay excepciones, siempre hay excepciones. El principito, por ejemplo, dadas sus características textuales (el diálogo es el principal recurso verbal), es una obra cuya versión dramatizada (en francés) es hermosa (la voz del niño frente a la voz del adulto conserva y respeta la dulzura del texto original). Sin embargo, las versiones dramatizadas de El hobbit (en inglés) me resultaron intolerables. Yo quería leer/oír el libro; no escuchar una radionovela porque, para eso, prefiero esperar la versión adaptada al cine por Peter Jackson.

Esto es subjetividad pura: acaso usted comparte las experiencias de ambos tipos de lecturas y prefiere las dramatizadas porque se adaptan mejor a su manera de imaginar. Mi teoría personal es que el lector enfocado en el texto prefiere las lecturas «limpias»; mientras que el lector enfocado en la forma seguramente disfrutará más las versiones más elaboradas, de producción más compleja y con mayores elementos sonoros, las dramatizaciones. En esto, como en todo, el lector elige.

El audiolibro: la recuperación de la lectura en alta voz

Tal vez por el hecho de pertenecer desde hace tantos siglos a una cultura de la lectura silenciosa a través de los ojos, hemos olvidado que en un mundo en donde la alfabetización no es universal, la lectura estaba pensada y diseñada para ser, por antonomasia, en alta voz. Así lo demuestra con un estilo impecable y una documentación incuestionable Alberto Manguel en Una historia de la lectura.

Visto de esta manera, el audiolibro es la recuperación de un aspecto de la lectura perdido hace mucho tiempo y que nos regresa al mundo de la interpretación a través de la voz. La lectura de un texto es equiparable a la intepretación de una partitura musical: las notas pueden ser las mismas, pero cada ejecución es distinta por múltiples factores, como la calidad del instrumento, la sonoridad del entorno (no es lo mismo tocar en el interior de una iglesia gótica que en un parque al aire libre), el timbre de la voz (para las obras cantadas), el grado de maestría del ejecutante y hasta sus estados de ánimo.

La escritura para «ser escuchada» también tiene otros retos y requisitos: debe sonar bien, tener armonía, mantener la cadencia y el ritmo; debe, en una idea, acercarse más a la poesía. La propia calidad del texto, por lo tanto, ya es un factor intrínseco de cualquier versión auditiva de una obra escrita y este, lamentablemente, es un factor fuera del control del lector-ejecutante: ni la voz más bella, ni la mejor lectura son capaces de remediar un texto mal escrito.

Por el contrario, esas obras que al llevarlas a la voz se vuelven música (pienso en cualquier párrafo garabateado por Octavio Paz) merecen ser escuchadas mucho más que silenciosamente leídas. Ahí el audiolibro recupera la vitalidad del texto y se convierte en el formato que, ¿por qué no?, es el más adecuado para la entrega de una obra. Desde luego, la creación de la versión de audio del texto será un reto en sí misma. No será jamás lo mismo escuchar El laberinto de la soledad «leído» por una voz digital, computadorizada, que por una voz humana. La computadora tiene exactamente el mismo tono y énfasis en todas las repeticiones que haga de la misma palabra. La voz humana, en cambio, puede discurrir con el texto, moverse entre los renglones y darle vida propia a cada vocablo, así se trate del mismo e idéntico conjunto de signos. Así, ninguna palabra se pronuncia de idéntica manera dos veces; y ahí está su riqueza.

¿Qué es un audiolibro?

La palabra audiolibro (‘libro para ser escuchado’) pareciera lo suficientemente explícita como para adivinar, sin ambigüedades, su significado. Y, sin embargo, dada la múltiple oferta de productos similares bajo la misma etiqueta, la pregunta es válida: ¿qué es un audiolibro, estrictamente hablando?

Encontramos en el mercado editorial y en la internet al menos cuatro tipos de obras creadas, diseñadas y vendidas o distribuidas bajo la categoría de «audiolibro»: a) los textos íntegros leídos por uno o varios lectores humanos, con pocos o ningún efecto sonoro; b) los textos abreviadas leídos por un lector humano; c) las dramatizaciones de una obra, realizadas por un grupo de actores de voz, con sus respectivos efectos sonoros; d) Conferencias o lo que en inglés se llama lectures dictadas por el autor. Se puede añadir una quinta categoría: las lecturas íntegras o abreviadas de una obra por parte de una voz digitalizada y generada por computadora. Estas últimas no suelen encontrarse en las tiendas, sino en las redes P2P y en algunos sitios para compartir archivos. De mi parte, no incluyo en la categoría de audiolibros los podcast o las clases grabadas, especialmente debido a que tiendas como la Apple Store tienen secciones especiales, como la Apple University en donde no se tiene la expectativa de acceder «audiolibros» sino clases magistrales.

Los que sí son «audiolibros»

Tal vez me adelanto e impongo mi criterio; pero, para mí, las lecturas íntegras de una obra, sin dramatizaciones ni abreviaciones, son los únicos de los diversos tipos de obras realizadas para ser escuchadas que sí pueden denominarse, por derecho propio, audiolibros. Los demás son productos derivados, obras conexas, adaptaciones, pero no son el libro mismo en otro formato o medio.

Lo que vemos en este tipo de adaptación es el traspaso de un medio a otro: los signos alfabéticos se convierten en signos sonoros verbales, pero la obra conserva su integridad textual. Sería absurdo no admitir que existe una interpretación: la realización vocal de los signos gráficos es, en sí misma, una transformación del texto (exactamente igual que ocurre con una partitura musical). Sin embargo, mientras el texto se siga y la interpretación reúna ciertas características, la voz se percibe como realizadora y no como invasora o traidora del texto.

[Desde luego este crierio no se aplicaría a obras que tengan contenidos visuales o gráficos complejos (fotografías, esquemas, diagramas, tablas…, como lo serían las obras didácticas), los cuales, por su propia naturaleza, serían intransmisibles al formato auditivo sin una adaptación sustancial (es decir, convertir una fotografía en una descripción, por ejemplo)].

Un lector que escuche el texto íntegro de una obra por esta vía habrá leído la obra completa, aunque en lugar del sentido de la vista haya empleado el sentido del oído.


Los que no deberían llamarse «audiolibros»

Los otros ejemplos mencionados, si bien a menudo se encuentran sin distinción bajo esta categoría, no son, desde el punto de vista de esta lectora, audiolibros por muchas razones.

Los resúmenes de obras, por ejemplo, son lecturas fragmentadas e incompletas, en cualquier medio que se distribuyan. Pienso en las versiones juveniles de las novelas clásicas de viajes o aventuras, como las obras de Julio Verne o Emilio Salgari, o de las obras para adolescentes, como las Mujercitas de Louise May Alcott. Las versiones abreviadas de estas novelas son una vergüenza. Recuerdo claramente una edición juvenil de alguna de tantas en las que fui incapaz de entender la historia porque me faltaban acontecimientos e incluso personajes. De igual manera, un audiolibro abreviado no es un sustituto del libro impreso, porque parte de la obra está quedando fuera del alcance del lector.

Las obras dramatizadas, por su misma naturaleza, deben concentrarse necesariamente en los diálogos; reducen las descripciones al mínimo y eliminan todo cuanto no pueda ser «mostrado» de una u otra manera (así sea con «imágenes» sonoras). Por lo tanto, son tampoco obras abreviadas. Estas tienen un factor adicional: el grado de interpretación y adaptación es todavía mayor que en una lectura más o menos plana. Cada personaje debe tener una voz propia, cada actor imprime su versión del texto que va más allá de leer en voz alta: personifica.

Las conferencias son curiosidades, interesantes maneras de conocer el pensamiento de los autores o autoridades en algún tema y, sin duda, entretenidos productos para pasar las horas, pero ciertamente no son audiolibros: son, como su nombre lo indica, conferencias.

En cuanto a los textos interpretados por una voz computadorizada, llamarles audiolibros sabiendo que son generados automáticamente por una aplicación es casi ofensivo para el serio trabajo de realización que requiere cualquiera de las demás alternativas. En cuanto a la comodidad del lector, todo depende de quien escuche. Yo, en lo personal, no los tolero. Pero hay muchas personas entrenadas para sentirse cómodas con estas versiones, y hasta más cómodas que con las lecturas realizadas por humanos torpes y monótonos. Así que, en este caso, es cuestión de gustos y costumbres.


¿Y de qué sirve esta distinción?

Esta reflexión, espero, es útil para usted, lector real o potencial de obras en su formato hablado o leído. Ahora ya podrá acercarse a los muchos repositorios o tiendas de audiolibros con algunos elementos adicionales de juicio para elegir la obra que realmente quiere leer, según sus necesidades y preferencias (si es que no había llegado ya, por su propia experiencia, a estas conclusiones).

También, sin duda, es una distinción válida para los realizadores de audiolibros. ¿Cuáles obras prefieren los lectores? Esa es una pregunta de proporciones mayores, porque requiere de estudios de mercado, comparación de estadísticas de venta, distinciones por edad y sexo, lectura de los comentarios de los compradores (un paseo por los comentarios en Audible es muy revelador) y, sobre todo, mucha capacidad de observación. Es a partir de estos estudios, todavía pendientes para el gran público, que se puede transformar o modificar el mercado de venta y distribución de obras en formato audiolibro.