Tal vez por el hecho de pertenecer desde hace tantos siglos a una cultura de la lectura silenciosa a través de los ojos, hemos olvidado que en un mundo en donde la alfabetización no es universal, la lectura estaba pensada y diseñada para ser, por antonomasia, en alta voz. Así lo demuestra con un estilo impecable y una documentación incuestionable Alberto Manguel en Una historia de la lectura.
Visto de esta manera, el audiolibro es la recuperación de un aspecto de la lectura perdido hace mucho tiempo y que nos regresa al mundo de la interpretación a través de la voz. La lectura de un texto es equiparable a la intepretación de una partitura musical: las notas pueden ser las mismas, pero cada ejecución es distinta por múltiples factores, como la calidad del instrumento, la sonoridad del entorno (no es lo mismo tocar en el interior de una iglesia gótica que en un parque al aire libre), el timbre de la voz (para las obras cantadas), el grado de maestría del ejecutante y hasta sus estados de ánimo.
La escritura para «ser escuchada» también tiene otros retos y requisitos: debe sonar bien, tener armonía, mantener la cadencia y el ritmo; debe, en una idea, acercarse más a la poesía. La propia calidad del texto, por lo tanto, ya es un factor intrínseco de cualquier versión auditiva de una obra escrita y este, lamentablemente, es un factor fuera del control del lector-ejecutante: ni la voz más bella, ni la mejor lectura son capaces de remediar un texto mal escrito.
Por el contrario, esas obras que al llevarlas a la voz se vuelven música (pienso en cualquier párrafo garabateado por Octavio Paz) merecen ser escuchadas mucho más que silenciosamente leídas. Ahí el audiolibro recupera la vitalidad del texto y se convierte en el formato que, ¿por qué no?, es el más adecuado para la entrega de una obra. Desde luego, la creación de la versión de audio del texto será un reto en sí misma. No será jamás lo mismo escuchar El laberinto de la soledad «leído» por una voz digital, computadorizada, que por una voz humana. La computadora tiene exactamente el mismo tono y énfasis en todas las repeticiones que haga de la misma palabra. La voz humana, en cambio, puede discurrir con el texto, moverse entre los renglones y darle vida propia a cada vocablo, así se trate del mismo e idéntico conjunto de signos. Así, ninguna palabra se pronuncia de idéntica manera dos veces; y ahí está su riqueza.
miércoles, 3 de marzo de 2010
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