Este vicio de la escritura tiene un nombre bastante gráfico: podemos imaginarnos un pequeño látigo cuya onda resuena en el espacio en su constante ir y venir, extenderse y contraerse, aparecer y reaparecer…
Precisamente la esencia de su definición es esa: el latiguillo es una expresión colada en la conversación o en la escritura que aparece y reaparece sin cesar. También tiene otra condición: es una «expresión efectista y sin originalidad», según la define José Martínez de Sousa en su Diccionario de redacción y estilo.
Tomo de este mismo diccionario algunos ejemplos típicos: ¿verdad?; o sea; ¿eh?; y entonces…, ¿entiendes?, ¿vale?, para nada. Muchos de ellos, acota Martínez de Sousa, son expresiones de moda, sujetas al vaivén de las épocas y las generaciones. La mayoría de estos ejemplos son típicos del habla y tal vez por eso se nos vuelven familiares, normales, propios de una buena expresión escrita. Así se cuelan en nuestros textos, en nuestros párrafos, en los primeros borradores de las páginas y páginas que llegarán a ser un libro.
La mejor manera de evitarlos es la corrección y la reescritura. Pocos son los autores capaces de irlos eliminando desde la primera versión de su texto. No es imposible, pero requiere de experiencia y de una actitud consciente al escribir, la actitud de reflexionar cada palabra antes de colocarla en el papel con los filtros de la corrección ya activados.
Casi nunca somos conscientes de nuestros propios latiguillos. Por lo general es alguien más quien, al leer un texto escrito por una voz distinta de la suya, tras cierta cantidad de páginas, comienza a experimentar, de manera inconsciente, el azote de una expresión que parece muy familiar, demasiado familiar, dolorosamente familiar.
Ahí hay un latiguillo.
El lector experto (corrector, editor, autor que reescribe) también debe entrenarse para darse cuenta de cuál es el látigo que viene sonando en su oído. La única manera de verificar si la expresión es o no un latiguillo, una vez que llegamos al párrafo en donde tomamos consciencia de su aparición, es devolviéndose en la lectura y hacer un marcado selectivo. Se puede emplear un marcador de color para distinguir la expresión sospechosa. Así la veremos salir brutalmente de su camuflaje de palabra llana, saltará tridimensionalmente de la hoja y veremos cuántas veces comienza a dibujarse en el entramado del texto. Ahí tenemos la prueba del latiguillo y, a partir de ese momento, corresponderá eliminarlo de las muchas maneras que la lengua nos permite.
Otra manera de verificar cuán extensiva puede ser la repetición del latiguillo es generar la estadística léxica del texto con un programa informático especializado, y verificar cuál es la cantidad y porcentaje de aparición de la expresión empleada. Esto puede hacerse con WordSmith Tools, una aplicación especializada en análisis léxico y concordancia. El DevonThink Pro (así como su versión Office) y Scrivener incluyen un motor de concordancias entre sus funciones y también nos permite observar la frecuencia léxica de cualquier documento de la base de datos.
domingo, 4 de abril de 2010
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