Las tecnologías y los medios de comunicación han evolucionado y mutado continuamente desde entonces. De esta manera, el término, cuya analogía básica sigue siendo válida, ha invadido otros medios de comunicación no auditivos, como la documentación impresa. Karen A. Schriver, en su obra Dynamics in document design, cita las siguientes palabras de Schutte y Steinberg, que nos dan un panorama sobre la expansión del concepto de ruido:
Algunos teóricos de la comunicación han ampliado la metáfora para incluir casi cualquier cosa que pueda interferir o distorsionar un mensaje o distraer a la audiencia, incluyendo aspectos del propio mensaje. Así, por ejemplo, la verbosidad puede ser considerada ruido y distorsiona el meollo de la información que el mensaje tiene la intención de portar, o si distrae o le impide al lector comprender el mensaje […]; en este sentido, cualquier estructura gramatical pobremente elegida que interfiere con la apropiada transmisión de una idea puede ser “ruido”: en lugar de reflejar una idea y reforzarla, una estructura gramatical inadecuada crea una disonancia y trabaja en su contra. De manera similar, una composición inadecuada de una página o incluso una tipografía mal seleccionada puede crear disonancia y, por lo tanto, funcionar como “ruido” (Schutte and Steinberg, 1983: 27-28; citado por Schriver, 1997: 7).
Hay momentos artísticos de la historia en que el ruido ha sido buscado y propiciado, como el rococó y muchas obras del barroco. Sin embargo, si bien el campo artístico mucho o todo puede encontrar alguna justificación estética, en la creación de cierto tipo de documentación y de obras, el ruido es un pecado imperdonable debido a sus consecuencias.
Las consecuencias de un documento ruidoso pueden ser nefastas, tanto para quien las lee como para quien las produce (pérdidas millonarias en libros no vendidos, además de todo, devengando costos de bodegaje). Para un estudiante, ¿qué implicaciones puede tener el no poder acceder a la información de su libro o texto debido al ruido visual o a un discurso pobremente desarrollado? Desde las más sencillas, como perder valiosísimas horas de estudio nada más tratando de discernir lo valioso y medular de lo puramente accesorio, hasta el fracaso rotundo en sus procesos de aprendizaje y evaluación.
Esta reflexión no debe llevarnos al extremo: un texto sin figuras, sin blancos, sin ejemplos tampoco es la solución a los problemas. El “libro-ladrillo” (una sola columna, un interlineado mínimo, máximo aprovechamiento de todos los márgenes) también puede ser un distractor y el peor desmotivador. El equilibrio entre las dos posturas es el reto de la creación de documentos informativos y, sobre todo, de obras didácticas, tan sumidas por las últimas tendencias del “libro-con-monitos” (es decir, plagado hasta el cansancio de dibujos, recuadros e ilustraciones).
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