Si nos dicen “escribir”, a secas, posiblemente solo pensemos, al inicio, en la forma más externa del oficio: la gramática. Así, el nivel básico del “buen escribir” (por ser el más atendido históricamente por nuestros docentes de lengua) es el dominio de la tecnología de la escritura: la perfección gramatical, la correcta sintaxis, el uso adecuado de las palabras según su significado, la ortografía, la “buena letra”.
Quienes van más allá de la conceptualización del “buen escribir” entendido como expresión lingüísticamente “correcta” alcanzan el nivel de la estrategia de la escritura, la retórica de la palabra. ¿Para quién escribo? ¿Cómo le entrego la información? ¿En qué contexto comunicativo será leída? ¿Se comprende lo que escribo? El docente de escritura que acompaña al aspirante a escritor desde esta perspectiva intenta ayudarle a comunicarse y expresarse de la mejor manera posible, atendiendo problemas como el orden de las ideas, el exceso de palabrería y la claridad de la exposición.
Finalmente, y solo quienes comprendemos la escritura como un producto total en el que forma y contenido son indiferenciables, hay que considerar el “qué se escribe”. Aun cuando la gramática sea perfecta y la retórica dé como resultado un texto ameno, claro y bien expuesto, si los contenidos fallan, si el autor pareciera carecer del conocimiento para sustentar sus afirmaciones, si el medio (la escritura) no lleva a contenidos valiosos (el texto), las largas horas de lectura habrán sido un desperdicio miserable de tiempo y de recursos vitales (¿cuántas cosas podría haber estado haciendo o aprendiendo la persona que lee en lugar de malgastar su vida miserablemente en un documento inmerecido?).
En síntesis, ¿cómo reconocemos que un libro, texto, obra o simple documento informativo está bien escrito? Sus contenidos son valiosos, su expresión es clara y su gramática es perfecta. Me atrevo a pensar que nuestra prioridad de valoración viene exactamente en ese orden y que somos capaces de perdonar deslices en la expresión y alguna que otra falta de ortografía si los contenidos lo valen; no ocurre, en cambio, a la inversa. Para mí, esa es la esencia de la buena escritura; ¿y para usted?
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