La figura clásica del editor es la de alguien al teléfono, coordinando procesos, concertando esfuerzos, mediando entre las partes y, por supuesto, con una gran mesa rodeada de libros, obras de referencia y lapiceros rojos.
La labor editorial no es solitaria; por el contrario, es la confluencia de muchos actores lo que la hace posible. En la edición literaria, el escritor se encuentra más o menos al inicio de la cadena. En la edición técnica y, dentro de esta, en la académica con fines didácticos, el proceso se inicia varios años antes de llegar a la mesa de producción, en el seno de una escuela o programa académico, en un ministerio o una dependencia curricular. El planeamiento de unos contenidos, de una metodología, de unos enfoques es el primer paso para el esqueleto de lo que luego llegará a ser una obra didáctica.
Pasa por muchas manos hasta que por fin llega a la mesa editorial, en donde la escritura y la revisión son procesos casi simultáneos, paralelos y continuos; conjuntamente se va formando la obra con un respeto por el diseño curricular al que debe responder y con la asesoría de diversos participantes, incluidos los especialistas de contenidos, los asesores lingüísticos, los artistas gráficos y, en el moderno mundo de muchos medios, los colaboradores de cualquier producto multimedial, electrónico o audiovisual que pueda estar ligado a la obra didáctica.
¿Cuáles son los retos de una labor en donde tantos brazos deben participar? En casos así, es necesario primero «hacer equipo» (más allá que «grupo») y después laborar conjuntamente. Y cada equipo, una vez conformado, ha de recordar siempre a quién sirve y para qué existe. Si se editan obras académicas didácticas, su labor está al servicio de la institución y, a través de esta, de sus estudiantes. Por lo tanto, lo que tenemos a nuestro cargo no es un «feudo» de nuestra propiedad personal, sino que conformamos una célula al servicio de un propósito más elevado. Que el editor y su equipo no olviden nunca para quien laboran: porque no es para sí mismos.
sábado, 31 de octubre de 2009
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