Pocos manuales tienen la simpleza de centrarse en lo básico: el diseño cuya finalidad no son la fanfarria y el ruido visual, sino la lectura, simple y llana como es. Si el lector ha sido capaz de leer a gusto, centrándose en el texto, sin encontrar escollo alguno entre el signo gráfico y el signo que recrea en su mente, el diseño ha tenido el mayor de los éxitos. Se ha vuelto invisible por ser eficaz, por no hacerse notar, por haberse logrado la fusión alquímica indisoluble entre forma y contenido.
Con esa premisa, afirma Richard Hendel en su obra On Book Design:
El diseño de libros es diferente de todos los otros tipos de diseño gráfico. El verdadero trabajo de un diseñador de libros no es hacer que las cosas se vean agradables, diferentes o bonitas. Es encontrar cómo poner una letra junto a la otra de tal manera que las palabras del autor parezcan levantar la página. El diseño de libros no deleita por su propia astucia; se hace al servicio de las palabras. El buen diseño de libros solo pueden hacerlo las personas que leen: aquellos quienes se toman el tiempo para ver qué ocurre cuando las palabras se vierten en caracteres (1998: 3).
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