En mi experiencia particular, la base de todo trabajo en equipo subyace en la actitud de cada persona. No existen fórmulas infalibles cuando de relaciones personales se trata, pero he aquí algunas ideas básicas para mantener la adecuada relación de respeto mutuo entre las partes que es necesaria e indispensable para el éxito de los procesos laborales.
Los mejores equpos con los que he trabajado en mi vida comparten algunas de las siguientes características:
- Un respeto profundo y genuino por las opiniones, aportes, trabajo e intereses de los demás.
- Una actitud de solidaridad y apoyo mutuo en las tareas que a cada uno le corresponden (no es indulgencia ni asumir tareas ajenas, es buena disposición para ser útil cuando un compañero lo necesita).
- El desalojo absoluto y radical de cualquier asomo de competencia, autocomparación con los demás y deseos de imponer su propia visión. Esto también incluye desterrar la actitud de «yo y solo yo lo sé todo».
- Altruismo (destierro de todo egoísmo): compartir con los demás aquello que uno sabe que les va a ser útil. No tratar el conocimiento como si fuese un "bien" que debo atesorar a toda costa: el dinero que se da, se gasta; el conocimiento que se da, se multiplica.
- Hacer a un lado las emociones personales y concentrarse en las rectas relaciones laborales y profesionales. Las críticas se hacen sobre el trabajo realizado, para nada son alusiones personales de quien las emite hacia quien realizó la tarea.
- Frialdad y distancia para el análisis y el trabajo, condimentada con fraternidad en las relaciones con otros.
- Un interés sincero y genuino en lograr que el proyecto se cumpla.
- Hacer cada quien lo que le corresponde y dejar a los demás hacer lo suyo. (Por supuesto, no distraerse en no hacer lo que le toca a uno por estar diciéndole a los demás lo que les toca a ellos).
- Soluciones oportunas a los problemas inmediatos. (No dejarse arrastrar por el vicio de quedarse dando vueltas en la criticadera).
- Disposición a reconocer el error (propio o ajeno) como lo que es: algo que debe ser corregido y punto. Sin pataletas, berrinches, resentimientos, auto o mutuo-juzgamiento, ni pereza.
- Atención constante al calendario de trabajo.
- Deseos perpetuos de mejorar lo que está hecho, sin irrespetar el criterio del resto de los miembros del grupo.
- Capacidad de negociar y ceder cuando las relaciones humanas son más importantes que un detalle insignificante en comparación.
- Exiliar la pedantería, la arrogancia y la vanidad.
- Usar siempre las palabras mágicas de las relaciones humanas: «por favor», «gracias», «muy bien hecho», etcétera.
- Buen sentido del humor para aliviar las situaciones más tensas.
- Hablar las cosas de manera directa, transparente y sin ambages, pero con suavidad y diplomacia. (Nada de comentarios ocultos ni «puñaladas por la espalda»).
- Favorecer la unidad, el compañerismo y la inclusión de todos los miembros del equipo laboral. En este sentido, alejarse y desdeñar las actitudes de separación, la creación de «grupitos» y de «solo ando/hablo/vivo/velo con/por los míos» (en un entorno profesional, la separatividad es imperdonable; en el entorno personal, que cada quien ande con quien quiera).
- Anteponer el bien del grupo y de la labor profesional de servicio que ha sido encomendada antes de los intereses personales. Quien, en un entorno laboral, anteponga sus intereses individuales y egoístas, haría mejor con renunciar y dejarle su lugar a alguien más comprometido con la causa para la que se le está remunerando económicamente.
- Recta y buena actitud; o como dicen por ahí: «a un empleado se le puede perdonar todo (porque todo es remediable: la capacidad, el entrenamiento, la ignorancia) excepto las faltas de actitud».
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