Grande fue mi sorpresa cuando mi maestra de tercer grado me devolvió una tarea corregida llena de marcas rojas por haber tildado fue. Así aprendí que la norma cambia: lo que ayer era regla, hoy no lo es.
Pasaron muchos años antes de que volviera a asombrarme con un cambio en la norma de los acentos. Ni siquiera por mérito propio, sino porque alguien más me lo hizo saber, descubrí en el Diccionario panhispánico de dudas (2005) la muerte del acento de los pronombres demostrativos (este, esto, ese, esa…) y del adverbio solo. Se reserva el acento gráfico para los casos de anfibología (ambigüedad) inminente y estos, se advierte, son raros en español.
Para mí, la norma era nueva, apenas este año cumplía su primer lustro. Así, con la misma candidez de mi infancia, pregunté en el foro de la Fundéu, Apuntes, si consideraban lícito aplicar, en un entorno editorial, esta norma tan «novedosa». Mi sorpresa fue grande cuando se me informó, educada y gentilmente, que la eliminación de los acentos en los demostrativos fue introducida en la norma académica en 1959.
El uso de la tilde es potestativo en los dos casos (éste, ése, etc., y sólo). Es lícito prescindir de ella cuando no existe riesgo de anfibología (reglas 16.ª y 18.ª de las Nuevas normas de Prosodia y Ortografía, que entraron en vigor el 1.º de enero de 1959.Así lo establece nada menos que una discreta nota al pie del Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, en su apartado 1.8.3, inciso F, párrafo 3. La edición del Diccionario de la Real Academia (DRAE) de 1992, en la definición de los demostrativos, ya invierte la norma, y la tilde pasa de ser facultativa a ser obligatoria únicamente en los casos de ambigüedad.
Por eso, la norma del 2005 simplemente es el refuerzo de un cambio de enfoque ya previamente confirmado. La nota al pie se convierte en texto primario, y lo que antes era algo nada más «lícito» pasa a ser la norma: «solo cuando en una oración exista riesgo de ambigüedad porque el demostrativo pueda interpretarse en una u otra de las funciones antes señaladas, el demostrativo llevará obligatoriamente tilde en su uso pronominal» (DPD, 2005, «tilde», 3.2.1). Y no sabemos cuándo incluso esta obligatoriedad restringida podría también desaparecer, porque como dice M. Barbero, los casos de anfibología son tan raros «que, por infrecuentes, son anecdóticos (además de perfectamente evitables en la redacción)».
Cinco (que son en realidad cincuenta) años después de esta no tan «nueva» norma, algunos editores todavía se resisten a aplicarla; sin mencionar muchas personas que se han acostumbrado a seguir la regla aprendida en la escuela. «¡Hace cincuenta años! Y, sin embargo, una grandísima parte del mundo hispanohablante no se ha dado por enterada», exclama con asombro el «apuntero» Mariano Vitetta.
Renunciar a lo aprendido en los años de la infancia es difícil. Renunciar a las tildes que siempre hemos defendido, buscado y corregido también lo es. Habrá nuevas generaciones (como la mía) sin tantos miramientos para decir, sin la menor duda, que da menos trabajo identificar los poquísimos casos de anfibología (y hasta proponer una redacción alternativa) que estar continuamente decidiendo si este es un demostrativo o un adjetivo. Y para muchas personas fuera del mundo editorial también será, sin duda, un alivio.
Nota: agradezco aquí a los «apunteros» por haber proporcionado los datos básicos y las referencias para este artículo. En particular, a Mariano Vitetta y M. Barbero.
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