Ahora bien, si hacemos un recorrido histórico por los procesos tecnológicos del libro y observamos las etapas y pasos que fueron llevando del predominio de una tecnología a otra, nos daremos cuenta de que se necesita mucho más que una innovación tecnológica para alcanzar la sustitución de la tecnología anterior por la nueva. El cambio es integral, no es estrictamente tecnológico. También existen factores sociales, culturales y hasta simbólicos. Las siguientes son algunas de mis consideraciones sobre el tema:
- El libro no solamente es una palabra con un significado o un referente concreto: es un ámbito del discurso desde el cual lo vinculamos a prácticas, costumbres, redes simbólicas, intercambios y esferas de la cotidianidad y de la cultura1.
- El cambio tecnológico no ocurre por sí mismo, como resultado exclusivo de las nuevas propiedades físicas del objeto, sino dentro de su esfera del discurso, de la sociedad y de la cultura.
- Para que una nueva tecnología pueda reemplazar plenamente a la anterior, debe cubrir las principales necesidades culturales, sociales y simbólicas que la otra ofrecía (incluidas las de carácter emotivo), así como proporcionar algún valor agregado que pueda suponer la preferencia de un objeto sobre el otro.
- La sustitución tecnológica no ocurre en el corto plazo, de manera automática ni como resultado de una única innovación2.
- Ninguna sustitución tiene por qué ser absoluta. Cabe admitir la posibilidad de usos alternativos para cada tecnología y comportamientos sociales híbridos3.
Asumiendo que ninguna catástrofe natural obligará a la humanidad a prescindir de la tecnología, es posible suponer que algún día no será necesaria la distinción entre libros electrónicos y libros a secas; puesto que los lectores del futuro no se imaginarán un libro que no sea electrónico. Sin embargo, para que eso pueda llegar a ocurrir, el nuevo libro deberá ser capaz de asumir plenamente toda la herencia simbólica, cultural y arquetípica de su predecesor y, además, ofrecer algo nuevo, algo que lo convierta en un producto par excellence, irrenunciable, sin el que sería imposible leer. Una tecnología, en fin, que ocupe plenamente el lugar del libro en el imaginario colectivo y personal de quienes leen.
1 Una definición clásica del libro sería aquella “que asocia indisolublemente un objeto, un texto y un autor” (Chartier, 2000: p. 19). Los más atrevidos se refieren al libro de maneras un poco más abiertas, por ejemplo, como “práctica”, es decir, “(una colección de actividades sociales, artísticas y económicas) y no un ‘objeto’” (Doctorow, 2004) o como “forma de intercambio” y “modo de temporalidad”, un punto de apoyo que “crea espacio a partir del tiempo” (Hesse, 1998: p. 32). En estos casos, aún así, predomina la idea de que un libro es, esencialmente, un medio y un objeto para comunicar sentidos (los sentidos portados por la escritura en él contenida). En mi tesis de maestría exploré algunos de los muchos objetos y discursos que confluyen en el vórtice discursivo de libro, como el libro-objeto, el libro-texto y el libro-medio de comunicación. Para eso, véase Murillo (2006).
2 Al códex le tomó más de cuatro siglos imponerse al rollo y, aún así, no alcanzó su expresión plena sino hasta mil años después, cuando todos los factores tecnológicos, así como las redes sociales de producción y distribución de sus materiales, habían madurado lo suficiente como para permitir la innovación introducida por la imprenta y dar como resultado el libro en su sentido moderno.
3 Esto podemos verlo en ejemplos tales como la radio. Se temió, en los albores de la era de la televisión, que esta la sustituyera plenamente. En cambio, tenemos usos especializados con audiencias que van de un medio a otro, según sus circunstancias y preferencias. Los únicos medios completamente sustituidos han sido aquellos que, por sus características, caen en la obsolescencia, como es el caso del telégrafo. Incluso la Internet, con su multimedialidad, no ha sustituido a ninguno de los medios de los que ella misma participa (radio, televisión, impresos), sino que se ofrece como alternativa para quienes, por circunstancias especiales, no pueden acceder a los medios tradicionales (por ejemplo, el tico que quiere ver el partido de fútbol transmitido por un canal de televisión costarricense, pero desde Alemania).
Lista de referencias
Chartier, R. (2000). El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII (Traducido por V. Ackerman). Barcelona: Gedisa.
Doctorow, C. (2004), Ebooks: Neither E, Nor Books. Paper for the O’Reilly Emerging Technologies Conference, February 12, 2004, San Diego, CA. Consultado el 14 agosto 2008, en <http://www.craphound.com/ebooksneitherenorbooks.txt>. También se puede consultar la edición en español, trad. de Javier Candeira en el sitio de José Antonio Millán <http://jamillan.com/doctorow.htm>.
Hesse, C. (1998). “Los libros en el tiempo. El Futuro del libro”. En Nunberg, G. (comp.), ¿Esto matará eso? (Traducido por I. Núñez Aréchaga), (pp. 25-40). Buenos Aires: Paidós.
Murillo Fernández, J. (2006). “Todos saben qué es un libro”, o… ¿no? Análisis arqueológico de los discursos del libro desde el (pre)texto de cinco informes finales de encuestas sobre “hábitos de lectura”, Costa Rica, 1979-2004. Tesis de Maestría Académica presentada ante la Maestría en Comunicación de la Universidad de Costa Rica.
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