En los países con un alto nivel de alfabetización, las personas «aprenden a escribir» desde la infancia, ¿no es así? ¿Aprenden a escribir realmente?
Sabemos con certeza que se les enseña el código alfabético y su adecuado uso para la comunicación escrita. Y, sin embargo, hemos visto un incremento espeluznante en la cantidad de estudiantes que llegan por primera vez a las aulas universitarias y que ya no alcanzan las competencias mínimas para comunicar sus ideas por escrito; ya no digamos con claridad y precisión, sino, en muchas ocasiones, ni siquiera con una ortografía medianamente aceptable.
Se ha creído, erróneamente, que leer mucho produce, de manera automática, escritores de calidad y con buena ortografía. Esta es una idea generalizada, sin ningún sustento real. De hecho, una vez conocí a un lector ávido que se confesaba deficiente en ortografía.
Un lector que aprende a escribir de sus lecturas no lo hace de manera espontánea. Media su esfuerzo consciente por leer con atención, por practicar el vocabulario novedoso y los giros lingüísticos exóticos y, en fin, por expresarse con la misma fluidez y calidad de los escritos que tanto lo apasionan.
De ahí que podamos hacer esta otra afirmación: no podemos dejar la escritura «a la venia de Dios», «a la inspiración del momento» o a que sea aprendida «por arte de magia». Como cualquier otro oficio, debe aprenderse y desarrollarse sistemáticamente. Tenemos facultades de Bellas Artes, enseñamos Arquitectura, tenemos licenciaturas en Danza. ¿Acaso no pesan sobre estas disciplinas las mismas dudas que sobre la escritura? Que si puede o no enseñarse; que si es un arte, una ciencia o un oficio; que si el talento se puede o no formar o, cuando menos, encauzar... La escritura, ya sea creativa o técnica, no difiere en nada, en lo sustancial, de cualquier otra de las artes. ¿Por qué no tenemos una escuela de Escritura? Ese, sin duda, es uno de nuestros retos más inmediatos.
lunes, 30 de noviembre de 2009
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