viernes, 2 de julio de 2010

Feliz día del filólogo

Los filólogos y las filólogas (que en mi país hacemos mayoría) somos profesionales variopintos. Nuestra etiqueta profesional es nuestro principal denominador común: filología deriva de dos vocablos que significan, respectivamente, ‘amor’ y ‘palabra’. [Claro, reducir el significado antiguo de logos a ‘palabra’, en el restricto sentido que hoy día le atribuimos, es criminal de mi parte. Logos designaba también el poder divino creador, la mente suprema, el principio o causa detrás de la manifestación de la forma. Y la palabra, en múltiples culturas, es el medio mismo que le da vida a la creación].

Nuestra profesión no goza de la adhesión popular dedicada, por ejemplo, a la medicina o al derecho. La mayoría de las personas nos miran y dicen: “¿filo… qué?”. Y una vez comprendida la explicación, quieren usarnos a modo de diccionario enciclopédico interactivo. “Usted que sabe tanto [falsa presunción], ¿qué significa esta palabra?”.

O bien, sucede lo peor: se cohíben y no saben ni cómo hablar. Sienten vergüenza de verse expuestos en su “mal hablar” o en su “mal escribir”. Desde sí mismos se juzgan, condenan y corrigen, todo en un acto, aun si nosotros nos abstenemos de abrir la boca. Inútil calmarlos con teorías lingüísticas sobre el estudio descriptivo del habla y otras minucias del oficio.

El arquetipo del filólogo, en Costa Rica, es el del corrector de estilo. El otro arquetipo, el del erudito estudioso de la lengua y los antiguos manuscritos, al estilo de Ramón Menéndez Pidal, no existe en nuestro entorno cultural. Aquí los filólogos no somos reconocidos como eruditos, sino como policías de la Real Academia, cuando somos reconocidos del todo.

El mundo de la palabra es grande y da cabida a quehaceres profesionales para todos los gustos y pasiones: crítica literaria, análisis del discurso, descripción de la lengua, fonética y fonología, psicoanálisis del discurso, corrección editorial, redacción de discursos políticos, comparación de textos, origen de las palabras, semántica, lexicografía, narratología, mitología, bibliología (y bibliofilia compulsiva)… ni puedo, ni quiero hacer un catálogo exhaustivo de los muchos quehaceres de los filólogos del mundo.

Así, en esta mañana fresca, un gran saludo y felicitación a mis colegas, filólogos y filólogas quienes, en Costa Rica, celebran su día. Y extiendo este abrazo a nuestros pares de cualquier otra nacionalidad, aun si nuestros planes de estudio, labores y arquetipos culturales varían de una tierra a otra. Que este diminuto país de sorpresas sea el único (¿es acaso el único?) que ha instituido oficialmente esta fecha, no es limitación para celebrar el diario oficio de los amantes de la Palabra, el Logos, el poder creador y manifestador de la realidad.

¡Feliz día del filólogo! (Sí… y también de las filólogas…).

4 comentarios:

  1. Un poco tarde, pero muchas felicidades n_n
    Tu comentario me ha parecido muy interesante; la verdad es que yo no soy filóloga, aunque la rama me interesa mucho, pero me sentí un poco relacionada con lo que dices.
    ¡Saludos!

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  2. Hola. Tengo una duda con la etimología de "Filólogo".
    Filo (amor), logos (palabra).
    Pero también, logo (estudio).
    Entonces, ¿el filólogo es "un amante de las palabras" o "un especialista del amor"?
    Si consulto en el DRAE, dice que "logo" significa estudio; y filo, amistad o amor.

    O es que "logos/logo" se usa para cualquiera de los casos.

    Gracias y saludos.

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  3. Hola Gabriel: sería curioso que un filólogo fuera un "especialista del amor". Muchas más personas se dedicarían a estudiar filología... Je, je... Pero oficialmente se le entiende como un amante de las palabras. Claro que el concepto de "logos" en la antigüedad se las trae, porque 'palabra, discurso, estudio, tratado' son apenas unas cuantas de sus muchas y aproximadas traducciones. En este instante no tengo a mano mis diccionarios etimológicos, pero es un término muy complejo cuyo significado además varía según el enfoque filosófico desde el que se enuncie. Pero en resumidas cuentas, y sin ser muy pretenciosos, los filólogos (y las filólogas también, al menos yo misma), somos amantes, apasionados y enloquecidos por las palabras...
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